El mundo de Menoïch
33º Relato

No son más que….

– Pesadillas, sólo son eso. No debe usted hacer caso de algo que provoca el cerebro.

– No son pesadillas, doctor: yo no puedo dormir….

Hunk era un prestigioso psicoanalista en el campo de los sueños. Dirigía un equipo médico en el hospital de Bromch, a las afueras de la ciudad de Mahkra. Hacía menos de un año que los casos de parálisis del sueño y trastornos derivados de crisis de pánico nocturna crecían a un ritmo alarmante. Se tuvo que crear nuevos departamentos y lugares donde tratar y alojar a los enfermos. Éstos últimos eran sombras que no hacía mucho fueron seres humanos, mas ahora deambulaban sin rumbo por los largos corredores, cabizbajos, con los hombros caídos y arrastrando los pies como si soportaran una pesada carga.

Informe al ministerio de salud y comité de bienestar nacional sobre los casos de psicosis masiva en la población de Mahkra

En los informes de febrero y marzo se constató la falta de medios y los rotundos fracasos con los tratamientos convencionales, así como la nulidad de las técnicas más pioneras del resto del país. Paralelamente, y contra todo pronóstico, la salud física de los enfermos mejora e incluso patologías como la diabetes o la dislipemia desaparecen, teniendo que suspender los medicamentos orales; no obstante, las dosis se cuatriplicaban al suministran nuevos fármacos contra el nuevo mal que asola al mórbido.

Por extraño que pareciese, ninguno de los enfermos muere por cansancio extremo, llevando semanas sin poder cerrar los parpados y con una hiperactividad ocular en estado de reposo total. El paciente no puede moverse, pero sus facciones se contaren en rictus horribles, presenciando sombras en vigiria como así lo atestiguaban al poder hablar y/o moverse.

El rostro demacrado y la caída de cabello es común en ambos sexos, creándose una pátina de grasa en pómulos y alrededor de las orbitas oculares. Las resonancias magnéticas, con y sin contraste, muestran lesiones en la zona occipital y parietal derecha, sin afectación a ninguna de sus funciones básicas. Los neurólogos no dan explicación a estas imágenes y el asombroso patrón que se repite en cada uno de los recién llegados. La edad es indiferente, si bien los más jóvenes son los que más la padecen.

Todo evoluciona muy rápido, demasiado para poder hacer un análisis clínico del problema o, tal vez, los gobiernos no asumen el gasto sanitario necesario para esta plaga: imploro su ayuda para subsanar esta carencia.

La noche del treinta de abril comenzaron los casos entre los empleados y sanitarios del centro. Sara Ammi, médico especialista en psiquiatría y jefa del laboratorio de muestras, dio síntomas en plena noche, antes de terminar la reunión. Los alaridos de pánico se escucharon por toda el ala Este del recinto. Fueron necesarios cuatro agentes de seguridad para poder contenerla y asilarla en una habitación habilitada para los pacientes psiquiátricos más violentos. Al día siguiente, Sara se había arrancado los ojos con los pulgares mientras que repetía entre quejosos lamentos: sombras con ojos blancos, tres dedos que arañan… sombras de ojos blancos….

No pudimos hacer nada por ella. Falleció debido a la hemorragia provocada al intentar seccionarse la lengua con sus propios dientes. La policía judicial aseguró que nuca vio escena similar. Los chicos de mantenimiento tuvieron que desmantelar toda la estancia, ya que el hedor de sangre se quedó pegada al suelo y paredes acolchadas.

Fin del primer informe. Día 2 de mayo del 1952. Doctor Hunk Manix.

¿Qué ocurre cuando las pesadillas se vuelven realidad? ¿cómo diferenciar la realidad del sueño?
32º Relato

Magia y fe

– ¿Cómo podéis afirmar que es una bruja?

– ¡Parece una bruja!, hace brujería y además es mujer.

Luis González de Ayala y Gallardo estaba considerado como una de las personas más poderosas del Imperio. Caballero de confianza del mismísimo Rey Felipe II “el Prudente”, era un noble de dudosa procedencia, llegando a ser acusado de Cristiano nuevo y descendiente de judios. Pero tales acusaciones jamás pudieron probarse. Sus ocupaciones eran varias mas su principal valor eran los asuntos internos de la corona, posición que le daba mucha libertad para decidir, aunque en esta ocasión se topó con la iglesia.

La inquisición no vio con buenos ojos tal visita y más en aquel pueblo alejado de la mano de nuestro señor. Se habían dado una serie calamidades en forma de fiebres cuyo origen no podía ser explicado sin la aparición del Maligno. Don Luis insistió en conocer del caso que traía de cabeza a la santa Fe, y sobre las presuntos hechos atribuidos por una lugareña: Matilde Zumalabe, acusada de brujería, yacer con el diablo, secuestrar niños para después cocinarlos y ofrecerlos a belcebú, y una larga lista a cual más increíble y fantasiosa.

– Vive Dios, mi buen Luis, que no concibo que hacéis aquí, tan lejos de la corona y de vuestras… Competencias -el arzobispo de Toledo era una persona poderosa y rival de Don Luis desde hacía años.

– Mi poder llega allá donde no se pone el Sol, su excelencia. No obstante, no veo mal en querer interrogar a la testigo.

– Ya la hemos interrogado. Es terca como una mula vieja, si bien no tiene ni veinte inviernos. Francamente no acabo de encontrar explicación a cómo su Majestad os manda a tales quehaceres.

– Lo que piense el Rey es cosa suya, lo que cuenta es que su palabra es clara y debemos acatarla. No habrá problema siempre y cuando alguien se interponga en mi camino y tenga que tomar otras vías.

Sus ojos eran ascuas de fuego azul tan brillantes como intimidadores. Por contra, el Santo oficio era temido a la par de valorado por el Santo padre. El arzobispo bajó la mirada y suspiró sin pasión, más de fastidio que de ira. Lo que creía que sería fácil se convertiría en un pesado trámite con la corona.

– Está bien Don Luis, ganáis por ahora. Podéis interrogar a la testigo. ¿Hace falta que alguno de los torturadores os ayude en vuestras cuitas?

– No, ya me basto solo. Gracias por vuestro entendimiento y paciencia. No os robaré más tiempo del debido.

Bajó hasta las mazmorras alumbrado por una antorcha. La torre datada de la época mozárabe y antes de época romana, aunque se decía que mucho antes hubo un asentamiento íbero.

El frío del lugar se solapaba con los escalofriantes alaridos de los reos, mezclados con el nauseabundo hedor de llagas y pústulas. No tardó en dar con la celda, la más oscura y húmeda. Entre los barrotes no se podía distinguir figura alguna, pero la presencia de aquel ser llegaba a todos los rincones del sótano impío; no obstante, el olor dulce a flores lo inundó todo en el instante en que ella habló:

– Vienes para “na”. Yo no estoy ni con Dios ni con el diablo.

– Me alegra saberlo. Me han hablado maravillas de ti y de tus poderes.

La muchacha no respondió, sólo la rápida respiración como respuesta ante lo que ella creía una amenaza que llegaría materializada en un lluvia de golpes.

– Se dice por estos lares que curaste a la hija del molinero de unas extrañas fiebres, las mismas que han asolado toda la zona del Este y de las cuales te atribuyen su origen.

-¿Por qué iba a ayudar a una niña si provocó la muerte?

– Eso me pregunté yo – dijo acercándose a los recios barrotes -Y eso mismo me preguntó su Majestad. Dijo: ¿Por qué esa desventurada criatura, que milagros hace, se le atribuye tales males?

Dos manos se aferraron a los barrotes. De la oscuridad se asomó un rostro femenino de negros y ondulantes cabellos. Sus ojos marrones mostraban una inteligencia inusual. Aquellos inquisidores habían cometido el error de subestimarla. Los golpes hicieron mella en la mejilla con una herida mal cerrada que supuraba pus y sangre.

– ¿El Rey os ha dicho eso…? ¿Por qué debería dirigir la palabra a una pecadora?

– Su excelentísima Majestad está muy interesado en ciertos temas digamos… Poco ortodoxos. Es un secreto a voces que se rodea de sabios y eruditos, y vos tal vez tengáis cabida entre sus médicos.

– ¿Una mujer? Claro…, ¡por qué no! – dijo separándose y adentrándose de nuevo en la oscuridad.

– Habéis tenido mala estrella en nacer mujer, pero de lo contrario no poseeríais el don ¿Sabéis a lo que me refiero, no? Vuestra madre escuchó el llanto de la no nacida en su vientre: vos; y tal como reza la tradición, no lo contó a nadie, a sabiendas de que tendíais alguna habilidad vetada al resto de los mortales.

– ¿Cómo sabéis…?

– He viajado mucho. He visto ritos de todo tipo en la Nueva España. Tribus que se comunicaban con espíritus o con la misma madre tierra. Os propongo una cosa: puedo sacaros de aquí, pero debéis prestar servicio en palacio. No os podrán ver de día, y de noche, bueno… Hay maneras para viajar rápido y ligero como el viento. ¿Qué decís?

– ¡Ja! ¿Acaso tengo opción? – la mujer volvió sus pasos dejando a la luz de la antorcha su tez. La belleza era tan sobrenatural como sus poderes. No en vano a ciertas brujas se les atribuía el logro de someter a sacerdotes y esclavizarlos con actos carnales-. Trato hecho, Don Luis, pero tal vez os arrepintais del trato.

-Yo creo que no -sentenció el caballero echando mano a las ganzúas-, pero con el tiempo… Dios dirá.

Dos sombras furtivas abandonaron el pueblo de Cernégula rumbo al Sur, al amparo de la luz menguante de una luna tan roja como la sangre de los ajusticiados

7º relato

Lo que piensen los demás

Nuc se despertó con el sol bañando su cuarto. La tranquilidad del momento fue momentánea, sabedora que hoy había instituto, lugar que detestaba a la par que amaba ya que en ella estaba su pasión: los libros; no obstante, sus compañeras de clase la encajaban en el grupo de los freak o bichos raros. No era de extrañar, no se sentía atraída por ir a discotecas o reuniones para poner verde a tal o cual guarra mientras se pintaban las uñas: ¡se podía ser más gilipollas!


Ella por su lado tenía a sus amigos; sí, un grupo de bichos raros con quién compartía su afición a la lectura y a los juegos de rol que no pertenecían al mundano redil. Le encantaba el mundo de H.P. Lovecraft y, de manera directa, todo lo relacionado con el ocultismo y las artes mágicas. Ellos le habían enseñado muchas cosas… Algo que no podía aprender de gente corriente. Tal vez por ello se vio abocada a la moda gótica, pero no era muy radical. Odiaba que la encasillaran en uno u otro bando. No entendía la necesidad de formar parte de un grupo para ir en contra de quien piense distinto a ti.


Su padre fue su mentor o por lo menos eso le gustaba pensar. Aprendía escuchando relatos y anécdotas de aquellos tiempos cuando las personas podían hablar y debatir sin importar ser de uno u otro partido. «Había radicalidad, pero no estaba tan envenenada como en estos tiempos», como él solía decir.
Desde que le diagnosticaron el cáncer se volvió más alegre, jovial y atento. Decía que el tiempo era lo más preciado que tenemos, más que el dinero y la fama, ya que al irse nunca más volvía a nosotros. La única recompensa positiva que se obtenía de las malas experiencias es que no debían repetirse.


Nuc recordaba a su padre siempre: mientras desayunaba, mientras se lavaba los dientes y de camino al instituto. Hacía menos de un año que se había ido, pero no le echaba de menos, ya que sentía su presencia en todo momento.


Cerca de la entrada al instituto se cruzó con Brul, un abusón que descargaba su frustración con cualquiera, salvo contra ella, y más cuando le partió la nariz al intentar sobrepasarse. Por ello Nuc fue expulsada un mes y él se ganó dos puntos de sutura en el labio y el tabique desviado de por vida.


— ¡Hola Nuc! — la voz pertenecía a Clan, una joven con gafas de pasta y sonrisa tímida. Pertenecía al grupo de los freaks y eran inseparables.


Nuc sonrió y emprendieron juntas el camino a clase. Clan no paraba de hablar: de las nuevas series de anime que se iban a estrenar, de la partida de este sábado a la Llamada de Cthulhu… Se le veía entusiasmada y feliz de tenerla como amiga. En verdad el contraste entre ellas era abismal. Nuc media un palmo más y era una de las más altas de clase, más que muchos chicos. Vestía con pantalones tejanos elásticos y a su cintura colgaba una cadena larga donde amarraba las llaves; portaba una chaqueta de cuero barata con un gran parche de una pastilla de color rojo y azul, idéntica a que llevaba Kaneda en la película Akira. Su pelo era moreno y corto, rasurado por los dos lados, dejando el pelo largo que caía en cascada por su espalda y por la frente asomaba un pequeño flequillo color rojo caoba.


Al cruzar frente al servicio de muchachos percibió algo: una sensación que le obligaba a volverse. Apretó la mandíbula y respiró tranquila intentando que el corazón volviera a su ritmo normal. Ella sabía que aquello ocurría cuando ellos la reclamaban y ella no podía hacer caso omiso a la Llamada.


Dirigió una mirada a Clan que la observaba sin pestañear sabedora de que algo no iba bien y que debía mantenerse al margen. Poco a poco Nuc se aproximó a la puerta entre abierta. De su interior surgían voces apagadas y un lastimero llanto que no cesaba de su lento compás. Abrió la puerta con cuidado y vio el espectáculo: dos chicos tenían agarrado a un tercero que se debatía en poder respirar, aprisionado la garganta por un cuarto individuo tristemente conocido en el instituto. Le llamaban Aodel, un chico problemático, déspota y autoritario. En su mano diestra portaba una navaja automática que hábilmente siempre ocultaba mas en ese instante la mostraba con orgullo frente al pobre muchacho. Al darse cuenta de la presencia de Nuc la miró de reojo sin cambiar la posición:


— Vaya, la rarita…


Los dos compinches que mantenían retenido al chaval redujeron la presión con los ojos como platos.


— Aodel tío, nos abrimos… Esta pava es muy rara y…


— No seáis cagaos, sólo es una mujercita que se equivocó de servicio y no sabe que el de chicas está justo al lado.


Nuc se mantuvo tranquila, con el gesto sereno y sus ojos negros fijos en Aodel. Los otros dos, llevados por la prudencia o tal vez el miedo, soltaron al rehén y salieron «por patas» sin darle la espalda a la chica.


— Putos cobardes — exclamó Aodel al tiempo que reducía la presión en el cuello de su víctima—. No se puede confirmar en nadie…


La hoja de la navaja describió un zigzag cuyo destino era el vientre de Nuc. El arma se detuvo apenas dos centímetros de su objetivo. Aodel tenía la mano paralizada por una extraña fuerza que le impedía herir a la muchacha. Para su espanto vio la silueta de un ente reflejada en el espejo de lavabo y ésta sonreía en un rostro cadavérico.


— ¡Maldita niña muda! ¡Muere! — chilló con todas sus fuerzas en un vano intento de liberarse del yugo espectral.


El cuerpo inconsciente de Aodel cayó a plomo entre terribles convulsiones, perdiendo el conocimiento mientras que el otro chico gritó de puro terror al ver la espectral forma del ser que se había materializado frente a él. Poco después el ente se desvaneció como si nunca hubiera existido.


La directora entró al igual que dos profesores que oyeron el grito. No daban crédito a lo ocurrido y poco se comentó después. La ambulancia se llevó a Aodel visiblemente afectado por unos temblores que los sanitarios no sabían a que atribuir. El chico que habían retenido tuvo que ser atendido y puesto bajo vigilancia psiquiátrica debido a las alucinaciones que vio, atribuidas, según los médicos, al shock traumático al intentar robarle. Nuc fue expulsada y conducida fuera del recinto ante todo el alumnado. Sólo un pequeño grupo le saludo en la distancia, sus queridos amigos, todos ellos igual de espectrales que las entidades que sólo ella podía ver.

5º relato

Para caer en el olvido

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?

Esa extraña sensación de libertad segundos antes de que tu cuerpo se tope contra el suelo…

Fue un día como cualquier otro: monótono, aburrido y lleno de problemas. Ser corredor de seguros es un trabajo difícil y muy mal pagado, pero es lo mejor que se puede conseguir en estos horribles años veinte. Mucha gente está en paro, después del final de lo que los periódicos sensacionalistas llaman la primera guerra mundial, cuesta más ganarse el pan. Para colmo casi muero aplastado al caer cerca de mí un hombre, o por lo menos algo muy parecido antes de estamparse contra el suelo; es muy común últimamente.

Con el susto en el cuerpo, temblando y ya por el segundo pitillo consumiéndose en mis labios, llegué al bar charles donde nos reunimos todos tras una dura jornada. En una esquina de local, lejos de miradas u oídos indiscretos, solíamos contar nuestras anécdotas. El bueno de Sami, estoico a la par de estricto, dejaba sacarnos los zapatos y así poder descansar los doloridos pies tras patear Manhattan de un lado al otro. Puta isla de mierda. A qué loco se le ocurre construir una gran urbe aquí.

Me quito el calzado y depósito la planta de los pies en el suelo bajo la mesa. Siento el placer del frío suelo a través de mis calcetines y el pronto alivio llega a mi cuerpo y alma olvidando por un momento las penurias pasadas.

—Le colé un seguro y para postre me acosté con su mujer—. Exclamó Clarence, un veterano del sector con tantos años de experiencia como fanfarronería.

—Eres un fantasma — añadió James, más borracho que de costumbre, de hecho, empezaba a primera hora con la bebida y no paraba hasta bien entrada la noche. Su hígado debía de pertenecer a alguna clase de ente paranormal que se nutría de alcohol y mantenía a su huésped para no morir; y así en un ciclo sin final hasta que alguno de los dos (o los dos a la vez) estirara la pata. Según nos relató su mujer le había pedido el divorcio.

— La buena de Sara ha tenido demasiada paciencia contigo. Te esperó hasta que volviste vivo de la guerra, pero más borracho que un piojo sureño. Francamente no te culpo, para soportar aquello hace falta mucho licor.

Todos los rostros se volvieron a mí, yo continuaba absorto en el placer que me proporcionaba el frío de la superficie, pero el silencio fue suficiente para abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Esquivaron mi mirada, eso me puso en alerta; tras años como compañeros sabía que algo no iba bien.

— ¿Qué coño pasa? — se sorprendieron oírme en ese tono, sobre todo Clarence que me conocía más que nadie. Además de amigos éramos inseparables desde la guerra. Con la voz temblorosa relató:

— Jim… Se oyen rumores en el gremio…

¡Mierda! Eso no eran buenas nuevas, pero tal como iba la conversación todo rondaba por el tema familiar y en concreto por la parte fémina.

— ¿Aura? ¡Ni de coña! Nos amamos y todo va sobre ruedas. Los pistones están bien engrasados y antes, hijos de la gran puta, que supongáis de que no doy la talla con mi mujer os advierto que os partiré la mandíbula a quien lo insinúe.

— no, no, para nada amigo, ya lo sé, bueno, lo sabemos — dijo dirigiéndose al resto que asentían con cómico ademán, bajando y subiendo las cabezas, si bien sus ojos decían lo contrario—. Sólo te informo de lo que se oye y… Mira, mañana tómate el día libre, compra un ramo de flores y una buena caja de bombones, lleva a Aura a comer, al cine y eso. Sólo por los viejos tiempos… ¿Lo harás?

Me levanté de golpe, con los puños apretados y la mandíbula tan tensa que parecía que se me iba a partir en dos. Todos sabían de mi mal genio y no se opusieron de que me marchar de esas maneras y menos sin pagar.

Corrí sin parar hacia mi casa. Fue al notar mis pies húmedos cuando me di cuenta de que me había olvidado los zapatos en el bar. ¡Era ridículo! sí es cierto que era tosco en el trato y, puede, que poco cariñoso, pero era un hombre, era «su hombre» y con eso debía de bastar.

Entré sin ni siquiera saludar al conserje que observó atónito como no esperé el ascensor y subí los quince pisos del tirón. Tenía buena forma física y el ejercicio no me cansaba. En la guerra corría más que las balas, eran buenas maestras, eso es lo que me hubiera gustado enseñarles a mis hijos…, cuando los tenga. La mala suerte, —»mi puta mala estrella»—, dije al pasar por la planta treceava. Estoy haciendo el ridículo, seguro… Pero debo cerciorarme personalmente.

Fue antes de llegar a la puerta cuando escuché los gemidos. Mi cuerpo se paralizó un instante para después, casi de cuclillas y en perfecto silencio, sacará mis llaves e intentará abrir la puerta. Me introduje como una comadreja no sin antes agarrar el bate de béisbol, recuerdo de mi niñez y que tenía tras la puerta, por si acaso encontraba malas intenciones que quisieran entrar, y mira tú por dónde ahora quien quiera que fuese estaba dentro de mi morada y follándose a mi mujer.

Tras el salto por el balcón todo importó poco… La sangre, los sesos desperdigados por la pared, el cuerpo de mi querida esposa y su amante aún abrazados y agazapados por el miedo con las cabezas abiertas… Ya poco importaba. Lo que dijeran de mi en las noticias de mañana poco importaba: palabras para caer en el olvido.

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?
3er relato

Miedo

¿Has tenido miedo en alguna ocasión? Siempre me hacen esa pregunta, y en verdad me revienta que me la haga, señorita. ¡Pues claro que lo he sentido, coño! ¿Acaso tú no? Estoy seguro que sí, todos lo experimentamos. Es un sentimiento más, pero hay muchos niveles de miedo antes de que se desborde en un ataque de pánico.

Cuando estás en el aire, en las entrañas de un C-47, y sientes como los proyectiles de artillería rozan el casco; con ese martilleo de los motores pulsando por volar y no colapsar y caer al vacío de la noche…. Sí, eso sí que es miedo. Pero peor es cuando saltas desde ese cacharro infernal rumbo a la oscuridad: el viento te azota la cara, sientes el olor de la pólvora en el aire, y ves como los fogonazos de tierra intentan derribar a los aviones. En más de una ocasión uno de estos me acompañó en el descenso a pocos metros de mí envuelto en llamas. Una luz entre las tinieblas.

Odio las operaciones nocturnas y aquella fue la peor. Corría el 6 de junio del 44, sobre suelo francés. Teníamos que caer detrás de las líneas alemanas, pero el viento es caprichoso y te deja donde le place, poco importa lo que sientas, creas o a que Dios reces, de hecho, los alemanes y nosotros creíamos en el mismo creador…, irónico, ¿no cree usted?

Cómo le decía, caíamos al vacío mientras que las trazadoras silbaban a nuestro alrededor. Lo mejor venía cuando desplegabas el paracaídas y una de esas malnacidas te perforaba la tela. ¿Qué? ¿Qué mejor eso que no te alcance en el cuerpo? Créame, joven, que no es así. Vi a compañeros caer como flechas precipitándose contra el suelo, quedando una masa deforme de carne y huesos saliendo entre las costuras del uniforme de combate, para segundos después, ¡oh destino cruel!, caer sobre ellos la tela rasgada del paracaídas como mortuorio homenaje póstumo.

En una ocasión me pasó lo mismo, lo del rasgar del paracaídas quiero decir. En esos momentos sientes que el tiempo se detiene, el ensordecedor ruido del aire pasa a segundo plano e impera la supervivencia pura: cortar las cuerdas con el cuchillo, liberarse de la mortal sacudida y desplegar el paracaídas secundario.

Yo lo hice y vive Dios que estuve muy cerca del suelo y de morir. Desplegué a pocos metros antes de tocar tierra. Sólo me partí los calcáneos y la tibia derecha: un pequeño precio que pagar a la muerte para continuar en la partida.

En esa ocasión no pude seguir a mis hermanos y entablar batalla…, pero en la dolorosa oscuridad pude oír los proyectiles pasando sobre mí, los gritos de dolor de los heridos, el sonido de la certera bala al alojarse en un punto vital sin tiempo de maldecir o llamar a la madre querida. En aquella ocasión perdí el conocimiento y tuve horribles y extrañas pesadillas de seres antropomorfos que intentaban alimentarse de mis restos… Y yo no podía huir.

Desperté en un hospital de campaña y ese fue el final de la guerra, al menos para mí. Nunca olvidaré aquella noche y el miedo que me acompaña, como un amante esquivo que aparece en el momento menos oportuno para estampar sus fríos labios contra los míos. Un momento en que la parca me recuerda que pronto vendrá a por mí, aunque, si le soy sincero, en esos momentos, ya no siento miedo.

2º Relato


Huir


—¡Por mucho que corras no podrás huir!
Eso se repetía una y otra vez mientras aceleraba el paso, apretado el bolso al pecho mientras que la sudoración empapaba su blusa.
El callejón, uno como cualquier otro, oscuro, frío y cuya única que luz venía de fluorescentes de clubs nocturnos, se abría ante ella y el abismo. Las luces de neón dibujaban extrañas siluetas en los charcos, pesadillas de figuras antropomorfas que parecían seguirle allá donde ella iba.
Torció la esquina, otra calle larga y vuelta a empezar con el eco amortiguado de los tacones sobre el adoquinado.
Giró otra calle, ¡Bum! Y encontronazo. Su chulo no le dio ninguna oportunidad. Bofetón en la cara y al suelo. El mocasín italiano pisó fuerte su mano, aprisionando a la vez que infringida un dolor agonizante. El suelo húmedo estaba frío, pero más lo estaba su alma. Las lágrimas se derramaban como fuego en aquel rostro marcado como tantas otras veces por cicatrices de pagos retrasados.
— No puedes huir, zorra —dijo sin pasión aquel aristoso aliento—. Ni lo volverás a hacer jamás.
El filo de la navaja rasgó el abrigo dejando al descubierto unos pechos firmes y morenos. La macabra sonrisa de su torturador reflejaba lo poco humano de aquel ser; encantador cuando tenía dinero, vil y cruel cuando no lo había.
El grito se ahogó cuando el puñal atravesó la nuca y salió por la boca. La joven permanecía tumbada, con los ojos abiertos de par en par mientras que la sangre le salpicaba a borbotones. El chulo cayó de bruces con extraños espasmos que agitaba su cuerpo moribundo.
— ¡Clara! Te dije que no huyeras.
La alta y delgada figura de una mujer entrada en años la sobrecogió, pero no de miedo, sino de alegría y gozo. Mia Magreb, conocida como la «madamme», era una vieja veterana de las calles; cariñosa con antiguos clientes y amantes, y despiadada contra aquellos que se atrevían a tocar a sus «niñas», como ella solía decir. Fumaba un puro habano mientras que, por el hueco de la traqueotomía mal cerrada, ascendía el espeso humo hasta los ojos esmeralda.
— Ya te dije, mi niña, que no puedes huir. Debes pararte y luchar. ¡Plantar cara!, aunque sepas que el combate esté perdido —dijo mientras ayudaba a incorporarse a la temblorosa joven.
— Ven, yo rondo por la zona más tranquila, donde hay jóvenes más guapos y dejan mejores propinas. Además, huelen a perfume y te invitan a beber. Deja atrás a ese trozo de carne: que las ratas den buen uso a sus pútridas carnes. Las tuyas, hija mía, aún están firmes y puedes sacar buen partido de ellas, siempre y cuando las trabajes para ti sola, sin compartir dinero con nadie más.
— ¿Cómo encontrar un buen marido? —tartamudeo la joven, sonriendo para pasar el miedo.
— ¿Matrimonio? Sí, por qué no. Pero recuerda que hay matrimonios que terminan bien y, en cambio, otros duran toda la vida.
Las risas llenaron el ambiente al son de un solitario saxo mientras la niebla ocultó sus perfectos contornos. Una noche más para celebrar que estaban vivas y que es mejor luchar en un mundo donde, por muchos callejones que recorras, nunca podrás huir de la vida.

Huir de un oscuro callejón para escapar de un terrible enemigo. Pronto la cacería llega a su fin. No temas: la ayuda esta en camino.
Le femme fatal