El mundo de Menoïch
17º Relato

…lo que pueda pasar en el futuro

Capítulo1

Mel despertó de golpe, sólo vio oscuridad. Su visión se adaptó con lentitud a las sombras de la noche mientras oía el inconfundible sonido de las sirenas de policía. Un aerodeslizador surcó la noche de ébano pasando a escasos metros de su cabeza. Mel respiró tranquila. Llevaba muchas noches durmiendo en la intemperie bajo el puente de acceso a la vía rápida esperando el momento justo para poder entrar en el edificio. Desconocía lo que pasaría tras las puertas de acero, pero seguro que sería mejor que pudrirse en el asfalto, aburrida de la larga espera.

La noche era el único momento en el que te podías mover. Por la mañana, al salir el sol, las temperaturas aumentaban tanto que respirar era un suplicio; imposible siempre y cuando no tuvieras las prótesis adecuadas y los filtros nasales para enfriar el aire. Además, era la única posibilidad de sacarse el casco y sentir algo de viento en el rostro. El nivel de oxígeno y la calidad del mismo estaban muy por debajo de lo viable, pero aquel sentimiento de naturalidad le daba… felicidad; pero no una felicidad sintética.

Si ella quería podía ordenar al chip cuántico, implantado entre el cerebelo y el tronco cerebral, administrar cualquier tipo de droga para aliviar dolor o sufrimiento y, de la misma manera, no caer en dependencia, aunque de esto último no había un 100% de posibilidades de éxito. Por alguna extraña razón que se desconocía, muchos implantes eran rechazados por el cuerpo y, aunque se suministrarán las drogas adecuadas para evitar el rechazo, sólo aceleraban el proceso y la inevitable muerte del sujeto. Otros afirman que nuestra alma nos abandonó hace siglos y que sólo poseemos una coraza vacía dirigida por la CPU de un sistema a distancia, como un inconsciente colectivo artificial del cual nada o nadie estaba al mando.

Los suicidios se habían multiplicado por mil y aumentaba de manera alarmante. El Gobierno Indisoluble estaba planteándose la creación de clones que nunca sintieran miedo, ansiedad o depresión, pero todas las pruebas y prototipos habían fallado. Era como si la esencia del ser humano hubiera desaparecido dejando aquí la materia.

A mediados de este siglo proliferó la creación de sectas que anunciaban que el infierno estaba aquí y que seríamos felices al pasar al otro lado. Se amparaban en escritos apócrifos donde se creía que la resurrección era realmente pasar a la otra vida y que aquí estábamos muertos en verdad. Pronto se apresuraron a desmantelar cualquier tipo de idea independiente bajo amenaza y sentencia capital, aunque aún existen seres que siguen ese mismo credo; de hecho, ella estaba allí por uno de estos sujetos.

Mel sacudió la cabeza ante tales ideas y volvió a colocarse el casco. Activó las pantallas que se proyectaron en su visión mostrando la mejor ruta de acceso cuando estuviera dentro del complejo. El camión de prisioneros llegaba tarde, pero esa era su única oportunidad.

El gran mastodonte de acero arribó en silencio, suspendido en el aire por los motores antigravitarorios. Parecía una gran caja rectangular de metal brillante, pulido como un espejo. Mel no se vio reflejada al pasar a su lado: el camuflaje termo óptico funcionaba a la perfección, cómo bien pudo comprobar.

Se deslizó en silencio cerca del vehículo pegada lo máximo posible. Si tocaba el transporte, o simplemente lo rozaba, la máquina detectaría un eco extraño y sería el final de la misión. Paralelamente tampoco podía pisar el suelo al traspasar el umbral de la prisión, ya que tenía un sistema innovador, tan fino que podía detectar el peso de una cucaracha sobre su superficie. Los sistemas de defensa harían su labor desintegrando cualquier intruso y ella no quería verse en tales cuitas. Deslizó la mano al cinturón y conectó el sistema antigravitarorio mientras daba un último impulso antes de que las puertas se cerraran tras de sí.

Iba a ser una misión complicada.

Mel Aglaya es una soldado, una guerrera, una superviviente de un mundo tomado por fuerzas alienígenas invasoras. Emprenderá una aventura épica. ¡No os lo perdáis!
16º relato

Nos aterra…

—¿Cómo lo vamos a hacer?

La pregunta quedó en el aire. El despacho era muy amplio y luminoso. En el centro había una larga mesa negra, y dentro de la misma, una talla que representaba a la perfección una estrella de trece puntas. Cada una de las puntas acababa en los extremos de la mesa donde trece humanos aguardaban sentados. Uno de ellos, el más joven y visiblemente inquieto, volvió a hablar:

— Tengo problemas en mi departamento. No sé cómo enfocar la propaganda armamentista para la campaña en el Este de Europa.

— ¿Cómo? Pues como siempre —contestó un hombre menudo y de escaso pelo situado frente él—. Contratemos a las empresas de publicidad adecuadas para echar una mano, como hicimos en la primera guerra de Irak, la de Kuwait ¿Os acordáis? La niña iraquí…, creo que se llamaba Nayirah, que habló al público para rogar que los EEUU entrarán en el conflicto. Fue genial, y eso que esa niña ni había pisado Irak. Todo muy bien orquestado. La verdad, y justo esa es la clave, en la actualidad se sabe que aquello fue un montaje y ¿ha pasado algo? ¿Ha habido alguna clase de represalias contra nosotros? ¡Qué obra maestra del engaño! Aún recuerdo los videos de soldados iraquíes disparando por la espalda a mujeres y niños cogidos de las manos ¿Os acordáis? Todo un montaje, una patraña, aún más real al hacer aquel reportaje que destilaba ese tufo patriótico.

El sonido de alguien esnifando resonó en toda la sala. La coca iba y venía como siempre. Buen material traído de Sud América, o como ellos lo llamaban: su Narcofarmacia. El tráfico de drogas y armas era altamente conocido entre los peces gordos de la asociación. Eso y la Black Water como trabajadores y sicarios para hacer lo necesario en el lugar más inaccesible; no en vano el gobierno yanki había provocado golpes de estado en países democráticos en Sud América para beneficio propio, cómo siempre.

— ¿Y el pueblo? ¿La gente llana? ¿Esos no dirán nada?

— ¿Que? ¡Harán lo que les digamos, coño! En Norte América tenemos más de 37 millones de pobres, muchos viviendo en las calles y tienen su bandera en el carro de la compra o bien ondeando en su mugrienta tienda de campaña. ¡Harán lo que les diga la publicidad! Y ahora calla, me estás poniendo nervioso.

Frank era una persona peligrosa cuando se enfadaba y Bill lo sabía. Éste prosiguió en tono conciliador:

— Eres muy joven para lo que tratamos de explicarte. La propaganda lo mueve todo. ¿Fake News? Ja, ja, ja. Esto viene de viejo, niño. Seguro que no sabes la historia del SS Maine, el barco que hundieron los españoles en la Habana. No hay ninguna prueba de que lo hicieran ellos, es más dieron cobijo y primera asistencia a los supervivientes. En cambio, William Randolph Hearst, el sensacionalista, acusó en su periódico directamente y sin pruebas a los españoles, y a nosotros nos fue realmente muy bien, y así le declaramos la guerra con el pueblo a favor. Le arrebatarnos las provincias de ultramar entre ellas Cuba: nuestro puticlub particular.

— Pero entonces: ¿Qué fue lo que provocó la explosión del acorazado?

— Puede que las calderas, o… ¡Cállate de una puta vez! ¡Nosotros hacemos las preguntas, nosotros fabricamos las putas respuestas mocoso de mierda!

Frank tuvo que ser contenido por dos socios ya que sacó el arma de la cartuchera oculta en su tobillo. El joven Drake tuvo que abandonar la sala al perder los nervios y la función de los esfínteres.

— Nuestro nuevo compañero es un poquito blando ¿No os parece? —Bill destapó el bote de Valium metiéndose un par de capturas que empujó hasta el estómago con un buen lingotazo de bourbon añejo.

— Es muy joven para liberarlo, no ha aprendido nada. Hay que tener paciencia.

— Aquí la paciencia no tiene cabida.

Hubo un silencio aterrador. El sillón número 13, que presencia la mesa habló. Él casi nunca hablaba y cuando lo hacía su palabra era ley. Prosiguió:

— La paciencia es sinónimo de esperar y aquí no esperamos nada ni a nadie—. Con un leve gesto de cabeza, dirigida a uno de los once guardaespaldas que protegían la velada, ordenó al sicario que partió rumbo al lavado ante las miradas silenciosas del resto. No tardaron en escuchar el golpe y el forcejeo de alguien que lucha por sobrevivir. La cuerda de piano es efectiva para que la víctima no grite, pero puede alargar durante minutos su agonía. La reunión continuó con el hilo musical de los gorgoteos y los zapatos arañando la pulida superficie.

— Si no recuerdo mal — prosiguió el viejo Duck— Nayirah al Sabah, era la hija del embajador de Kuwait en EEUU. Ella se formó en una empresa de relaciones públicas para su discurso… Contratar a esa empresa, si es que existe en la actualidad, y en el caso contrario buscad las raíces de esa empresa. Con los recursos informáticos que disponemos será fácil encontrarlos. Bien: doy por zanjada está reunión. Cada uno a lo suyo y recordar: una mentira contada mil veces acabará siendo verdad. Nosotros representamos el futuro, no lo olvidéis.

Duck abandonó la sala en su silla de ruedas electrónica ante la comitiva que se puso en pie en señal de respeto aún con el sonido amortiguado del joven que estaba siendo estrangulado. Cuando se cerró la puerta de doble hoja de ébano se sentaron y, para qué negarlo, respiraron con alivio. Siempre ponía nervioso a la gente y no era por su poder, sino por eso ojos despropósitos de vida, más cercanos al muerto que la vivo.

Bill, tomando la iniciativa y coincidiendo con la salida del sicario que se había lavado concienzudamente las manos en el lavabo, dijo:

— Bien, ya sabemos lo que hay que hacer. Si nadie dice lo contrario me quedaré con el departamento del joven que ha pasado a mejor vida, al menos hasta que captemos a otro más sagaz y con menos escrúpulos. Bueno, felices fiestas a todos y que Dios os bendiga.

Tenemos familias y con ello el compromiso de hacer un mundo mejor. Pero ¿Qué pasa cuando los gobernantes son unos auténticos bastardos?
15º relato

…de la desidia a la sinrazón

Ya queda poco para las elecciones, tres años y nueve meses si no recuerdo mal…

Necesitamos que nos mires, que nos quieras, que nos aprecies y, sobre todo, por nuestro bien común, que nos votes.

¡No votes a los Otros! Ya sabes quién; esos que son lo contrario de lo que eres tú, de lo que somos buenos: los que sabemos la Verdad.

No votes al enemigo que está equivocado. Haz lo correcto. Eres parte de algo más grande, de la Gran hermandad de la Verdad. Ven a nuestros mítines:

Tenemos una gran fiesta, una gran familia que te acogerá y cuidará protegiéndote de los Otros. Somos lo que siempre has querido, somos los que piensan por ti al abdicar de tu libertar de pensar o luchar: esa es nuestra libertad, nuestra Verdad.

Tenemos un gran circo mediático con formadores de alta y baja estofa; modelos de piernas infinitas y altos despropósitos morales. Todo para ti y tú familia: Nosotros.

¡Ay de aquellos ignorantes pusilánimes que se atrevan a contradecir la Verdad!

¡Ay de aquellos que se alejen de la razón!, pues nosotros somos la luz en la oscuridad, la sacra antorcha que quemará a aquellos que nos quieran mal a nosotros, a ti.

Ven, déjate convencer. Abrid el vientre de vuestros hijos y dadnos las entrañas de vuestra desesperación, porque eso es lo que los Otros quieren de ti: tu absoluta devoción.

Nueva propaganda política en el siglo XXII. La asistencia es obligatoria, en caso de no asistir se procederá a la detención y posterior juicio—sentencia capital.

Tengan buenas tardes, ciudadano.

Ministerio de bienestar social y asuntos folklóricos.

14º Relato

Sin Fondo

Desde mi posición veo la botella vacía, sin fondo; tan hondo como la pena y el pesar que arrastra mi corazón cada vez que bebo hasta la extenuación. Poco a poco me incorporo para comprobar al instante que mi precario equilibro me hace medir el suelo por segunda vez. Allí…, allí continúa el casco de Ginebra dando vueltas sobre sí misma en un baile efímero que provoqué al tropezar con ella.

La cabeza me va a estallar. La sensación de vacío es desalentadora. Mi boca sabe a vómito, sangre y tabaco; pastosa hasta el extremo que mi lengua parece una loncha de queso para fundir pegado al paladar.

Vuelvo a intentarlo, me quedo a cuatro patas y aun así es ardua tarea. El suelo se mueve y las náuseas no tardan en llegan, pero ya no queda nada en mi estómago. Los espasmos vuelven mas ahora brotan de mis labios resecos y agrietados pequeños hilos de sangre que se pierden en el vacío.

Ayer salí arreglado, cómo no; ahora parezco un indigente con una camisa que no ha mucho era blanca, mas ahora, está estampada de restos de bebida y de la cena.

— Si mi departamento me viera así… tendría serios problemas, aunque no soy el único que bebe —Me dije con voz queda. Otros en la oficina le dan más a la farlopa, entre los que también me incluyo. En esas reuniones se firman acuerdos millonarios, muchos se cierran en puticlubs de lujo. Son los mejores: buen servicio, discretos y de fiar. Para alguien con familia como yo es algo a agradecer.

La apariencia lo es todo y yo tengo percha y labia, pero ahora no sería capaz ni de leer las instrucciones para abrir un phoskito. Mi glamour queda en entredicho con todo lo que en mi asoma. Y hablando de sacar la nariz: Sara, mi mujer, se ha quedado un buen rato mirándome desde el umbral de la puerta y no ha tenido el detalle de acercarse y taparme: estoy helado. Siento clavados en mi nuca esos gélidos ojos azules… ¡Zorra adicta a los opiáceos! No sé cómo nos aguantamos. Seguimos por nuestro bien común, en lo laboral, quiero decir. Ella es estilista y dirige una importante empresa de modelos de lencería. Suerte que los críos ya son grandes y estudian fuera…

—Tengo que dejar de beber —Pienso, si bien las manos no obedecen mi voluntad. El subconsciente toma la iniciativa sirviéndome una ración doble de bourbon.

Aquella extraña sensación vuelve, la misma desde que era niño. Parece que está en mi cabeza, por detrás y dentro del córtex prefrontal. Está aporreando cada fibra del cerebro apelando a los sentimientos enterrados años ha. Reo en una cárcel de la que no puede escapar; forjada con mi propia avaricia y atroz sed de fortuna. He llegado muy lejos, enterrando cosas como la piedad, la empatía y la misericordia. Me he follado todo lo que he podido e, incluso, lo que no he querido para triunfar. Suerte que el dinero todo lo borra… pero allí está ese pequeño intentando escapar, chillándome que lo deje, que vuelva a casa, que no me haga más daño.

—¡Mañana lo dejo, lo juro! —grito en la soledad de mi comedor. Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar aquel poema que de niño tanto me gustaba y que tan bien plasmó el inmortal Lope de Vega, que rezaba en sus últimas estrofas:

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

13º relato

Caer en el pozo

Uno no sabe dónde ponerse en un lugar así. Mira que hemos visto pisos cuya falta de higiene roza el Diógenes, pero arrimarse a un mueble puede representar pringarse de algo cuyo origen era muy diferente, como un yogur caducado que pasa del estado sólido blanquecino al líquido amarillento y pestilente.

En aquel lugar se respiraba un aire viciado, sucio; sudor rancio impregnado en las sabanas y orinales que no se vaciaron en días. Pero había algo más en todo aquello. Algo que acompañaba cada servicio y que es una constante inamovible: la soledad. Ese mal que azota el alma y alojada en cualquier casa, ya sea desestructuradas, de alto o de bajo recurso.

La enfermedad no viene sola. La ansiedad y la depresión se suman para devorar el alma del paciente, prueba de ello las colillas amontonadas en un rebosante cenicero, quemada la carga y la vida de aquel que la consume; las tabletas de pastillas vacías y dobladas sobre la mesa o cajón: Diazepam, Citalopram y tantas otras marcas tristemente conocidas.

En algunos casos, no todos, también acompaña el alcohol. No es de extrañar encontrar a simple vista botellas a medio vaciar de licores baratos de supermercado o Tetrabrik de vino amontonados en un equina y cuyo líquido pringa parte del sucio terrazo.

Miras las fotografías, algunas en blanco y negro, y ves risas, compañía y buenos momentos, testigos mudos como esfinges sin alma vigilantes ante el paso del tiempo… de aquel que ahora yace tirado en el suelo y que nunca más se volverá a levantar.

Hay viviendas cuya limpieza e higiene brillan por su ausencia. Quedarse pegado al suelo es lo de menos, creedme.
12º Relato

A la espera de una muerte anunciada

Dedicado de todo corazón a Las historias Las historias de Alfonso Fernández-Pacheco y a mrwolfproblemsolver.

—¡Quietos todo el mundo!

—¡La madre que lo parió, la madre que lo parió! —Emeterio no podía parar de reír. Ese viejo lo había hecho y mira que se lo dijimos: cuando entremos en el banco nada de chorradas, todo como estaba previsto. Pues nada, Saturnino con sus cosas de la época de 28F.

— ¡He dicho que quietos todo el mundo, coño! —el sermón vino aderezado con plomo, para ser exactos de postas del cartucho de 15 que se expandieron alcanzando un plafón de fluorescentes y el aparato del aire acondicionado. Eso sí que nos jodió. ¡Con la calda que caía!

La cosa empezó bien, como habíamos dicho. Algún que otro desmayo del personal y de la respetable clientela: trabajadores y jubilados que depositaban allí su dinero tan dignamente ganado. Recuerdo que una muchacha se desmayó sólo de ver a Gervasio con las cartucheras cruzadas al estilo bandido mejicano, con una boina calada a la frente y un puro Farias corona en una boca desdentada salvo dos paletillas superiores que asomaban por el labio inferior. Cariñosamente le llamábamos “el niño”, pero era el más anciano de los cuatro… Unos noventa y siete años creo recordar. Veterano de Sidi Ifni y legionario de corazón como demostraban sus tatuajes desgastados en el antebrazo, mientras farfullaba:

— Mecagoentupadre, pero vamo o no vamo al lío.

Perdonad que no me haya presentado, mi nombre es Casimiro y soy el que lleva chaqueta de esmoquin, pantalones cortos de pijama y calcetines blancos con rayas rojas. Soy un galán, cómo pueden ver, lástima que yo no haga honor a mi nombre y tenga que portar unas gafas de pasta marrón de los setenta, con lentes de culo de botella de la empresa Indo. Mi oculista cada vez que me ve entrar a la óptica se toma un Valium aderezado con güisqui Dyc, sabiendo de buena gana que la inspección ocular será entretenida. Siempre que entro salgo con cinco dioptrías de más.

Pero volviendo al atraco, una tarde, ya anocheciendo en el hogar del jubilado, y con más vino de Moriles en el cuerpo de lo que pudiéramos soportar, se nos ocurrió una idea, absurda para algunos, genialidad para los presentes; sin olvidar a nuestros camaradas de la tercera edad que nos animaron con frases como: estáis como una chota, no tenéis huevos, lo vuestro es de garrote vil, etc. Hasta hicieron una porra para ver quién era el que salía en la tele. Hasta las del taller de costura nos hicieron los pasamontañas de macramé que olvidamos, por cierto, en el bar del Perico donde almorzamos antes de entrar en el asunto que nos traiga por aquel entonces en plena faena.

—Señorita —me dirigí cortésmente a una chica con gafas de moldura de aluminio, muy caras y modernas, de esas que las llevan la gente que ve bien y que van la moda.

—¿Señorita? —insistí al ver como su posición vertical pasaba a horizontal al poner los ojos en blanco y desmayarse. Para mi asombro no había sido yo el causante de tal atropello. Emeterio estaba a mi lado, asomando la cabeza por encima de mi hombro izquierdo mientras que exaltaba el espeso humo del cigarro liado El Pueblo, pegado a su labio inferior. Era un buen hombre, pero creo que no estaba bien del coco. En sus años mozos fue funambulista en un circo errante y su número de traga sables era su obra “Magna”. Siempre innovaba con nuevos retos hasta que se le ocurrió tragarse un paraguas. Tuvo que operarle de emergencia James el payaso cuando se le abrió el paraguas dentro del cuerpo. Ese fue el final de su carrera.

Saturnino estaba a un par de mesas de nosotros, preguntando a un empleado que tal estaban los tipos de interés, como si de verdad entendiera del asunto. El joven, con quien mantenía la conversación, ensució los pantalones cuando, sin querer, arrimó el doble cañón de la escopeta de caza demasiado cerca de su cabeza a la par que estornudaba. Reventó el poste de anuncios y la vitrina por donde entró la policía, visiblemente nerviosa, haciendo aspavientos y soltando tacos de esos que mejor no repetir.

El juicio estuvo bien: el juez se pellizcaba el puente de la nariz cada vez que leía el acta de cuatrocientas páginas de nuestra declaración. La sala tuvo que ser desalojada en repetidas ocasiones por el público que asistió; entre ellos, familiares, amigos, un movimiento antisistema y la mayoría del geriátrico Los Cuatro Vientos.

La prensa nos apodó como: Los Justicieros de la Tercera Edad. Saturnino nos bautizó como: Atracadores Bribones a Tiempo Completo, cosa que, por una vez, y que no sirva de precedente, le tuve que dar la razón.

Fuera del juzgado fue un espectáculo. Los periodistas querían entrevistarnos e incluso un circo local, sabiendo que Emeterio había sido del gremio, montó una parada con atracciones, puesto de golosinas y hasta trajeron a Claudio, un león del Senegal con más años que nosotros cuatro juntos. Fue fenomenal cuando, después del alboroto del gentío y una mascletá traída de valencia para la ocasión y para celebrar nuestra absolución por problemas mentales o renales (no recuerdo bien), el león Claudio tomó la senda de la libertad escapando por el parque del retiro; creo que aún lo están buscando.

En fin, esta es nuestra historia, pero han de saber que nuestra hazaña ha llenado muchos periódicos e, incluso, hemos revivido un viejo programa de cotilleo que iba a cerrar. En un país como este, tan hastiados de corrupción y depresiva monotonía televisiva, les va de perlas estas buenas nuevas. Hasta nos ofrecieron ir al programa, pero ante la negativa de llevar a «Remigia» la escopeta de Saturnino, hemos rechazado la sustanciosa recompensa y hemos invertido lo poco ganado en nuestro hogar del jubilado que, por primera vez, tiene barra de bar, sala de ocio con juegos de «verdad» y una cola de familiares que creen que el dinero lo van a heredar ellos. Mis cojones treinta y tres, como decíamos en nuestra época. Preferimos quedar a jugar a la brisca o al tute a la espera de una muerte «más» que anunciada.

11º relato

En un mar de incertidumbre

Aún puedo sentir el olor del atardecer de mi patria, el color de los olivos, la risa de los niños jugando en la planicie que nunca más volveré ver.

Navegamos a nuestro destino por mandato divino. Agamenón toma el mando jurando que Zeus le habla en sueños y cuya ayuda será determinante junto a Poseidón y otros dioses del Olimpo. Yo no sé qué creer ya: o es por los dioses o es por Helena ¿O todo a la vez?

El destino es igual de peligroso que este mar tan tranquilo como inesperado y cruel. Atravesamos el Mesogeios Thalassa rumbo a una tierra cuyas gentes están dispuestas a luchar hasta el final. Tomar esa ciudad será una pesadilla que a muy seguro nos llevará años si no tal vez más.

A mi lado viaja un guerrero de gesto serio y risa atronadora: Áyax, el Grande, es hijo de Telamón y Peribea. Es un titán de dos metros y cuya constitución los dioses quisieron comparar con el mismo Heracles. Odiseo bebé vino mientras observa la belleza del mar, sin poder reprimir cierta nostalgia por Ítaca, su tierra.

Llevamos días en el mar sin más compañía que nuestros barcos y la superstición de los marineros que parecen eludir ciertas rutas, como sí, en el abismo insondable, hubiera criaturas del Hades dispuestas a devorarnos.

A unas naves de distancia se vislumbra la figura de Aquiles, el grande, y muy cerca de él, Patroclo. Los hombres tienen la moral alta, supongo que, por estos legendarios luchadores, pero la mayoría de la tropa es joven y no han visto tanta masacre como yo, algo más viejo y sereno en mi experiencia; veremos si darán la talla cuando pisen la costa. Allí, cuando el enemigo caiga sobre nosotros, se verá el valor y la dinastía que tanto suelen eludir llamando a los dioses para traer sus favores. No saben que el enemigo es fuerte, recio y lucha por su tierra. Troya será una bonita tumba para muchos y una gesta para los poetas cuando cambien el horror por el honor.

El rey Príamo no nos lo pondrá nada fácil. Ese viejo tiene redaños y sabe cómo infundir valor a los suyos, así como sus hijos Héctor y Paris. Héctor es un guerrero, tan hábil como fuerte y astuto, será difícil socavar la voluntad, ya que las guerras no se ganan sólo por la fuerza y la destreza: si no con estrategia y una buena dosis de paciencia. Eneas, en ese mismo sentido, es una fuente de problemas para nosotros, ya que se dice que desciende de la mismísima diosa Afrodita.

Hace años que llegamos a Troya y el asedio es peor de lo que esperábamos. Años de cruel asedio, enfermedades y mala nutrición. ¿Y los dioses? Si en verdad han urdido algún plan estoy seguro que se lo guardan: serpentean sus envenenados consejos en los oídos de uno u otro oponente. Los dioses son crueles y les gusta tanto el valor como el sufrimiento.

Hoy se me ha encogido el corazón: Aquiles y el rey Troyano Príamo han pactado una tregua para poder llorar la muerte de Patroclo y Héctor. Aún hay algo de honor en toda esta maldita sinrazón. Me siento más fuerte y la vieja sangre vuelve a mí. Serán once días de luto, pero después volveremos a la guerra.

Estoy herido de muerte… Justo a las puertas de Troya. Un guerrero, un guardián ha sido mejor soldado que yo… Le felicito. Ojalá nunca pierdas la fuerza y otorgues a tu mujer muchos descendientes con tanto valor. Yo por mi parte dejo este mundo rumbo al Hades, destino que observo rodeado de gritos de horror, fuego y sangre… La misma poesía que siempre me ha acompañado desde que era un niño y dejé mi tierra.

Una batalla épica en un lugar del que se creía leyenda. Troya nos ha fascinado por sus historias. Aquí os traigo una de ellas.
10º relato

Vivimos

Hay seres que quieren que creas lo contrario, pero la verdad es que estás aquí para vivir, y vivir es experimentar lo que te atrae, aunque a veces lo que no queremos también nos enseña. Parece una perogrullada, pero es algo que pocos piensan. Hace tiempo, no demasiado, se creía que veníamos a sufrir por alguna clase de destino o designio divino. ¿Que sabrán esos ignorantes del destino o de Dios?

Huyo de los charlatanes, de aquellos que creen saber, de los expertos que no aceptan nada que no sea canónico… desechando un abanico de posibilidades casi infinita.

«Haz esto… No comas de lo otro… Lucha por lo que crees» ¿Qué es correcto? Hacemos lo adecuado, pero, creo, que nunca lo correcto; lo que es bueno para mí no implica que sea bueno para el conjunto, y a la par: ¿No es cierto que vivimos en el mismo sitio, el mismo planeta, el mismo universo?

Mañana puede que no despertemos y cierto es que hay que aprovechar el tiempo que tenemos. Mañana puede que sea tarde para un te quiero o un beso; para una quedada con los amigos, un asado, por ejemplo; o una caricia bien intencionada.

Mañana queda muy lejos y yo nunca hago planes con tanta alteración.

9º relato

Privadas

«La ropa sucia se lava en casa», dice el refrán y nosotras hacemos lo propio. Nuestra agencia es única y es totalmente legal: nadie nos puede acusar de lo contrario y con experiencia en el sector. Nosotras acompañamos cuando es menester y los secretos de nuestros clientes se quedan a buen recaudo»

—¿Qué decís querida? ¿Qué un muerto no necesita compañía? Ja,ja,ja… que equivocada estás. Todos tenemos la necesidad de un último viaje hacia el destino que se te haya asignado y no es poca faena, créeme, dirigir a tanta alma.

» Es verdad que desde que trabajamos en esto la humanidad ha crecido en número, pero nos hemos adaptado a las nuevas tecnologías y tenemos acceso a perfiles e historias en las redes sociales para encajar bien con el perfil. ¡Los he visto de todas las maneras y de toda condición y religión! Ni te creerías la de adeptos a la fe que consiguen un billete hacia un lugar nada acorde con sus creencias, pero así son las cosas.

» Veo por tu curriculum que siempre te han gustado la mitología y los ritos mágicos… ¡además de ser quemada por bruja en una de tus vidas pasadas…!, que interesante. Bueno, ¡bienvenida a bordo! No hace falta que me lo preguntes: aquí no hay ningún hombre. Las valkirias son mujeres y aquí las leyes de género no tienen cabida, supongo que sabrás el por qué, ¿no?

» Comienzas ahora, tus jornadas se habitúan a los turnos establecidos para ayudar a todo aquel que caiga en combate. Sólo se pueden llevar a dos lugares: Valhalla y Fólkvangr, no te confundas de lugar, que los señores de esas casas no tienen buen sentido de humor, sobre todo Odín; Freya es más accesible, pero no te quedes allí mucho tiempo o quedarás atrapada para siempre en su embriagador aroma.

» ¿Los cristianos? ¡Esos van a otra parte, tú no te líes y céntrate! Nosotras no nos metemos en otras religiones y ellos tampoco en la nuestras. Oye, aquí el trabajo es muy importante así que nada de fallos en tu primer día. Pégate a una veterana e intenta aprender bien de sus habilidades. Cuando acabes ven a verme y hablamos del tema con una buena jarra de hidromiel ¿vale? Pues nada, al lío que la batalla ya ha empezado y los muertos no tardaran en llegar. Al principio habrá pocos, pero al final… ¡por el cosmos!: Los perdedores corren mientras que son masacrados por el bando ganador. ¿El honor?, pero ¿tus cuantas batallas has presenciado?

8º Relato

De nuestras vidas

Aquella terrible noche no hubo más canciones o relatos que narrar, sólo el vacío entre el barranco y la oscuridad de la noche alumbrada por la luna menguante.

Corría el año de nuestro señor de 1067 en las inmediaciones de Al-Qasr. El gobernante, Jalaf Ibn Rasid, era un ser déspota y cruel que no respetaba ni a su pueblo ni a sus vasallos, reclamando a las doncellas vírgenes para sus propios y oscuros placeres y así, deshonrarlas de por vida. Malo era enfrentarse a él, pero peor era el pecado de estar enamorada de un soldado de su guardia; que decir de ser el musulmán y yo cristiana. Tal vez ese era nuestro castigo de cara a Dios por nuestro atrevimiento, pero ¿Qué Dios? ¿Cuál de ellos? ¿Los dos… el mismo? Las miradas estaban llenas de odio, las lenguas afiladas y envenenadas. Fuera de mi casa me hallé en el desamparo de la noche mas él me recogió en su regazo. De escondidas nos veíamos, de hurtadillas nos besábamos y alojada en el barranco yo malvivía soñando una vida negada.

Cuando la señal de la traición, necesaria en aquel lugar, asomó por la ventana la cabeza mutilada de Jalaf Ibn Rasid cuya joven había decapitado con su propia espada. Los cristianos atacaron con fiereza y odio acumulado por lo mucho que se hizo en el pasado; de nada varían las palabras, nada se pudo hacer. Los soldados que quedaron, antes de deshonrados o torturados, arrojados al barranco al anochecer con sus caballos… y yo junto a mi amado volé en su regazo, preparados a nuestro destino cruel. Mejor morir en el momento que vivir en el martirio, mejor ser libre y tener que perecer… sin ni siquiera el consuelo de ver a Dios al otro lado, al menos la muerte unidos nos ha atado.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.
7º relato

Lo que piensen los demás

Nuc se despertó con el sol bañando su cuarto. La tranquilidad del momento fue momentánea, sabedora que hoy había instituto, lugar que detestaba a la par que amaba ya que en ella estaba su pasión: los libros; no obstante, sus compañeras de clase la encajaban en el grupo de los freak o bichos raros. No era de extrañar, no se sentía atraída por ir a discotecas o reuniones para poner verde a tal o cual guarra mientras se pintaban las uñas: ¡se podía ser más gilipollas!


Ella por su lado tenía a sus amigos; sí, un grupo de bichos raros con quién compartía su afición a la lectura y a los juegos de rol que no pertenecían al mundano redil. Le encantaba el mundo de H.P. Lovecraft y, de manera directa, todo lo relacionado con el ocultismo y las artes mágicas. Ellos le habían enseñado muchas cosas… Algo que no podía aprender de gente corriente. Tal vez por ello se vio abocada a la moda gótica, pero no era muy radical. Odiaba que la encasillaran en uno u otro bando. No entendía la necesidad de formar parte de un grupo para ir en contra de quien piense distinto a ti.


Su padre fue su mentor o por lo menos eso le gustaba pensar. Aprendía escuchando relatos y anécdotas de aquellos tiempos cuando las personas podían hablar y debatir sin importar ser de uno u otro partido. «Había radicalidad, pero no estaba tan envenenada como en estos tiempos», como él solía decir.
Desde que le diagnosticaron el cáncer se volvió más alegre, jovial y atento. Decía que el tiempo era lo más preciado que tenemos, más que el dinero y la fama, ya que al irse nunca más volvía a nosotros. La única recompensa positiva que se obtenía de las malas experiencias es que no debían repetirse.


Nuc recordaba a su padre siempre: mientras desayunaba, mientras se lavaba los dientes y de camino al instituto. Hacía menos de un año que se había ido, pero no le echaba de menos, ya que sentía su presencia en todo momento.


Cerca de la entrada al instituto se cruzó con Brul, un abusón que descargaba su frustración con cualquiera, salvo contra ella, y más cuando le partió la nariz al intentar sobrepasarse. Por ello Nuc fue expulsada un mes y él se ganó dos puntos de sutura en el labio y el tabique desviado de por vida.


— ¡Hola Nuc! — la voz pertenecía a Clan, una joven con gafas de pasta y sonrisa tímida. Pertenecía al grupo de los freaks y eran inseparables.


Nuc sonrió y emprendieron juntas el camino a clase. Clan no paraba de hablar: de las nuevas series de anime que se iban a estrenar, de la partida de este sábado a la Llamada de Cthulhu… Se le veía entusiasmada y feliz de tenerla como amiga. En verdad el contraste entre ellas era abismal. Nuc media un palmo más y era una de las más altas de clase, más que muchos chicos. Vestía con pantalones tejanos elásticos y a su cintura colgaba una cadena larga donde amarraba las llaves; portaba una chaqueta de cuero barata con un gran parche de una pastilla de color rojo y azul, idéntica a que llevaba Kaneda en la película Akira. Su pelo era moreno y corto, rasurado por los dos lados, dejando el pelo largo que caía en cascada por su espalda y por la frente asomaba un pequeño flequillo color rojo caoba.


Al cruzar frente al servicio de muchachos percibió algo: una sensación que le obligaba a volverse. Apretó la mandíbula y respiró tranquila intentando que el corazón volviera a su ritmo normal. Ella sabía que aquello ocurría cuando ellos la reclamaban y ella no podía hacer caso omiso a la Llamada.


Dirigió una mirada a Clan que la observaba sin pestañear sabedora de que algo no iba bien y que debía mantenerse al margen. Poco a poco Nuc se aproximó a la puerta entre abierta. De su interior surgían voces apagadas y un lastimero llanto que no cesaba de su lento compás. Abrió la puerta con cuidado y vio el espectáculo: dos chicos tenían agarrado a un tercero que se debatía en poder respirar, aprisionado la garganta por un cuarto individuo tristemente conocido en el instituto. Le llamaban Aodel, un chico problemático, déspota y autoritario. En su mano diestra portaba una navaja automática que hábilmente siempre ocultaba mas en ese instante la mostraba con orgullo frente al pobre muchacho. Al darse cuenta de la presencia de Nuc la miró de reojo sin cambiar la posición:


— Vaya, la rarita…


Los dos compinches que mantenían retenido al chaval redujeron la presión con los ojos como platos.


— Aodel tío, nos abrimos… Esta pava es muy rara y…


— No seáis cagaos, sólo es una mujercita que se equivocó de servicio y no sabe que el de chicas está justo al lado.


Nuc se mantuvo tranquila, con el gesto sereno y sus ojos negros fijos en Aodel. Los otros dos, llevados por la prudencia o tal vez el miedo, soltaron al rehén y salieron «por patas» sin darle la espalda a la chica.


— Putos cobardes — exclamó Aodel al tiempo que reducía la presión en el cuello de su víctima—. No se puede confirmar en nadie…


La hoja de la navaja describió un zigzag cuyo destino era el vientre de Nuc. El arma se detuvo apenas dos centímetros de su objetivo. Aodel tenía la mano paralizada por una extraña fuerza que le impedía herir a la muchacha. Para su espanto vio la silueta de un ente reflejada en el espejo de lavabo y ésta sonreía en un rostro cadavérico.


— ¡Maldita niña muda! ¡Muere! — chilló con todas sus fuerzas en un vano intento de liberarse del yugo espectral.


El cuerpo inconsciente de Aodel cayó a plomo entre terribles convulsiones, perdiendo el conocimiento mientras que el otro chico gritó de puro terror al ver la espectral forma del ser que se había materializado frente a él. Poco después el ente se desvaneció como si nunca hubiera existido.


La directora entró al igual que dos profesores que oyeron el grito. No daban crédito a lo ocurrido y poco se comentó después. La ambulancia se llevó a Aodel visiblemente afectado por unos temblores que los sanitarios no sabían a que atribuir. El chico que habían retenido tuvo que ser atendido y puesto bajo vigilancia psiquiátrica debido a las alucinaciones que vio, atribuidas, según los médicos, al shock traumático al intentar robarle. Nuc fue expulsada y conducida fuera del recinto ante todo el alumnado. Sólo un pequeño grupo le saludo en la distancia, sus queridos amigos, todos ellos igual de espectrales que las entidades que sólo ella podía ver.

6º relato

Para alguien como él poco importaba las fechas, los horarios ni mucho menos un reloj que le marqué las horas. Sabía que venían fiestas y no era por preguntar a nadie: las luces del centro estaban adornadas con luces multicolor, barriadas enteras volcadas en ser la mejor galardonada y se respiraba aquella sensación de artificial felicidad que sólo podía dar la navidad.

Lo que otros podían decirle o qué pensarán no le quitaba el sueño: un sin techo, un vagabundo… Un don nadie. Él se consideraba un trotamundos, un soñador o un idealista que llevó hasta el final sus convicciones o ideas. ¿Cómo podía vivir como el resto después de donde había militado? Años ha quedaron en su memoria cuando se manifestaba por lo justo, lo de todos… su tribu; con acciones tales que de contarlas o de haberle pillado infraganti estaría entre rejas sin ninguna duda.

Otros «de su gremio» le llamaban tomahawk por su descendencia india, aunque pocos quedaban ya y los que vivían consumían su tiempo en alcohol o en casinos para el hombre blanco.

Era considerado un líder entre los desvelados. Siempre que podía ayudaba, compartiendo lo poco que tenía o lo mucho que sabía. Nunca le gustó dar consejos, ya que la gente entiende mal el concepto y cree que debe hacer aquello que les dices. Para decir la verdad justamente puede ser lo contrario: los consejos te ayudan a determinar lo que tú realmente quieres hacer, no hacer lo que otros te dicen que hagas. Es como los manuales de autoayuda: algunos funcionan, sobre todo para el que los ha escrito.

Caminaba como siempre entre los bulevares de la 5ª avenida cuando una voz le llamó y no fue por ningún otro mote que le conocía:

— Enola, hace mucho que caminas, pero no huyes; atesoras sabiduría, pero no tienes riquezas materiales. ¿Cuánto más durará tu camino?

Se giró hacia aquel que conocía su verdadero nombre y para su sorpresa vio, al lado de un destartalado cubo de basuras, a un zorro blanco como la nieve. Era más que imposible que un animal así hubiera llegado por su propio pie a aquel lugar, pero así lo atestiguaban sus ojos.

— Camino rumbo a mi destino; atesoro experiencia para ganarme el pan y no robar lo que no es mío —recitó encaminándose hacia el animal—; y viviré lo que dure mi camino, como como la oruga muere para dar vida a la mariposa.

El zorro lanzó un extraño grito agudo. Se sacudió la cabeza y alzándose sobre sus patas trepó sobre la tapa del container.

— Me alegro de haberte encontrado. Cómo seguro que estás pensando yo ahora mismo no estoy aquí. ¿Sabes a lo que me refiero?

Asintió en silencio. Había oído multitud de historias sobre apariciones en su tribu; como un ser luminoso, mayoritariamente un animal o tótem, se aparecía cuando llegaba el momento adecuado o bien para realizar alguna clase de revelación. Muchos de los eventos que se atribuían a vírgenes o santos no era más que la interpretación con el prisma de una determinada fe sobre la realidad de estas entidades; si bien la explicación de las mismas estaba fuera de cualquier lógica o razón…, Pero allí estaban.

— Debes volver a la tierra. Allá hay algo que harás. No demores y ve en pos de tu destino.

Y así, sin más, el pequeño zorro albino saltó mas no llegó a tocar suelo, fundiéndose en una espiral de hojas y papeles que se alejaron volando cual minúsculo tornado.

Enola se colocó el sombrero, sacudió su vieja y roída gabardina, y emprendió camino rumbo al Oeste.

Para alguien como él poco importaba las fechas, los horarios ni mucho menos un reloj que le marqué las horas.
Antique illustration of stick and bag
5º relato

Para caer en el olvido

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?

Esa extraña sensación de libertad segundos antes de que tu cuerpo se tope contra el suelo…

Fue un día como cualquier otro: monótono, aburrido y lleno de problemas. Ser corredor de seguros es un trabajo difícil y muy mal pagado, pero es lo mejor que se puede conseguir en estos horribles años veinte. Mucha gente está en paro, después del final de lo que los periódicos sensacionalistas llaman la primera guerra mundial, cuesta más ganarse el pan. Para colmo casi muero aplastado al caer cerca de mí un hombre, o por lo menos algo muy parecido antes de estamparse contra el suelo; es muy común últimamente.

Con el susto en el cuerpo, temblando y ya por el segundo pitillo consumiéndose en mis labios, llegué al bar charles donde nos reunimos todos tras una dura jornada. En una esquina de local, lejos de miradas u oídos indiscretos, solíamos contar nuestras anécdotas. El bueno de Sami, estoico a la par de estricto, dejaba sacarnos los zapatos y así poder descansar los doloridos pies tras patear Manhattan de un lado al otro. Puta isla de mierda. A qué loco se le ocurre construir una gran urbe aquí.

Me quito el calzado y depósito la planta de los pies en el suelo bajo la mesa. Siento el placer del frío suelo a través de mis calcetines y el pronto alivio llega a mi cuerpo y alma olvidando por un momento las penurias pasadas.

—Le colé un seguro y para postre me acosté con su mujer—. Exclamó Clarence, un veterano del sector con tantos años de experiencia como fanfarronería.

—Eres un fantasma — añadió James, más borracho que de costumbre, de hecho, empezaba a primera hora con la bebida y no paraba hasta bien entrada la noche. Su hígado debía de pertenecer a alguna clase de ente paranormal que se nutría de alcohol y mantenía a su huésped para no morir; y así en un ciclo sin final hasta que alguno de los dos (o los dos a la vez) estirara la pata. Según nos relató su mujer le había pedido el divorcio.

— La buena de Sara ha tenido demasiada paciencia contigo. Te esperó hasta que volviste vivo de la guerra, pero más borracho que un piojo sureño. Francamente no te culpo, para soportar aquello hace falta mucho licor.

Todos los rostros se volvieron a mí, yo continuaba absorto en el placer que me proporcionaba el frío de la superficie, pero el silencio fue suficiente para abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Esquivaron mi mirada, eso me puso en alerta; tras años como compañeros sabía que algo no iba bien.

— ¿Qué coño pasa? — se sorprendieron oírme en ese tono, sobre todo Clarence que me conocía más que nadie. Además de amigos éramos inseparables desde la guerra. Con la voz temblorosa relató:

— Jim… Se oyen rumores en el gremio…

¡Mierda! Eso no eran buenas nuevas, pero tal como iba la conversación todo rondaba por el tema familiar y en concreto por la parte fémina.

— ¿Aura? ¡Ni de coña! Nos amamos y todo va sobre ruedas. Los pistones están bien engrasados y antes, hijos de la gran puta, que supongáis de que no doy la talla con mi mujer os advierto que os partiré la mandíbula a quien lo insinúe.

— no, no, para nada amigo, ya lo sé, bueno, lo sabemos — dijo dirigiéndose al resto que asentían con cómico ademán, bajando y subiendo las cabezas, si bien sus ojos decían lo contrario—. Sólo te informo de lo que se oye y… Mira, mañana tómate el día libre, compra un ramo de flores y una buena caja de bombones, lleva a Aura a comer, al cine y eso. Sólo por los viejos tiempos… ¿Lo harás?

Me levanté de golpe, con los puños apretados y la mandíbula tan tensa que parecía que se me iba a partir en dos. Todos sabían de mi mal genio y no se opusieron de que me marchar de esas maneras y menos sin pagar.

Corrí sin parar hacia mi casa. Fue al notar mis pies húmedos cuando me di cuenta de que me había olvidado los zapatos en el bar. ¡Era ridículo! sí es cierto que era tosco en el trato y, puede, que poco cariñoso, pero era un hombre, era «su hombre» y con eso debía de bastar.

Entré sin ni siquiera saludar al conserje que observó atónito como no esperé el ascensor y subí los quince pisos del tirón. Tenía buena forma física y el ejercicio no me cansaba. En la guerra corría más que las balas, eran buenas maestras, eso es lo que me hubiera gustado enseñarles a mis hijos…, cuando los tenga. La mala suerte, —»mi puta mala estrella»—, dije al pasar por la planta treceava. Estoy haciendo el ridículo, seguro… Pero debo cerciorarme personalmente.

Fue antes de llegar a la puerta cuando escuché los gemidos. Mi cuerpo se paralizó un instante para después, casi de cuclillas y en perfecto silencio, sacará mis llaves e intentará abrir la puerta. Me introduje como una comadreja no sin antes agarrar el bate de béisbol, recuerdo de mi niñez y que tenía tras la puerta, por si acaso encontraba malas intenciones que quisieran entrar, y mira tú por dónde ahora quien quiera que fuese estaba dentro de mi morada y follándose a mi mujer.

Tras el salto por el balcón todo importó poco… La sangre, los sesos desperdigados por la pared, el cuerpo de mi querida esposa y su amante aún abrazados y agazapados por el miedo con las cabezas abiertas… Ya poco importaba. Lo que dijeran de mi en las noticias de mañana poco importaba: palabras para caer en el olvido.

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?
4º relato

Son palabras

Gervasio salió de la consulta de su médico tras un sincero gracias y buenas tardes. No podía reprimir cierta tristeza por aquel joven profesional y sus ojos llorosos tras darle la noticia. Las pruebas no habían salido bien y él lo sabía antes de ir a la consulta, para que engañarse: a sus noventa y siete años poco se podía esperar de positivo, al menos en temas de salud. Cerró la puerta con sumo cuidado, girando la maneta para no hacer ruido. El único eco que llegó fue el de sus propias pisadas al pasar por aquel ambulatorio vacío.

— Que tenga muy buenas tardes, señorita—. Se limitó a decir cuando la señora de la limpieza, una jovencísima chica que cubría su cabeza con un hiyab de color marrón crema, le devolvía el saludo al tiempo que volvía a sus quehaceres. Era increíble como las palabras pueden cambiar la vida de una persona: puedes hacerles reír, llorar, emocionar…; en verdad llevan poder, y aquel que las utiliza se define como persona.

La luz había menguado desde que entró a su ambulatorio; en invierno anochece antes y así se encontró la calle al salir del recinto con el sol ocultándose en la lejanía. Se abrochó la chaqueta gris, se colocó la bufanda para cubrir bien el cuello y ajustó el sombrero de fieltro en su cano cabello.

— ¡Que hermosa es la noche! — dijo en voz alta, y sonrió al ver pasar un grupo de chavales corriendo por su lado.

Ahora ya no había tantos cachorros (como solían decir en su pueblo) por las calles como en otras épocas. Los pequeños habían cambiado sus hábitos a las nuevas tecnologías y sumado al miedo de sus padres por «lo que pueda pasar» había precipitado la caída de los grupos de amigos en parques y bancos del barrio.

«Lo que pueda pasar…» Volvió a la realidad y aquella fatal noticia. Extraño y con cierto alivio se reconfortó en que no temía al destino, ya que era el único que quedaba de su familia. Nunca tuvieron hijos y su mujer había fallecido hace años aquejada de aquella enfermedad degenerativa. Todas las enfermedades son malas, pero otras son las pijoteras e injustamente silenciadas y sufridas por aquellos que están cerca del paciente.

El olor a chocolate caliente le abrió el apetito y por primera vez no le importó ser diabético. Rio para sus adentros y dijo en voz baja, encaminados sus lentos pasos al puesto de churros: ¿Qué es lo peor que me puede ocurrir? ¿Morirme?

Relato
3er relato

Miedo

¿Has tenido miedo en alguna ocasión? Siempre me hacen esa pregunta, y en verdad me revienta que me la haga, señorita. ¡Pues claro que lo he sentido, coño! ¿Acaso tú no? Estoy seguro que sí, todos lo experimentamos. Es un sentimiento más, pero hay muchos niveles de miedo antes de que se desborde en un ataque de pánico.

Cuando estás en el aire, en las entrañas de un C-47, y sientes como los proyectiles de artillería rozan el casco; con ese martilleo de los motores pulsando por volar y no colapsar y caer al vacío de la noche…. Sí, eso sí que es miedo. Pero peor es cuando saltas desde ese cacharro infernal rumbo a la oscuridad: el viento te azota la cara, sientes el olor de la pólvora en el aire, y ves como los fogonazos de tierra intentan derribar a los aviones. En más de una ocasión uno de estos me acompañó en el descenso a pocos metros de mí envuelto en llamas. Una luz entre las tinieblas.

Odio las operaciones nocturnas y aquella fue la peor. Corría el 6 de junio del 44, sobre suelo francés. Teníamos que caer detrás de las líneas alemanas, pero el viento es caprichoso y te deja donde le place, poco importa lo que sientas, creas o a que Dios reces, de hecho, los alemanes y nosotros creíamos en el mismo creador…, irónico, ¿no cree usted?

Cómo le decía, caíamos al vacío mientras que las trazadoras silbaban a nuestro alrededor. Lo mejor venía cuando desplegabas el paracaídas y una de esas malnacidas te perforaba la tela. ¿Qué? ¿Qué mejor eso que no te alcance en el cuerpo? Créame, joven, que no es así. Vi a compañeros caer como flechas precipitándose contra el suelo, quedando una masa deforme de carne y huesos saliendo entre las costuras del uniforme de combate, para segundos después, ¡oh destino cruel!, caer sobre ellos la tela rasgada del paracaídas como mortuorio homenaje póstumo.

En una ocasión me pasó lo mismo, lo del rasgar del paracaídas quiero decir. En esos momentos sientes que el tiempo se detiene, el ensordecedor ruido del aire pasa a segundo plano e impera la supervivencia pura: cortar las cuerdas con el cuchillo, liberarse de la mortal sacudida y desplegar el paracaídas secundario.

Yo lo hice y vive Dios que estuve muy cerca del suelo y de morir. Desplegué a pocos metros antes de tocar tierra. Sólo me partí los calcáneos y la tibia derecha: un pequeño precio que pagar a la muerte para continuar en la partida.

En esa ocasión no pude seguir a mis hermanos y entablar batalla…, pero en la dolorosa oscuridad pude oír los proyectiles pasando sobre mí, los gritos de dolor de los heridos, el sonido de la certera bala al alojarse en un punto vital sin tiempo de maldecir o llamar a la madre querida. En aquella ocasión perdí el conocimiento y tuve horribles y extrañas pesadillas de seres antropomorfos que intentaban alimentarse de mis restos… Y yo no podía huir.

Desperté en un hospital de campaña y ese fue el final de la guerra, al menos para mí. Nunca olvidaré aquella noche y el miedo que me acompaña, como un amante esquivo que aparece en el momento menos oportuno para estampar sus fríos labios contra los míos. Un momento en que la parca me recuerda que pronto vendrá a por mí, aunque, si le soy sincero, en esos momentos, ya no siento miedo.

2º Relato


Huir


—¡Por mucho que corras no podrás huir!
Eso se repetía una y otra vez mientras aceleraba el paso, apretado el bolso al pecho mientras que la sudoración empapaba su blusa.
El callejón, uno como cualquier otro, oscuro, frío y cuya única que luz venía de fluorescentes de clubs nocturnos, se abría ante ella y el abismo. Las luces de neón dibujaban extrañas siluetas en los charcos, pesadillas de figuras antropomorfas que parecían seguirle allá donde ella iba.
Torció la esquina, otra calle larga y vuelta a empezar con el eco amortiguado de los tacones sobre el adoquinado.
Giró otra calle, ¡Bum! Y encontronazo. Su chulo no le dio ninguna oportunidad. Bofetón en la cara y al suelo. El mocasín italiano pisó fuerte su mano, aprisionando a la vez que infringida un dolor agonizante. El suelo húmedo estaba frío, pero más lo estaba su alma. Las lágrimas se derramaban como fuego en aquel rostro marcado como tantas otras veces por cicatrices de pagos retrasados.
— No puedes huir, zorra —dijo sin pasión aquel aristoso aliento—. Ni lo volverás a hacer jamás.
El filo de la navaja rasgó el abrigo dejando al descubierto unos pechos firmes y morenos. La macabra sonrisa de su torturador reflejaba lo poco humano de aquel ser; encantador cuando tenía dinero, vil y cruel cuando no lo había.
El grito se ahogó cuando el puñal atravesó la nuca y salió por la boca. La joven permanecía tumbada, con los ojos abiertos de par en par mientras que la sangre le salpicaba a borbotones. El chulo cayó de bruces con extraños espasmos que agitaba su cuerpo moribundo.
— ¡Clara! Te dije que no huyeras.
La alta y delgada figura de una mujer entrada en años la sobrecogió, pero no de miedo, sino de alegría y gozo. Mia Magreb, conocida como la «madamme», era una vieja veterana de las calles; cariñosa con antiguos clientes y amantes, y despiadada contra aquellos que se atrevían a tocar a sus «niñas», como ella solía decir. Fumaba un puro habano mientras que, por el hueco de la traqueotomía mal cerrada, ascendía el espeso humo hasta los ojos esmeralda.
— Ya te dije, mi niña, que no puedes huir. Debes pararte y luchar. ¡Plantar cara!, aunque sepas que el combate esté perdido —dijo mientras ayudaba a incorporarse a la temblorosa joven.
— Ven, yo rondo por la zona más tranquila, donde hay jóvenes más guapos y dejan mejores propinas. Además, huelen a perfume y te invitan a beber. Deja atrás a ese trozo de carne: que las ratas den buen uso a sus pútridas carnes. Las tuyas, hija mía, aún están firmes y puedes sacar buen partido de ellas, siempre y cuando las trabajes para ti sola, sin compartir dinero con nadie más.
— ¿Cómo encontrar un buen marido? —tartamudeo la joven, sonriendo para pasar el miedo.
— ¿Matrimonio? Sí, por qué no. Pero recuerda que hay matrimonios que terminan bien y, en cambio, otros duran toda la vida.
Las risas llenaron el ambiente al son de un solitario saxo mientras la niebla ocultó sus perfectos contornos. Una noche más para celebrar que estaban vivas y que es mejor luchar en un mundo donde, por muchos callejones que recorras, nunca podrás huir de la vida.

Huir de un oscuro callejón para escapar de un terrible enemigo. Pronto la cacería llega a su fin. No temas: la ayuda esta en camino.
Le femme fatal
Reto 365 Cuentos en 365 días

Me he decidido a empezar una serie de relatos. Lo he titulado: 365 Cuentos. Espero poder llegar y terminar el reto. Se que estas cosas suelen hacerse al empezar un nuevo año, pero creo que la vida es suficientemente corta para empezar tan tarde, así que aquí va el primero titulado: El olvido. Espero y deseo que lo disfrutéis:

1er. relato

Aquella mañana salió temprano, más temprano que de costumbre. No era normal en él madrugar, no desde que… desde hacía mucho tiempo. No recordaba la calle en que nació, menos aún por la que circulaba. Era como un alma errante a la espera de saber quién es o a donde ir; en verdad poco importaba, ya que hacía tiempo que había olvidado quien era. Con suerte, voluntad o designios divinos, sabía caminar o por lo menos eso intentaba, midiendo en más de una ocasión el suelo: golpe, sangrar y volver a levantarse.

Muchas veces se lo llevaron al hospital, no sabe muy bien porqué, pero algo tenía que ver con una medicación que tomaba… ¿La medicación? ¿Se la había tomado aquella mañana…? no recordaba; al igual que no se acordaba del rostro de su mujer o de sus hijos, aunque en algún desliz de su enfermedad reconocía el nombre de algún nieto, pero no cuantos tenía.

Aquellas luces alertaban de que volvía a ocurrir, venían a por él.

– ¿Señor Ruiz? – preguntó aquel amable chico de tez morena y ojos claros. Su uniforme lo delataba: era policía.

– ¿Quién?

– Usted es el señor Alfonso Ruiz, ¿verdad? Su familia lo busca desde hace horas. Salió de su casa y se dejó las llaves puestas en el cerrojo y la puerta de par en par.

– ¿Sí…? –Meditó aquel menudo hombre entrado ya en años y canas, las pocas que le quedaban en su sucia cabeza cubierta de Psoriasis.

– Sí, sus hijos nos alertaron…-añadió el segundo policía- ¡no debe alejarse tanto, hombre! Mira que si vuelve a caer y tenemos que llamar a la ambulancia.

– ¿Y mi mujer?

El joven mudó el gesto cosa que no tranquilizó a aquel venerable anciano. Éste vio como intercambiaba miradas de triste complicidad con su compañero mientras que el primer agente lo rodeaba con su brazo.

– Le acompañamos a su casa…, hace frío y sólo falta que se constipe usted.

– Son muy amables jóvenes. Mi mujer prepara un chocolate muy bueno, espeso y caliente para entrar en calor ¡ahora le digo que lo prepare…! si es que ha llegado de comprar, creo.

Por desgracia aquel chocolate tendría que esperar, ausente de manera indefinida en la vida de la señora Ruiz. El coche patrulla arrancó dejando un extraño y triste vacío en aquella calle otoñal; susurro de las hojas caducas que adornaban las mojadas calles de una ciudad como cualquier otra… una vida como cualquier otra.

Relato