El mundo de Menoïch
33º Relato

No son más que….

– Pesadillas, sólo son eso. No debe usted hacer caso de algo que provoca el cerebro.

– No son pesadillas, doctor: yo no puedo dormir….

Hunk era un prestigioso psicoanalista en el campo de los sueños. Dirigía un equipo médico en el hospital de Bromch, a las afueras de la ciudad de Mahkra. Hacía menos de un año que los casos de parálisis del sueño y trastornos derivados de crisis de pánico nocturna crecían a un ritmo alarmante. Se tuvo que crear nuevos departamentos y lugares donde tratar y alojar a los enfermos. Éstos últimos eran sombras que no hacía mucho fueron seres humanos, mas ahora deambulaban sin rumbo por los largos corredores, cabizbajos, con los hombros caídos y arrastrando los pies como si soportaran una pesada carga.

Informe al ministerio de salud y comité de bienestar nacional sobre los casos de psicosis masiva en la población de Mahkra

En los informes de febrero y marzo se constató la falta de medios y los rotundos fracasos con los tratamientos convencionales, así como la nulidad de las técnicas más pioneras del resto del país. Paralelamente, y contra todo pronóstico, la salud física de los enfermos mejora e incluso patologías como la diabetes o la dislipemia desaparecen, teniendo que suspender los medicamentos orales; no obstante, las dosis se cuatriplicaban al suministran nuevos fármacos contra el nuevo mal que asola al mórbido.

Por extraño que pareciese, ninguno de los enfermos muere por cansancio extremo, llevando semanas sin poder cerrar los parpados y con una hiperactividad ocular en estado de reposo total. El paciente no puede moverse, pero sus facciones se contaren en rictus horribles, presenciando sombras en vigiria como así lo atestiguaban al poder hablar y/o moverse.

El rostro demacrado y la caída de cabello es común en ambos sexos, creándose una pátina de grasa en pómulos y alrededor de las orbitas oculares. Las resonancias magnéticas, con y sin contraste, muestran lesiones en la zona occipital y parietal derecha, sin afectación a ninguna de sus funciones básicas. Los neurólogos no dan explicación a estas imágenes y el asombroso patrón que se repite en cada uno de los recién llegados. La edad es indiferente, si bien los más jóvenes son los que más la padecen.

Todo evoluciona muy rápido, demasiado para poder hacer un análisis clínico del problema o, tal vez, los gobiernos no asumen el gasto sanitario necesario para esta plaga: imploro su ayuda para subsanar esta carencia.

La noche del treinta de abril comenzaron los casos entre los empleados y sanitarios del centro. Sara Ammi, médico especialista en psiquiatría y jefa del laboratorio de muestras, dio síntomas en plena noche, antes de terminar la reunión. Los alaridos de pánico se escucharon por toda el ala Este del recinto. Fueron necesarios cuatro agentes de seguridad para poder contenerla y asilarla en una habitación habilitada para los pacientes psiquiátricos más violentos. Al día siguiente, Sara se había arrancado los ojos con los pulgares mientras que repetía entre quejosos lamentos: sombras con ojos blancos, tres dedos que arañan… sombras de ojos blancos….

No pudimos hacer nada por ella. Falleció debido a la hemorragia provocada al intentar seccionarse la lengua con sus propios dientes. La policía judicial aseguró que nuca vio escena similar. Los chicos de mantenimiento tuvieron que desmantelar toda la estancia, ya que el hedor de sangre se quedó pegada al suelo y paredes acolchadas.

Fin del primer informe. Día 2 de mayo del 1952. Doctor Hunk Manix.

¿Qué ocurre cuando las pesadillas se vuelven realidad? ¿cómo diferenciar la realidad del sueño?
25º relato

Sólo se nutre…

La luz de la luna llena se filtró entre los tablones… en algún lugar lejano…  en la fría noche.

Un poco más y ya está. Tengo que contenerme o al final me cogerán. La caza la llevo en la sangre y la sangre del enemigo me reconforta.

El sonido de la noche me envuelve, me siento libre. Los lobos me avisan de que llegan; han olido a los perros y a la pólvora que portan sus dueños.

Corro entre la espesa foresta, salpica la nieve en mi negro lomo. Pronto arribaré a la cueva ¡Si llego nunca me podrán atrapar!

El primer proyectil me perfora el tórax, pero mi ritmo no mengua. Acelero con mis perseguidores sin darme tregua y otro disparo me alcanza el rostro. ¡Idiotas! Son balas ordinarias, y aunque de gran calidad, son insuficientes para matarme.

Otro proyectil me alcanza mas para mí dolorosa sorpresa compruebo que es diferente por varios motivos: uno, es un virote, posiblemente de ballesta; y dos, el metal es de plata pura que me quema y araña mi maltrecha alma. Quien fuere el artífice sabe lo que hace; un cazador experimentado.

Queda poco para llegar, tengo la oscura oquedad a escasos metros cuando el segundo virote me atraviesa el corazón. Mis extremidades ceden y mi negro cuerpo se hunde en el espeso manto de la blanca nieve. No puedo respirar y mi visión se nubla. La muerte llega a mi en forma de un humano de parda indumentaria. Su sombrero de ala ancha eclipsa su rostro mas veo como exhala el aliento dejando nubes de partículas a su alrededor. Escucho el martilleo de su pistola cebada; siento, huelo sus venas, sus arterias y el pausado ritmo de su corazón…

Un cazador formidable, como lo fui yo…

El cazador puede ser presa. La lucha continúa para salvar la vida: matar o morir, no hay otro camino que la supervivencia.
24º relato

El alma humana

— Mi Sargento, creo que por aquí no es…

— Calla Gut, me tienes hasta los…

El grupo llevaba de maniobras más de lo esperado o lo deseado. Decir que era una compañía sería mentir (eran cuatro) por lo contrario eran la escuadra de zapadores número tres encargadas de vigilar la frontera con el reino vecino: Sauslavia. Lugar horrible, rodeada de gente horrible y de sus niños horribles. Todo era mal, o por lo menos eso les habían dicho.

Caminaron por una trocha dentro de una hondonada, que más parecía una trinchera: humedad, insectos y agua hasta las rodillas.

— Mi Sargento, tenemos hambre.

— Y que quieres: ¿Parar aquí para hacer un picnic? Tenemos una misión que cumplir y deja de fumar que nos delatas, coño.

Hubo un ruido que los alertó. Tuts, el sargento, dio el alto levantando imperiosa y cómicamente el puño. Raudos se colocaron a la derecha asomándose cuidadosamente para ver si había movimiento enemigo.

Por la maleza asomó cuatro cascos puntiformes. Allá, a escasos metros había un jabalí, no muy grande, pero entraba dentro de lo comestible. Los estómagos rugieron como León en cueva, si bien parecía que el eco resonaba en toda la profunda senda…

— ¡Ay Sarge, que hay un puerco espinao!

El grupo de zapadores se quedó inmóvil. Pase lo del crujir de tripas e incluso el chasqueó de boca ante jugosa presa, pero lo de «Sarge» era pasarse. Todas las miradas se depositaron sobre Buk, un joven de la zona oeste de Patántur, una población cuyo acento era desesperadamente parecido e irritante a la par.

— Oye, oye, que no he sio yop.

— ¿Yop?

Otra voz resonó en el lugar, esta vez los presentes estaban cien por cien seguros de que no habían sido ninguno de ellos. Se giraron a la izquierda viendo con sorpresa que otro grupo había hecho lo propio en dirección contraria encontrándose tan estupefactos como los recién llegados. Era cuatro, de ancha indumentaria color caqui y cascos ovoides con una pequeña pluma blanca asomando a modo de flequillo al viento. Hubo un tenso silencio mientras que el jabalí/cerdo espinoso, saltaba grácil entre el pequeño precipicio y se puso rebuscar al otro extremo entre el fango en busca de raíces o de algún fruto semi enterrado.

— zafarrancho de combate —gritaron al unísono los Sarge’s mientras que unos u otros intentaban sin éxito colocarles en algún lugar de aquel estrecho pasillo embarrado.

— ¡Sus mato harapientos del Este!

— ¡Tus muelas apestosos del oeste!

Los fusiles se pusieron en posición alrededor de los oficiales si bien apuntar se había complicado con las bayonetas bailando a escasos centímetros de uno u otro oponente acompañado de todo tipo de insultos cada cual más original: cerdos, patán con patas de vieja, animal que no sabe volar y anda mareado ¡Paloma lo será tú!, Etc. Los Sarge’s permanecían inmóviles, cabeza alta, tanto o más que su altivez mas el sudor caía copiosamente por su rostro, no por el enemigo sino por las afilados bayonetas de sus propios hombres que pasaban peligrosamente cerca de su rostro y entre pierna.

— En nombre del reino de Chucapadre: ¡rendíos!

— ¡Te rindes tu batracio de color mustio! —añadió el contrario.

La cosa continuó interminables segundos, pero nadie se percató de que dos fusiles se habían retirado sutilmente de su posición. Todo hubiera terminado mal (o en tablas infinitas) mas un estruendo sonó en el valle acompañado de otro.

— ¡Le di!, tu mala puntería primo.

Los Sarge’s se quedaron de piedra, así como el resto de hombres que dejaron de menear las armas. Ambos se miraron el cuerpo en busca de herida alguna, pero no vieron ni sangre ni el típico boquete que te deja un perdigón de onza y media.

— ¡Jodo, casi le di!, pero bueno por lo menos ha caído.

Los que estaban dentro de la trocha asomaron con cautela en dirección donde venían las voces. Dos soldados, cada uno de un bando, habían dado muerte al jabalí/cerdo espinado mientras que contentos y felices uno ya estaba preparando una hoguera y otro descuartizada la pieza. Volvieron a resonar los ecos del hambre y ahora, fueron el resto de soldados los que abandonaron la posición en pos de sus compañeros que celebraban la fortuna por cazar al animal.

Los dos oficiales no dejaban su posición mas también miraba con ojos golosos y con la boca hecha agua el trofeo. Uno de ellos, el de la pluma blanca que no dejaba de soplarla para que ésta no se le metiera en el rango de visión, habló:

—bueno, creo que tablas hay ahora sí. Creo que sí tablas tú también y eso…

 Amanecer frío, caliente guiso, me pongo como el Kiko y tú también, aunque no más ¿Hecho?

El sargento procesó todo aquello lentamente a la par que envainaba el sable y estrechaba la mano tendida por el sarge de Sauslavia.

La comida fue bien, y un jabalí para ocho es buena comida y mejor siesta. Luego, con las confianzas empezaron a compartir cuentos, relatos de su tierra, dibujos de sus respectivas mujeres y niños, sin desestimar alguna que otra lágrima.

Los Sarge’s permanecían sentados cerca de un gran castaño mientras veían un partido de fútbol tres contra tres, sin saber quién iba uno contra el otro o si había portería alguna… ¡Que importaba!

— Y bien ¿A dónde ibais? — añadió el sargento acercando un pitillo liado a su compañero y, hasta hacía poco, adversario.

— Vamo por ahí, de lao a lao, cuerda a cuerda y nudo. Mucho gastar suela y poco sueldo. Mucho frío en cuerpo y más en alma… Lejos de casa, de familia, de amigos… — bajó la cabeza recordando aquella época donde todo era más simple y no había rivalidad. Donde unos u otros eran una sola nación hasta que alguien decidió trazar una línea en el mapa dividiendo uno u otro lugar con diferentes nombres. La aldea de los dos primos y soldados estaba a escasos metros, pero habían levantado un muro tan alto que tuvieron que colocar las cosechas lejos de este, ya que la sombra, y la vergüenza, hacían que nada creciera en aquellas fértiles tierras. No ganaban nada, no tenían nada, sólo unos pocos conseguían dinero por tal vil acto de separar y de dividir a la gente.

— Bueno, nosotros también estamos así. Te propongo una cosa: nosotros continuamos dirección contraria, volvemos a casa y diremos que no hemos visto nada.

El Sarge de Sauslavia sonrió mostrando una ristra de dientes blancos.

— Trato hecho… hermano.

Dedicado en honor a aquello valientes que hicieron lo que todos deseamos en la tregua de navidad en el año de 1914. Por desgracia creo que el cuento, relato o historia no ha calado a todos aquellos que siguen lucrándose con la muerte ajena.

23º relato

No da la felicidad

Un largo trago evitará que afloren los nervios… mejor dos.

Datchi, estrella mediática de la televisión tenía el programa líder de audiencia los viernes noche. Quedaban apenas cinco minutos para salir en el aire y no la tenía todas consigo. Hacía menos de media hora había firmado su quinto divorcio, el octavo en menos de ocho años, con la consecuente sangría de dinero, reparto de bienes y sobornos para evitar el asunto de los malos tratos; eso sin contar con la trama de prostitución infantil. Suerte que Jeffrey Epstein, cabeza pensante y dueño de la isla donde llevaban a los menores, se había ahorcado en su celda de máxima seguridad preparada contra suicidios; pero, por fortuna para el resto del entramado de entre los que estaba el mismo Donald Trump, Mick Jagger, Naomi Campbell y el mismísimo príncipe Andrés, duque de York, había muerto, como dije, ahorcado en circunstancias más que discutibles: el compañero de celda, personal de confianza y puesto por los funcionarios para evitar estas cuitas, se había ausentado de manera no clara; los guardias de seguridad no detectaron nada anómalo y las cámaras de seguridad…

— Ja, ja, ja —Darchi rio a gusto. Como las cámaras que Jeffrey Epstein fanfarroneaba que les habían grabado a él y al resto de ricos. Éstas no funcionaban o detectaron nada extraño.

Apuró la botella mientras que se preparaba al lado del cilindro metálico. Había que innovar y así lo haría. Su popularidad había caído un par de puntos y eso no podía tolerarlo. Haría lo que fuera por recuperar la fama y el dinero, ¡qué más podía pedir! Saldría disparado como una bala humana aterrizando en una red a pocos metros del público. El ensayo y pruebas las hicieron con profesionales con el mismo peso y altura que Datchi; todo iría a la perfección. Otro trago más y una benzodiacepina de 50 mg bajo de la lengua y ale, a flipar.

—¡Damas y caballeros, con ustedes, el carismático y queridísimo por todos ustedes… Datchi Dawsoooon!

Sintió la euforia de los aplausos cuando el telón se abrió dando paso a las luces que le cegaron. Agitó los brazos saludando a todos aquellos capullos que de nada conocía. Se llevó la mano derecha a la visera al estilo militar antes de bajar la protección lo que provocó la euforia patriótica. Poco a poco se introdujo completamente dentro del cañón agradeciendo que la luz no dañara sus ojos. Desde su posición podía ver parte del público.

— Bueno, allá vamos… — los confetis rosas caían copiosamente en el escenario mas su semblante cambió cuando vio, allá en el fondo, una figura ataviada con una gabardina gris y sombrero de fieltro que sostenía una copa de cristal llena probablemente con champagne. Esto lo supo con una exactitud milimétrica, al igual de lo que creyó leer en los labios de aquel tipo; un ritual que hizo cuando todos se reunían y brindaban antes de darse el banquete con los menores con quien mantenían relaciones sexuales, por no decir directamente violaciones: “hasta el fondo…” – oh, Dios mío…

«Noticia de última hora. Tras el accidente mortal de la estrella televisiva Datchi Dawson se ha decretado un día de luto en su lugar natal. Parece ser que el accidente se debió a un error de cálculo cuando su cuerpo salió despedido de un mecanismo autopropulsado aterrizando en el escenario, convirtiéndose en un amasijo de carne y huesos. Varias personas del público tuvieron que ser atendidas por crisis nerviosas ante semejante espectáculo. La policía cree que el accidente se debió al exceso de impulso, haciendo que Datchi atravesara la red que fue del todo inservible. Los responsables no se explican cómo ha podido pasar y ciertas fuentes apuntan al sabotaje, pero viendo la trayectoria profesional y lo muy querido que era por el público, nadie cree que haya sido un suicidio o un presunto asesinato…»

21º relato

…de un nuevo amanecer

Era un día señalado para Nass. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero sólo del punto de vista humano. Para él la espera de había prolongado durante más quinientos años.

El mundo había cambiado. Al nacer, cuando aún era humano, sólo existía un Dios, América no se había descubierto para los europeos y había cosas por lo que luchar y morir. El honor era más estimado que el dinero, al menos para la mayoría que de éste tenía cata. Las mujeres eran devotas de Dios y de su marido mas ahora no necesitaba de ambos para sobrevivir. Puede que su mentalidad actual le hiciera pensar eso porque, aun siendo inmortal, debías morir cada cambio de tiempo para no caer en el pozo de la tristeza. Si un no muerto no se adaptaba al devenir de los tiempos del presente se marchitaba como flor en el cementerio, relegado a un segundo plano como una piedra inerte.

Nass percibió el olor de las flores del prado. La media noche llegó cubierta de una espesa capa de niebla. Percibió el olor de las flores del prado, el sonido del bosque y el ulular del viento. Permanecía en pie y sin moverse, saboreando aquella sensación. Ese mismo sentimiento le había salvado miles de veces de la locura y la desesperación. La luz de la luna menguante no proyectaba sombra en él mientras esperaba el milagro.

En la oscuridad de la noche vio la luz: un poderoso fogonazo que iluminó todo como su fuera de día. Una figura femenina hizo aparición. Vestía con ropas ajustadas parecidas al embalaje de burbujas. Su rostro era blanco al igual que su indumentaria y su cano y largo cabello; lo único que destacaba eran sus ojos negros y profundos que cubrían toda la órbita sin diferenciar iris de esclerótica. Aquel ser habló con la entonación de dos voces, hombre y mujer a la vez, con pausado ritmo y melosa melodía:

— Nicolás Andrés Sierra Soto, cuanto tiempo sin saber de ti. Veo que el tiempo no te ha borrado la memoria.

— La memoria es mi maldición, mi señora —añadió con voz queda—. Me lo recuerda cada vez que duermo de día y deambuló de noche en el lamento de mi soledad. Pido de tu clemencia por los pecados cometidos e imploro el perdón de la madre tierra y a los espíritus guía.

— Eso dependerá de lo que hayas hecho ¿Has probado sangre humana?

— Sólo de aquello que merecían justicia, mi señora

— ¿Has cazado a los criminales que cometieron pecado como… el tuyo?

Nass no contestó de inmediato y no era por dar una respuesta negativa, pero el recuerdo de lo que hizo le llenaba de vergüenza y dolor.

— He cazado y dado muerte, mi señora.

— ¿Has profanado templo alguno o sucumbido a la codicia?

— No, mi señora

— ¿Has compartido destino o vida con algún humano?

— Muchos arrepentidos han viajado y todos han perecido, llegado su penitencia al fin… Han fallecido al igual que vos, mi señora y esposa. Nunca olvidaré cuando cegado por los celos, la ira y el vino, derramé la sangre que tanto amé. Sólo pienso en ello, cada noche que me levanto cómo alma en pena, me alimento de la sangre de alimañas que recorren los bosques. Pero sí es cierto que nunca hice daño en estos años, cómo bien prometí en tu tumba, la cual visitó cada noche, vigilo, limpio y cuido.

—Pues entonces… Creo que ya llegó el fin.

—¿Me perdonas? — un vampiro no derrama lágrimas de sal, sino sangre fría y doliente. No es común ser testigo del perdón a un renegado, pero la misericordia de aquella mujer pudo más que la muerte. Ella tendió su mano y juntos se fueron rumbo al otro lado mientras que el amanecer arribó y devoró el cuerpo corrupto de aquel desdichado esparciendo sus cenizas, como un sueño del cual nunca más volverá a despertar.

16º relato

Nos aterra…

—¿Cómo lo vamos a hacer?

La pregunta quedó en el aire. El despacho era muy amplio y luminoso. En el centro había una larga mesa negra, y dentro de la misma, una talla que representaba a la perfección una estrella de trece puntas. Cada una de las puntas acababa en los extremos de la mesa donde trece humanos aguardaban sentados. Uno de ellos, el más joven y visiblemente inquieto, volvió a hablar:

— Tengo problemas en mi departamento. No sé cómo enfocar la propaganda armamentista para la campaña en el Este de Europa.

— ¿Cómo? Pues como siempre —contestó un hombre menudo y de escaso pelo situado frente él—. Contratemos a las empresas de publicidad adecuadas para echar una mano, como hicimos en la primera guerra de Irak, la de Kuwait ¿Os acordáis? La niña iraquí…, creo que se llamaba Nayirah, que habló al público para rogar que los EEUU entrarán en el conflicto. Fue genial, y eso que esa niña ni había pisado Irak. Todo muy bien orquestado. La verdad, y justo esa es la clave, en la actualidad se sabe que aquello fue un montaje y ¿ha pasado algo? ¿Ha habido alguna clase de represalias contra nosotros? ¡Qué obra maestra del engaño! Aún recuerdo los videos de soldados iraquíes disparando por la espalda a mujeres y niños cogidos de las manos ¿Os acordáis? Todo un montaje, una patraña, aún más real al hacer aquel reportaje que destilaba ese tufo patriótico.

El sonido de alguien esnifando resonó en toda la sala. La coca iba y venía como siempre. Buen material traído de Sud América, o como ellos lo llamaban: su Narcofarmacia. El tráfico de drogas y armas era altamente conocido entre los peces gordos de la asociación. Eso y la Black Water como trabajadores y sicarios para hacer lo necesario en el lugar más inaccesible; no en vano el gobierno yanki había provocado golpes de estado en países democráticos en Sud América para beneficio propio, cómo siempre.

— ¿Y el pueblo? ¿La gente llana? ¿Esos no dirán nada?

— ¿Que? ¡Harán lo que les digamos, coño! En Norte América tenemos más de 37 millones de pobres, muchos viviendo en las calles y tienen su bandera en el carro de la compra o bien ondeando en su mugrienta tienda de campaña. ¡Harán lo que les diga la publicidad! Y ahora calla, me estás poniendo nervioso.

Frank era una persona peligrosa cuando se enfadaba y Bill lo sabía. Éste prosiguió en tono conciliador:

— Eres muy joven para lo que tratamos de explicarte. La propaganda lo mueve todo. ¿Fake News? Ja, ja, ja. Esto viene de viejo, niño. Seguro que no sabes la historia del SS Maine, el barco que hundieron los españoles en la Habana. No hay ninguna prueba de que lo hicieran ellos, es más dieron cobijo y primera asistencia a los supervivientes. En cambio, William Randolph Hearst, el sensacionalista, acusó en su periódico directamente y sin pruebas a los españoles, y a nosotros nos fue realmente muy bien, y así le declaramos la guerra con el pueblo a favor. Le arrebatarnos las provincias de ultramar entre ellas Cuba: nuestro puticlub particular.

— Pero entonces: ¿Qué fue lo que provocó la explosión del acorazado?

— Puede que las calderas, o… ¡Cállate de una puta vez! ¡Nosotros hacemos las preguntas, nosotros fabricamos las putas respuestas mocoso de mierda!

Frank tuvo que ser contenido por dos socios ya que sacó el arma de la cartuchera oculta en su tobillo. El joven Drake tuvo que abandonar la sala al perder los nervios y la función de los esfínteres.

— Nuestro nuevo compañero es un poquito blando ¿No os parece? —Bill destapó el bote de Valium metiéndose un par de capturas que empujó hasta el estómago con un buen lingotazo de bourbon añejo.

— Es muy joven para liberarlo, no ha aprendido nada. Hay que tener paciencia.

— Aquí la paciencia no tiene cabida.

Hubo un silencio aterrador. El sillón número 13, que presencia la mesa habló. Él casi nunca hablaba y cuando lo hacía su palabra era ley. Prosiguió:

— La paciencia es sinónimo de esperar y aquí no esperamos nada ni a nadie—. Con un leve gesto de cabeza, dirigida a uno de los once guardaespaldas que protegían la velada, ordenó al sicario que partió rumbo al lavado ante las miradas silenciosas del resto. No tardaron en escuchar el golpe y el forcejeo de alguien que lucha por sobrevivir. La cuerda de piano es efectiva para que la víctima no grite, pero puede alargar durante minutos su agonía. La reunión continuó con el hilo musical de los gorgoteos y los zapatos arañando la pulida superficie.

— Si no recuerdo mal — prosiguió el viejo Duck— Nayirah al Sabah, era la hija del embajador de Kuwait en EEUU. Ella se formó en una empresa de relaciones públicas para su discurso… Contratar a esa empresa, si es que existe en la actualidad, y en el caso contrario buscad las raíces de esa empresa. Con los recursos informáticos que disponemos será fácil encontrarlos. Bien: doy por zanjada está reunión. Cada uno a lo suyo y recordar: una mentira contada mil veces acabará siendo verdad. Nosotros representamos el futuro, no lo olvidéis.

Duck abandonó la sala en su silla de ruedas electrónica ante la comitiva que se puso en pie en señal de respeto aún con el sonido amortiguado del joven que estaba siendo estrangulado. Cuando se cerró la puerta de doble hoja de ébano se sentaron y, para qué negarlo, respiraron con alivio. Siempre ponía nervioso a la gente y no era por su poder, sino por eso ojos despropósitos de vida, más cercanos al muerto que la vivo.

Bill, tomando la iniciativa y coincidiendo con la salida del sicario que se había lavado concienzudamente las manos en el lavabo, dijo:

— Bien, ya sabemos lo que hay que hacer. Si nadie dice lo contrario me quedaré con el departamento del joven que ha pasado a mejor vida, al menos hasta que captemos a otro más sagaz y con menos escrúpulos. Bueno, felices fiestas a todos y que Dios os bendiga.

Tenemos familias y con ello el compromiso de hacer un mundo mejor. Pero ¿Qué pasa cuando los gobernantes son unos auténticos bastardos?
14º Relato

Sin Fondo

Desde mi posición veo la botella vacía, sin fondo; tan hondo como la pena y el pesar que arrastra mi corazón cada vez que bebo hasta la extenuación. Poco a poco me incorporo para comprobar al instante que mi precario equilibro me hace medir el suelo por segunda vez. Allí…, allí continúa el casco de Ginebra dando vueltas sobre sí misma en un baile efímero que provoqué al tropezar con ella.

La cabeza me va a estallar. La sensación de vacío es desalentadora. Mi boca sabe a vómito, sangre y tabaco; pastosa hasta el extremo que mi lengua parece una loncha de queso para fundir pegado al paladar.

Vuelvo a intentarlo, me quedo a cuatro patas y aun así es ardua tarea. El suelo se mueve y las náuseas no tardan en llegan, pero ya no queda nada en mi estómago. Los espasmos vuelven mas ahora brotan de mis labios resecos y agrietados pequeños hilos de sangre que se pierden en el vacío.

Ayer salí arreglado, cómo no; ahora parezco un indigente con una camisa que no ha mucho era blanca, mas ahora, está estampada de restos de bebida y de la cena.

— Si mi departamento me viera así… tendría serios problemas, aunque no soy el único que bebe —Me dije con voz queda. Otros en la oficina le dan más a la farlopa, entre los que también me incluyo. En esas reuniones se firman acuerdos millonarios, muchos se cierran en puticlubs de lujo. Son los mejores: buen servicio, discretos y de fiar. Para alguien con familia como yo es algo a agradecer.

La apariencia lo es todo y yo tengo percha y labia, pero ahora no sería capaz ni de leer las instrucciones para abrir un phoskito. Mi glamour queda en entredicho con todo lo que en mi asoma. Y hablando de sacar la nariz: Sara, mi mujer, se ha quedado un buen rato mirándome desde el umbral de la puerta y no ha tenido el detalle de acercarse y taparme: estoy helado. Siento clavados en mi nuca esos gélidos ojos azules… ¡Zorra adicta a los opiáceos! No sé cómo nos aguantamos. Seguimos por nuestro bien común, en lo laboral, quiero decir. Ella es estilista y dirige una importante empresa de modelos de lencería. Suerte que los críos ya son grandes y estudian fuera…

—Tengo que dejar de beber —Pienso, si bien las manos no obedecen mi voluntad. El subconsciente toma la iniciativa sirviéndome una ración doble de bourbon.

Aquella extraña sensación vuelve, la misma desde que era niño. Parece que está en mi cabeza, por detrás y dentro del córtex prefrontal. Está aporreando cada fibra del cerebro apelando a los sentimientos enterrados años ha. Reo en una cárcel de la que no puede escapar; forjada con mi propia avaricia y atroz sed de fortuna. He llegado muy lejos, enterrando cosas como la piedad, la empatía y la misericordia. Me he follado todo lo que he podido e, incluso, lo que no he querido para triunfar. Suerte que el dinero todo lo borra… pero allí está ese pequeño intentando escapar, chillándome que lo deje, que vuelva a casa, que no me haga más daño.

—¡Mañana lo dejo, lo juro! —grito en la soledad de mi comedor. Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar aquel poema que de niño tanto me gustaba y que tan bien plasmó el inmortal Lope de Vega, que rezaba en sus últimas estrofas:

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

11º relato

En un mar de incertidumbre

Aún puedo sentir el olor del atardecer de mi patria, el color de los olivos, la risa de los niños jugando en la planicie que nunca más volveré ver.

Navegamos a nuestro destino por mandato divino. Agamenón toma el mando jurando que Zeus le habla en sueños y cuya ayuda será determinante junto a Poseidón y otros dioses del Olimpo. Yo no sé qué creer ya: o es por los dioses o es por Helena ¿O todo a la vez?

El destino es igual de peligroso que este mar tan tranquilo como inesperado y cruel. Atravesamos el Mesogeios Thalassa rumbo a una tierra cuyas gentes están dispuestas a luchar hasta el final. Tomar esa ciudad será una pesadilla que a muy seguro nos llevará años si no tal vez más.

A mi lado viaja un guerrero de gesto serio y risa atronadora: Áyax, el Grande, es hijo de Telamón y Peribea. Es un titán de dos metros y cuya constitución los dioses quisieron comparar con el mismo Heracles. Odiseo bebé vino mientras observa la belleza del mar, sin poder reprimir cierta nostalgia por Ítaca, su tierra.

Llevamos días en el mar sin más compañía que nuestros barcos y la superstición de los marineros que parecen eludir ciertas rutas, como sí, en el abismo insondable, hubiera criaturas del Hades dispuestas a devorarnos.

A unas naves de distancia se vislumbra la figura de Aquiles, el grande, y muy cerca de él, Patroclo. Los hombres tienen la moral alta, supongo que, por estos legendarios luchadores, pero la mayoría de la tropa es joven y no han visto tanta masacre como yo, algo más viejo y sereno en mi experiencia; veremos si darán la talla cuando pisen la costa. Allí, cuando el enemigo caiga sobre nosotros, se verá el valor y la dinastía que tanto suelen eludir llamando a los dioses para traer sus favores. No saben que el enemigo es fuerte, recio y lucha por su tierra. Troya será una bonita tumba para muchos y una gesta para los poetas cuando cambien el horror por el honor.

El rey Príamo no nos lo pondrá nada fácil. Ese viejo tiene redaños y sabe cómo infundir valor a los suyos, así como sus hijos Héctor y Paris. Héctor es un guerrero, tan hábil como fuerte y astuto, será difícil socavar la voluntad, ya que las guerras no se ganan sólo por la fuerza y la destreza: si no con estrategia y una buena dosis de paciencia. Eneas, en ese mismo sentido, es una fuente de problemas para nosotros, ya que se dice que desciende de la mismísima diosa Afrodita.

Hace años que llegamos a Troya y el asedio es peor de lo que esperábamos. Años de cruel asedio, enfermedades y mala nutrición. ¿Y los dioses? Si en verdad han urdido algún plan estoy seguro que se lo guardan: serpentean sus envenenados consejos en los oídos de uno u otro oponente. Los dioses son crueles y les gusta tanto el valor como el sufrimiento.

Hoy se me ha encogido el corazón: Aquiles y el rey Troyano Príamo han pactado una tregua para poder llorar la muerte de Patroclo y Héctor. Aún hay algo de honor en toda esta maldita sinrazón. Me siento más fuerte y la vieja sangre vuelve a mí. Serán once días de luto, pero después volveremos a la guerra.

Estoy herido de muerte… Justo a las puertas de Troya. Un guerrero, un guardián ha sido mejor soldado que yo… Le felicito. Ojalá nunca pierdas la fuerza y otorgues a tu mujer muchos descendientes con tanto valor. Yo por mi parte dejo este mundo rumbo al Hades, destino que observo rodeado de gritos de horror, fuego y sangre… La misma poesía que siempre me ha acompañado desde que era un niño y dejé mi tierra.

Una batalla épica en un lugar del que se creía leyenda. Troya nos ha fascinado por sus historias. Aquí os traigo una de ellas.
9º relato

Privadas

«La ropa sucia se lava en casa», dice el refrán y nosotras hacemos lo propio. Nuestra agencia es única y es totalmente legal: nadie nos puede acusar de lo contrario y con experiencia en el sector. Nosotras acompañamos cuando es menester y los secretos de nuestros clientes se quedan a buen recaudo»

—¿Qué decís querida? ¿Qué un muerto no necesita compañía? Ja,ja,ja… que equivocada estás. Todos tenemos la necesidad de un último viaje hacia el destino que se te haya asignado y no es poca faena, créeme, dirigir a tanta alma.

» Es verdad que desde que trabajamos en esto la humanidad ha crecido en número, pero nos hemos adaptado a las nuevas tecnologías y tenemos acceso a perfiles e historias en las redes sociales para encajar bien con el perfil. ¡Los he visto de todas las maneras y de toda condición y religión! Ni te creerías la de adeptos a la fe que consiguen un billete hacia un lugar nada acorde con sus creencias, pero así son las cosas.

» Veo por tu curriculum que siempre te han gustado la mitología y los ritos mágicos… ¡además de ser quemada por bruja en una de tus vidas pasadas…!, que interesante. Bueno, ¡bienvenida a bordo! No hace falta que me lo preguntes: aquí no hay ningún hombre. Las valkirias son mujeres y aquí las leyes de género no tienen cabida, supongo que sabrás el por qué, ¿no?

» Comienzas ahora, tus jornadas se habitúan a los turnos establecidos para ayudar a todo aquel que caiga en combate. Sólo se pueden llevar a dos lugares: Valhalla y Fólkvangr, no te confundas de lugar, que los señores de esas casas no tienen buen sentido de humor, sobre todo Odín; Freya es más accesible, pero no te quedes allí mucho tiempo o quedarás atrapada para siempre en su embriagador aroma.

» ¿Los cristianos? ¡Esos van a otra parte, tú no te líes y céntrate! Nosotras no nos metemos en otras religiones y ellos tampoco en la nuestras. Oye, aquí el trabajo es muy importante así que nada de fallos en tu primer día. Pégate a una veterana e intenta aprender bien de sus habilidades. Cuando acabes ven a verme y hablamos del tema con una buena jarra de hidromiel ¿vale? Pues nada, al lío que la batalla ya ha empezado y los muertos no tardaran en llegar. Al principio habrá pocos, pero al final… ¡por el cosmos!: Los perdedores corren mientras que son masacrados por el bando ganador. ¿El honor?, pero ¿tus cuantas batallas has presenciado?

8º Relato

De nuestras vidas

Aquella terrible noche no hubo más canciones o relatos que narrar, sólo el vacío entre el barranco y la oscuridad de la noche alumbrada por la luna menguante.

Corría el año de nuestro señor de 1067 en las inmediaciones de Al-Qasr. El gobernante, Jalaf Ibn Rasid, era un ser déspota y cruel que no respetaba ni a su pueblo ni a sus vasallos, reclamando a las doncellas vírgenes para sus propios y oscuros placeres y así, deshonrarlas de por vida. Malo era enfrentarse a él, pero peor era el pecado de estar enamorada de un soldado de su guardia; que decir de ser el musulmán y yo cristiana. Tal vez ese era nuestro castigo de cara a Dios por nuestro atrevimiento, pero ¿Qué Dios? ¿Cuál de ellos? ¿Los dos… el mismo? Las miradas estaban llenas de odio, las lenguas afiladas y envenenadas. Fuera de mi casa me hallé en el desamparo de la noche mas él me recogió en su regazo. De escondidas nos veíamos, de hurtadillas nos besábamos y alojada en el barranco yo malvivía soñando una vida negada.

Cuando la señal de la traición, necesaria en aquel lugar, asomó por la ventana la cabeza mutilada de Jalaf Ibn Rasid cuya joven había decapitado con su propia espada. Los cristianos atacaron con fiereza y odio acumulado por lo mucho que se hizo en el pasado; de nada varían las palabras, nada se pudo hacer. Los soldados que quedaron, antes de deshonrados o torturados, arrojados al barranco al anochecer con sus caballos… y yo junto a mi amado volé en su regazo, preparados a nuestro destino cruel. Mejor morir en el momento que vivir en el martirio, mejor ser libre y tener que perecer… sin ni siquiera el consuelo de ver a Dios al otro lado, al menos la muerte unidos nos ha atado.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.
5º relato

Para caer en el olvido

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?

Esa extraña sensación de libertad segundos antes de que tu cuerpo se tope contra el suelo…

Fue un día como cualquier otro: monótono, aburrido y lleno de problemas. Ser corredor de seguros es un trabajo difícil y muy mal pagado, pero es lo mejor que se puede conseguir en estos horribles años veinte. Mucha gente está en paro, después del final de lo que los periódicos sensacionalistas llaman la primera guerra mundial, cuesta más ganarse el pan. Para colmo casi muero aplastado al caer cerca de mí un hombre, o por lo menos algo muy parecido antes de estamparse contra el suelo; es muy común últimamente.

Con el susto en el cuerpo, temblando y ya por el segundo pitillo consumiéndose en mis labios, llegué al bar charles donde nos reunimos todos tras una dura jornada. En una esquina de local, lejos de miradas u oídos indiscretos, solíamos contar nuestras anécdotas. El bueno de Sami, estoico a la par de estricto, dejaba sacarnos los zapatos y así poder descansar los doloridos pies tras patear Manhattan de un lado al otro. Puta isla de mierda. A qué loco se le ocurre construir una gran urbe aquí.

Me quito el calzado y depósito la planta de los pies en el suelo bajo la mesa. Siento el placer del frío suelo a través de mis calcetines y el pronto alivio llega a mi cuerpo y alma olvidando por un momento las penurias pasadas.

—Le colé un seguro y para postre me acosté con su mujer—. Exclamó Clarence, un veterano del sector con tantos años de experiencia como fanfarronería.

—Eres un fantasma — añadió James, más borracho que de costumbre, de hecho, empezaba a primera hora con la bebida y no paraba hasta bien entrada la noche. Su hígado debía de pertenecer a alguna clase de ente paranormal que se nutría de alcohol y mantenía a su huésped para no morir; y así en un ciclo sin final hasta que alguno de los dos (o los dos a la vez) estirara la pata. Según nos relató su mujer le había pedido el divorcio.

— La buena de Sara ha tenido demasiada paciencia contigo. Te esperó hasta que volviste vivo de la guerra, pero más borracho que un piojo sureño. Francamente no te culpo, para soportar aquello hace falta mucho licor.

Todos los rostros se volvieron a mí, yo continuaba absorto en el placer que me proporcionaba el frío de la superficie, pero el silencio fue suficiente para abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Esquivaron mi mirada, eso me puso en alerta; tras años como compañeros sabía que algo no iba bien.

— ¿Qué coño pasa? — se sorprendieron oírme en ese tono, sobre todo Clarence que me conocía más que nadie. Además de amigos éramos inseparables desde la guerra. Con la voz temblorosa relató:

— Jim… Se oyen rumores en el gremio…

¡Mierda! Eso no eran buenas nuevas, pero tal como iba la conversación todo rondaba por el tema familiar y en concreto por la parte fémina.

— ¿Aura? ¡Ni de coña! Nos amamos y todo va sobre ruedas. Los pistones están bien engrasados y antes, hijos de la gran puta, que supongáis de que no doy la talla con mi mujer os advierto que os partiré la mandíbula a quien lo insinúe.

— no, no, para nada amigo, ya lo sé, bueno, lo sabemos — dijo dirigiéndose al resto que asentían con cómico ademán, bajando y subiendo las cabezas, si bien sus ojos decían lo contrario—. Sólo te informo de lo que se oye y… Mira, mañana tómate el día libre, compra un ramo de flores y una buena caja de bombones, lleva a Aura a comer, al cine y eso. Sólo por los viejos tiempos… ¿Lo harás?

Me levanté de golpe, con los puños apretados y la mandíbula tan tensa que parecía que se me iba a partir en dos. Todos sabían de mi mal genio y no se opusieron de que me marchar de esas maneras y menos sin pagar.

Corrí sin parar hacia mi casa. Fue al notar mis pies húmedos cuando me di cuenta de que me había olvidado los zapatos en el bar. ¡Era ridículo! sí es cierto que era tosco en el trato y, puede, que poco cariñoso, pero era un hombre, era «su hombre» y con eso debía de bastar.

Entré sin ni siquiera saludar al conserje que observó atónito como no esperé el ascensor y subí los quince pisos del tirón. Tenía buena forma física y el ejercicio no me cansaba. En la guerra corría más que las balas, eran buenas maestras, eso es lo que me hubiera gustado enseñarles a mis hijos…, cuando los tenga. La mala suerte, —»mi puta mala estrella»—, dije al pasar por la planta treceava. Estoy haciendo el ridículo, seguro… Pero debo cerciorarme personalmente.

Fue antes de llegar a la puerta cuando escuché los gemidos. Mi cuerpo se paralizó un instante para después, casi de cuclillas y en perfecto silencio, sacará mis llaves e intentará abrir la puerta. Me introduje como una comadreja no sin antes agarrar el bate de béisbol, recuerdo de mi niñez y que tenía tras la puerta, por si acaso encontraba malas intenciones que quisieran entrar, y mira tú por dónde ahora quien quiera que fuese estaba dentro de mi morada y follándose a mi mujer.

Tras el salto por el balcón todo importó poco… La sangre, los sesos desperdigados por la pared, el cuerpo de mi querida esposa y su amante aún abrazados y agazapados por el miedo con las cabezas abiertas… Ya poco importaba. Lo que dijeran de mi en las noticias de mañana poco importaba: palabras para caer en el olvido.

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?
4º relato

Son palabras

Gervasio salió de la consulta de su médico tras un sincero gracias y buenas tardes. No podía reprimir cierta tristeza por aquel joven profesional y sus ojos llorosos tras darle la noticia. Las pruebas no habían salido bien y él lo sabía antes de ir a la consulta, para que engañarse: a sus noventa y siete años poco se podía esperar de positivo, al menos en temas de salud. Cerró la puerta con sumo cuidado, girando la maneta para no hacer ruido. El único eco que llegó fue el de sus propias pisadas al pasar por aquel ambulatorio vacío.

— Que tenga muy buenas tardes, señorita—. Se limitó a decir cuando la señora de la limpieza, una jovencísima chica que cubría su cabeza con un hiyab de color marrón crema, le devolvía el saludo al tiempo que volvía a sus quehaceres. Era increíble como las palabras pueden cambiar la vida de una persona: puedes hacerles reír, llorar, emocionar…; en verdad llevan poder, y aquel que las utiliza se define como persona.

La luz había menguado desde que entró a su ambulatorio; en invierno anochece antes y así se encontró la calle al salir del recinto con el sol ocultándose en la lejanía. Se abrochó la chaqueta gris, se colocó la bufanda para cubrir bien el cuello y ajustó el sombrero de fieltro en su cano cabello.

— ¡Que hermosa es la noche! — dijo en voz alta, y sonrió al ver pasar un grupo de chavales corriendo por su lado.

Ahora ya no había tantos cachorros (como solían decir en su pueblo) por las calles como en otras épocas. Los pequeños habían cambiado sus hábitos a las nuevas tecnologías y sumado al miedo de sus padres por «lo que pueda pasar» había precipitado la caída de los grupos de amigos en parques y bancos del barrio.

«Lo que pueda pasar…» Volvió a la realidad y aquella fatal noticia. Extraño y con cierto alivio se reconfortó en que no temía al destino, ya que era el único que quedaba de su familia. Nunca tuvieron hijos y su mujer había fallecido hace años aquejada de aquella enfermedad degenerativa. Todas las enfermedades son malas, pero otras son las pijoteras e injustamente silenciadas y sufridas por aquellos que están cerca del paciente.

El olor a chocolate caliente le abrió el apetito y por primera vez no le importó ser diabético. Rio para sus adentros y dijo en voz baja, encaminados sus lentos pasos al puesto de churros: ¿Qué es lo peor que me puede ocurrir? ¿Morirme?

Relato