El mundo de Menoïch
33º Relato

No son más que….

– Pesadillas, sólo son eso. No debe usted hacer caso de algo que provoca el cerebro.

– No son pesadillas, doctor: yo no puedo dormir….

Hunk era un prestigioso psicoanalista en el campo de los sueños. Dirigía un equipo médico en el hospital de Bromch, a las afueras de la ciudad de Mahkra. Hacía menos de un año que los casos de parálisis del sueño y trastornos derivados de crisis de pánico nocturna crecían a un ritmo alarmante. Se tuvo que crear nuevos departamentos y lugares donde tratar y alojar a los enfermos. Éstos últimos eran sombras que no hacía mucho fueron seres humanos, mas ahora deambulaban sin rumbo por los largos corredores, cabizbajos, con los hombros caídos y arrastrando los pies como si soportaran una pesada carga.

Informe al ministerio de salud y comité de bienestar nacional sobre los casos de psicosis masiva en la población de Mahkra

En los informes de febrero y marzo se constató la falta de medios y los rotundos fracasos con los tratamientos convencionales, así como la nulidad de las técnicas más pioneras del resto del país. Paralelamente, y contra todo pronóstico, la salud física de los enfermos mejora e incluso patologías como la diabetes o la dislipemia desaparecen, teniendo que suspender los medicamentos orales; no obstante, las dosis se cuatriplicaban al suministran nuevos fármacos contra el nuevo mal que asola al mórbido.

Por extraño que pareciese, ninguno de los enfermos muere por cansancio extremo, llevando semanas sin poder cerrar los parpados y con una hiperactividad ocular en estado de reposo total. El paciente no puede moverse, pero sus facciones se contaren en rictus horribles, presenciando sombras en vigiria como así lo atestiguaban al poder hablar y/o moverse.

El rostro demacrado y la caída de cabello es común en ambos sexos, creándose una pátina de grasa en pómulos y alrededor de las orbitas oculares. Las resonancias magnéticas, con y sin contraste, muestran lesiones en la zona occipital y parietal derecha, sin afectación a ninguna de sus funciones básicas. Los neurólogos no dan explicación a estas imágenes y el asombroso patrón que se repite en cada uno de los recién llegados. La edad es indiferente, si bien los más jóvenes son los que más la padecen.

Todo evoluciona muy rápido, demasiado para poder hacer un análisis clínico del problema o, tal vez, los gobiernos no asumen el gasto sanitario necesario para esta plaga: imploro su ayuda para subsanar esta carencia.

La noche del treinta de abril comenzaron los casos entre los empleados y sanitarios del centro. Sara Ammi, médico especialista en psiquiatría y jefa del laboratorio de muestras, dio síntomas en plena noche, antes de terminar la reunión. Los alaridos de pánico se escucharon por toda el ala Este del recinto. Fueron necesarios cuatro agentes de seguridad para poder contenerla y asilarla en una habitación habilitada para los pacientes psiquiátricos más violentos. Al día siguiente, Sara se había arrancado los ojos con los pulgares mientras que repetía entre quejosos lamentos: sombras con ojos blancos, tres dedos que arañan… sombras de ojos blancos….

No pudimos hacer nada por ella. Falleció debido a la hemorragia provocada al intentar seccionarse la lengua con sus propios dientes. La policía judicial aseguró que nuca vio escena similar. Los chicos de mantenimiento tuvieron que desmantelar toda la estancia, ya que el hedor de sangre se quedó pegada al suelo y paredes acolchadas.

Fin del primer informe. Día 2 de mayo del 1952. Doctor Hunk Manix.

¿Qué ocurre cuando las pesadillas se vuelven realidad? ¿cómo diferenciar la realidad del sueño?
25º relato

Sólo se nutre…

La luz de la luna llena se filtró entre los tablones… en algún lugar lejano…  en la fría noche.

Un poco más y ya está. Tengo que contenerme o al final me cogerán. La caza la llevo en la sangre y la sangre del enemigo me reconforta.

El sonido de la noche me envuelve, me siento libre. Los lobos me avisan de que llegan; han olido a los perros y a la pólvora que portan sus dueños.

Corro entre la espesa foresta, salpica la nieve en mi negro lomo. Pronto arribaré a la cueva ¡Si llego nunca me podrán atrapar!

El primer proyectil me perfora el tórax, pero mi ritmo no mengua. Acelero con mis perseguidores sin darme tregua y otro disparo me alcanza el rostro. ¡Idiotas! Son balas ordinarias, y aunque de gran calidad, son insuficientes para matarme.

Otro proyectil me alcanza mas para mí dolorosa sorpresa compruebo que es diferente por varios motivos: uno, es un virote, posiblemente de ballesta; y dos, el metal es de plata pura que me quema y araña mi maltrecha alma. Quien fuere el artífice sabe lo que hace; un cazador experimentado.

Queda poco para llegar, tengo la oscura oquedad a escasos metros cuando el segundo virote me atraviesa el corazón. Mis extremidades ceden y mi negro cuerpo se hunde en el espeso manto de la blanca nieve. No puedo respirar y mi visión se nubla. La muerte llega a mi en forma de un humano de parda indumentaria. Su sombrero de ala ancha eclipsa su rostro mas veo como exhala el aliento dejando nubes de partículas a su alrededor. Escucho el martilleo de su pistola cebada; siento, huelo sus venas, sus arterias y el pausado ritmo de su corazón…

Un cazador formidable, como lo fui yo…

El cazador puede ser presa. La lucha continúa para salvar la vida: matar o morir, no hay otro camino que la supervivencia.
23º relato

No da la felicidad

Un largo trago evitará que afloren los nervios… mejor dos.

Datchi, estrella mediática de la televisión tenía el programa líder de audiencia los viernes noche. Quedaban apenas cinco minutos para salir en el aire y no la tenía todas consigo. Hacía menos de media hora había firmado su quinto divorcio, el octavo en menos de ocho años, con la consecuente sangría de dinero, reparto de bienes y sobornos para evitar el asunto de los malos tratos; eso sin contar con la trama de prostitución infantil. Suerte que Jeffrey Epstein, cabeza pensante y dueño de la isla donde llevaban a los menores, se había ahorcado en su celda de máxima seguridad preparada contra suicidios; pero, por fortuna para el resto del entramado de entre los que estaba el mismo Donald Trump, Mick Jagger, Naomi Campbell y el mismísimo príncipe Andrés, duque de York, había muerto, como dije, ahorcado en circunstancias más que discutibles: el compañero de celda, personal de confianza y puesto por los funcionarios para evitar estas cuitas, se había ausentado de manera no clara; los guardias de seguridad no detectaron nada anómalo y las cámaras de seguridad…

— Ja, ja, ja —Darchi rio a gusto. Como las cámaras que Jeffrey Epstein fanfarroneaba que les habían grabado a él y al resto de ricos. Éstas no funcionaban o detectaron nada extraño.

Apuró la botella mientras que se preparaba al lado del cilindro metálico. Había que innovar y así lo haría. Su popularidad había caído un par de puntos y eso no podía tolerarlo. Haría lo que fuera por recuperar la fama y el dinero, ¡qué más podía pedir! Saldría disparado como una bala humana aterrizando en una red a pocos metros del público. El ensayo y pruebas las hicieron con profesionales con el mismo peso y altura que Datchi; todo iría a la perfección. Otro trago más y una benzodiacepina de 50 mg bajo de la lengua y ale, a flipar.

—¡Damas y caballeros, con ustedes, el carismático y queridísimo por todos ustedes… Datchi Dawsoooon!

Sintió la euforia de los aplausos cuando el telón se abrió dando paso a las luces que le cegaron. Agitó los brazos saludando a todos aquellos capullos que de nada conocía. Se llevó la mano derecha a la visera al estilo militar antes de bajar la protección lo que provocó la euforia patriótica. Poco a poco se introdujo completamente dentro del cañón agradeciendo que la luz no dañara sus ojos. Desde su posición podía ver parte del público.

— Bueno, allá vamos… — los confetis rosas caían copiosamente en el escenario mas su semblante cambió cuando vio, allá en el fondo, una figura ataviada con una gabardina gris y sombrero de fieltro que sostenía una copa de cristal llena probablemente con champagne. Esto lo supo con una exactitud milimétrica, al igual de lo que creyó leer en los labios de aquel tipo; un ritual que hizo cuando todos se reunían y brindaban antes de darse el banquete con los menores con quien mantenían relaciones sexuales, por no decir directamente violaciones: “hasta el fondo…” – oh, Dios mío…

«Noticia de última hora. Tras el accidente mortal de la estrella televisiva Datchi Dawson se ha decretado un día de luto en su lugar natal. Parece ser que el accidente se debió a un error de cálculo cuando su cuerpo salió despedido de un mecanismo autopropulsado aterrizando en el escenario, convirtiéndose en un amasijo de carne y huesos. Varias personas del público tuvieron que ser atendidas por crisis nerviosas ante semejante espectáculo. La policía cree que el accidente se debió al exceso de impulso, haciendo que Datchi atravesara la red que fue del todo inservible. Los responsables no se explican cómo ha podido pasar y ciertas fuentes apuntan al sabotaje, pero viendo la trayectoria profesional y lo muy querido que era por el público, nadie cree que haya sido un suicidio o un presunto asesinato…»

22º relato

El vil metal

Desapacible para la mayoría de los mortales era aquel día frío y lluvioso de enero. Arriba, en lo alto de la más alta torre de la poderosa Sachs, se reunían todos aquellos que, de una manera u otra, dirigían el destino de los más importantes bancos del mundo…

—¡Que me cago!

El enfermero, que a su vez tenía a su mando a dos subordinados, chasqueó con la boca mostrando su desagrado por la escena que presenciaba desde su mesa de dirección. Sus lacayos, pulcramente vestidos de blanco como dicta la norma, intentaban contener la diarrea del gerente del banco Rothschild al son de la canción «Si yo fuera rico», mientras sufría de terribles e involuntarios temblores en un vano intento de cerrar su esfínter.

— Creo que el tratamiento que le recetó la doctora Michelle no es el más adecuado. Le sugiero que…

— ¡Calla, hijo de puta! Te pago para que me soluciones la vida, ¡no para jodérmela más!

— Sí señor, por supuesto —el enfermero, de nombre Tomas, volvió a sus quehaceres anotando en su agenda electrónica lo sucedido al médico, siempre disponible, y las posibles repercusiones de salud por la diarrea.

Uno de los enfermeros a su cargo, de origen filipino, se apresuró a llevar el contenido de la palangana al retrete junto a los tropezones que poblaban su cara y manos. Las arcadas del joven eran incontrolables.

En otro lugar de aquel edificio había una sala de juntas que estaba lista para el evento que allí se haría: la mesa limpia, recién pulida con cera, con un impresionante mapa del planeta tierra en bajo relieve; la moqueta inmaculada, pasada con el vaporizador a temperatura perfecta para evitar la proliferación de ácaros; la cristalera reluciente, grandes y semi opacas para preservar la intimidad de miradas indiscretas del exterior, pero salvo la visita de alguna que otra ave allí, en aquella altura, no había nadie que pudiera verles; amén de que las reuniones eran secretas, necesarias para la correcta administración de los bienes ajenos.

Todo estaba dispuesto. Los respectivos representantes y sus abogados estaban alojados en cubículos independientes mas podían seguir la sesión a través de un sistema ultra moderno HD 8k con altavoces de tal calidad que podías sentir el zumbido de un mosquito a cientos de metros. El personal de confianza, mayordomos y primeras damas, permanecían de pie a las esquinas de las cuatro facciones o bancos que cortaban el bacalao. Sonó un himno solemne y profundo mientras que, debido a alguna superstición o leyenda atribuida a naciones antiguas, un grupo de vírgenes lanzaban pétalos de rosas blancas delante de la comitiva.

Cuatro arribaron, cuatro seres que no ha mucho eran humanos, transportados en pesadas sillas de seis ruedas cada uno. Sobre el armazón de aluminio, y sobre éste, un comodísimo sofá de las pieles más exquisitas del planeta. Encima de todas aquellas máquinas había unos hombres de terrible y brutal aspecto. Definirlos es ardua tarea, ya que por la cantidad de cables y tubos que de ellos salían y entraban poca descripción de carne se podía ver, todo salvo unos rostros estirados por prótesis de titanio para «realzar» o devolver la belleza a un cuerpo mustio, fofo y viejo. El sonido no era mejor: flatulencias incontrolables acompañadas de un nauseabundo olor que despedían los productos químicos que se alimentaban, almacenados en grandes viales trasparentes de múltiples colores y tamaños. El rastro que dejaban era semejante a las babosas salvo que éstas últimas impregnaba una sustancia más agradable y beneficiosa para la madre tierra.

Los cuatro se colocaron en sus respectivos huecos, horadados en la  mesa para encajar a la perfección en cada lado. Terminada la música se oyó un cúmulo de voces estridentes cuyo origen eran aquellos cuerpos deformes y aplastados. Se podía oír cosas como: mío, tipos de interés, acciones en industrias armamentista, guerra en África, extracción de diamantes, mafia, dinero, golpe de estado, Dios; todo esto aderezado con los efluvios y pedorretas incontrolables. Los abogados, situados en sus respectivos lugares, oyeron la «conversación» en sonido envolvente con los consecuentes arcadas y vómitos de la mayoría.

Aquellos eran los que dirigían el mundo, los que se gastaban buena parte de lo ganado y robado en propaganda y agencias de información justamente para lo contrario: desinformar.

Responsables de colocar a los líderes políticos en sus respectivas sillas, criminales de la humanidad que se afanaban en condenar actos de deleznables o golpes de estado de los que eran responsables. Ese era el mundo: Su Mundo.

Terminada la reunión, volvió a sonar el himno triunfal. Cada uno de ellos, impulsado por el motor eléctrico de su carroza, emprendían el camino de vuelta dejando el lugar perdido de mierda. Ya fuera de la sala comenzaba el auténtico trabajo. Los operarios se afanaban en quitar la cara moqueta que iba directamente a la basura. La mesa con el grabado de la tierra debía pasar por la karcher, pero había ocasiones que le suciedad estaba tan impregnada que debían tirará la mesa y fabricar otra con algún árbol en peligro de extinción.

Lentamente los dueños del buffet de abogados de sus respectivos clientes se reunieron en el medio de la sala. Ellos no vomitaban, ni les desagradable aquel espectáculo. Estaban más que inmunizados y de humanos más bien tenían muy poco. Los cuatro a la vez hablaron y a la vez contestaron:

—¿Todo claro? No vemos en la siguiente reunión.

Sólo esas palabras se oyeron, desapareciendo de escena mientras que un grupo de desinfección, bien pertrechados de EPIS completos y oxígeno independiente, se dispusieron a fumigar todo el lugar.

Parece mentira lo que llenan de mierda el mundo cuatro indeseables.

16º relato

Nos aterra…

—¿Cómo lo vamos a hacer?

La pregunta quedó en el aire. El despacho era muy amplio y luminoso. En el centro había una larga mesa negra, y dentro de la misma, una talla que representaba a la perfección una estrella de trece puntas. Cada una de las puntas acababa en los extremos de la mesa donde trece humanos aguardaban sentados. Uno de ellos, el más joven y visiblemente inquieto, volvió a hablar:

— Tengo problemas en mi departamento. No sé cómo enfocar la propaganda armamentista para la campaña en el Este de Europa.

— ¿Cómo? Pues como siempre —contestó un hombre menudo y de escaso pelo situado frente él—. Contratemos a las empresas de publicidad adecuadas para echar una mano, como hicimos en la primera guerra de Irak, la de Kuwait ¿Os acordáis? La niña iraquí…, creo que se llamaba Nayirah, que habló al público para rogar que los EEUU entrarán en el conflicto. Fue genial, y eso que esa niña ni había pisado Irak. Todo muy bien orquestado. La verdad, y justo esa es la clave, en la actualidad se sabe que aquello fue un montaje y ¿ha pasado algo? ¿Ha habido alguna clase de represalias contra nosotros? ¡Qué obra maestra del engaño! Aún recuerdo los videos de soldados iraquíes disparando por la espalda a mujeres y niños cogidos de las manos ¿Os acordáis? Todo un montaje, una patraña, aún más real al hacer aquel reportaje que destilaba ese tufo patriótico.

El sonido de alguien esnifando resonó en toda la sala. La coca iba y venía como siempre. Buen material traído de Sud América, o como ellos lo llamaban: su Narcofarmacia. El tráfico de drogas y armas era altamente conocido entre los peces gordos de la asociación. Eso y la Black Water como trabajadores y sicarios para hacer lo necesario en el lugar más inaccesible; no en vano el gobierno yanki había provocado golpes de estado en países democráticos en Sud América para beneficio propio, cómo siempre.

— ¿Y el pueblo? ¿La gente llana? ¿Esos no dirán nada?

— ¿Que? ¡Harán lo que les digamos, coño! En Norte América tenemos más de 37 millones de pobres, muchos viviendo en las calles y tienen su bandera en el carro de la compra o bien ondeando en su mugrienta tienda de campaña. ¡Harán lo que les diga la publicidad! Y ahora calla, me estás poniendo nervioso.

Frank era una persona peligrosa cuando se enfadaba y Bill lo sabía. Éste prosiguió en tono conciliador:

— Eres muy joven para lo que tratamos de explicarte. La propaganda lo mueve todo. ¿Fake News? Ja, ja, ja. Esto viene de viejo, niño. Seguro que no sabes la historia del SS Maine, el barco que hundieron los españoles en la Habana. No hay ninguna prueba de que lo hicieran ellos, es más dieron cobijo y primera asistencia a los supervivientes. En cambio, William Randolph Hearst, el sensacionalista, acusó en su periódico directamente y sin pruebas a los españoles, y a nosotros nos fue realmente muy bien, y así le declaramos la guerra con el pueblo a favor. Le arrebatarnos las provincias de ultramar entre ellas Cuba: nuestro puticlub particular.

— Pero entonces: ¿Qué fue lo que provocó la explosión del acorazado?

— Puede que las calderas, o… ¡Cállate de una puta vez! ¡Nosotros hacemos las preguntas, nosotros fabricamos las putas respuestas mocoso de mierda!

Frank tuvo que ser contenido por dos socios ya que sacó el arma de la cartuchera oculta en su tobillo. El joven Drake tuvo que abandonar la sala al perder los nervios y la función de los esfínteres.

— Nuestro nuevo compañero es un poquito blando ¿No os parece? —Bill destapó el bote de Valium metiéndose un par de capturas que empujó hasta el estómago con un buen lingotazo de bourbon añejo.

— Es muy joven para liberarlo, no ha aprendido nada. Hay que tener paciencia.

— Aquí la paciencia no tiene cabida.

Hubo un silencio aterrador. El sillón número 13, que presencia la mesa habló. Él casi nunca hablaba y cuando lo hacía su palabra era ley. Prosiguió:

— La paciencia es sinónimo de esperar y aquí no esperamos nada ni a nadie—. Con un leve gesto de cabeza, dirigida a uno de los once guardaespaldas que protegían la velada, ordenó al sicario que partió rumbo al lavado ante las miradas silenciosas del resto. No tardaron en escuchar el golpe y el forcejeo de alguien que lucha por sobrevivir. La cuerda de piano es efectiva para que la víctima no grite, pero puede alargar durante minutos su agonía. La reunión continuó con el hilo musical de los gorgoteos y los zapatos arañando la pulida superficie.

— Si no recuerdo mal — prosiguió el viejo Duck— Nayirah al Sabah, era la hija del embajador de Kuwait en EEUU. Ella se formó en una empresa de relaciones públicas para su discurso… Contratar a esa empresa, si es que existe en la actualidad, y en el caso contrario buscad las raíces de esa empresa. Con los recursos informáticos que disponemos será fácil encontrarlos. Bien: doy por zanjada está reunión. Cada uno a lo suyo y recordar: una mentira contada mil veces acabará siendo verdad. Nosotros representamos el futuro, no lo olvidéis.

Duck abandonó la sala en su silla de ruedas electrónica ante la comitiva que se puso en pie en señal de respeto aún con el sonido amortiguado del joven que estaba siendo estrangulado. Cuando se cerró la puerta de doble hoja de ébano se sentaron y, para qué negarlo, respiraron con alivio. Siempre ponía nervioso a la gente y no era por su poder, sino por eso ojos despropósitos de vida, más cercanos al muerto que la vivo.

Bill, tomando la iniciativa y coincidiendo con la salida del sicario que se había lavado concienzudamente las manos en el lavabo, dijo:

— Bien, ya sabemos lo que hay que hacer. Si nadie dice lo contrario me quedaré con el departamento del joven que ha pasado a mejor vida, al menos hasta que captemos a otro más sagaz y con menos escrúpulos. Bueno, felices fiestas a todos y que Dios os bendiga.

Tenemos familias y con ello el compromiso de hacer un mundo mejor. Pero ¿Qué pasa cuando los gobernantes son unos auténticos bastardos?
3er relato

Miedo

¿Has tenido miedo en alguna ocasión? Siempre me hacen esa pregunta, y en verdad me revienta que me la haga, señorita. ¡Pues claro que lo he sentido, coño! ¿Acaso tú no? Estoy seguro que sí, todos lo experimentamos. Es un sentimiento más, pero hay muchos niveles de miedo antes de que se desborde en un ataque de pánico.

Cuando estás en el aire, en las entrañas de un C-47, y sientes como los proyectiles de artillería rozan el casco; con ese martilleo de los motores pulsando por volar y no colapsar y caer al vacío de la noche…. Sí, eso sí que es miedo. Pero peor es cuando saltas desde ese cacharro infernal rumbo a la oscuridad: el viento te azota la cara, sientes el olor de la pólvora en el aire, y ves como los fogonazos de tierra intentan derribar a los aviones. En más de una ocasión uno de estos me acompañó en el descenso a pocos metros de mí envuelto en llamas. Una luz entre las tinieblas.

Odio las operaciones nocturnas y aquella fue la peor. Corría el 6 de junio del 44, sobre suelo francés. Teníamos que caer detrás de las líneas alemanas, pero el viento es caprichoso y te deja donde le place, poco importa lo que sientas, creas o a que Dios reces, de hecho, los alemanes y nosotros creíamos en el mismo creador…, irónico, ¿no cree usted?

Cómo le decía, caíamos al vacío mientras que las trazadoras silbaban a nuestro alrededor. Lo mejor venía cuando desplegabas el paracaídas y una de esas malnacidas te perforaba la tela. ¿Qué? ¿Qué mejor eso que no te alcance en el cuerpo? Créame, joven, que no es así. Vi a compañeros caer como flechas precipitándose contra el suelo, quedando una masa deforme de carne y huesos saliendo entre las costuras del uniforme de combate, para segundos después, ¡oh destino cruel!, caer sobre ellos la tela rasgada del paracaídas como mortuorio homenaje póstumo.

En una ocasión me pasó lo mismo, lo del rasgar del paracaídas quiero decir. En esos momentos sientes que el tiempo se detiene, el ensordecedor ruido del aire pasa a segundo plano e impera la supervivencia pura: cortar las cuerdas con el cuchillo, liberarse de la mortal sacudida y desplegar el paracaídas secundario.

Yo lo hice y vive Dios que estuve muy cerca del suelo y de morir. Desplegué a pocos metros antes de tocar tierra. Sólo me partí los calcáneos y la tibia derecha: un pequeño precio que pagar a la muerte para continuar en la partida.

En esa ocasión no pude seguir a mis hermanos y entablar batalla…, pero en la dolorosa oscuridad pude oír los proyectiles pasando sobre mí, los gritos de dolor de los heridos, el sonido de la certera bala al alojarse en un punto vital sin tiempo de maldecir o llamar a la madre querida. En aquella ocasión perdí el conocimiento y tuve horribles y extrañas pesadillas de seres antropomorfos que intentaban alimentarse de mis restos… Y yo no podía huir.

Desperté en un hospital de campaña y ese fue el final de la guerra, al menos para mí. Nunca olvidaré aquella noche y el miedo que me acompaña, como un amante esquivo que aparece en el momento menos oportuno para estampar sus fríos labios contra los míos. Un momento en que la parca me recuerda que pronto vendrá a por mí, aunque, si le soy sincero, en esos momentos, ya no siento miedo.

2º Relato


Huir


—¡Por mucho que corras no podrás huir!
Eso se repetía una y otra vez mientras aceleraba el paso, apretado el bolso al pecho mientras que la sudoración empapaba su blusa.
El callejón, uno como cualquier otro, oscuro, frío y cuya única que luz venía de fluorescentes de clubs nocturnos, se abría ante ella y el abismo. Las luces de neón dibujaban extrañas siluetas en los charcos, pesadillas de figuras antropomorfas que parecían seguirle allá donde ella iba.
Torció la esquina, otra calle larga y vuelta a empezar con el eco amortiguado de los tacones sobre el adoquinado.
Giró otra calle, ¡Bum! Y encontronazo. Su chulo no le dio ninguna oportunidad. Bofetón en la cara y al suelo. El mocasín italiano pisó fuerte su mano, aprisionando a la vez que infringida un dolor agonizante. El suelo húmedo estaba frío, pero más lo estaba su alma. Las lágrimas se derramaban como fuego en aquel rostro marcado como tantas otras veces por cicatrices de pagos retrasados.
— No puedes huir, zorra —dijo sin pasión aquel aristoso aliento—. Ni lo volverás a hacer jamás.
El filo de la navaja rasgó el abrigo dejando al descubierto unos pechos firmes y morenos. La macabra sonrisa de su torturador reflejaba lo poco humano de aquel ser; encantador cuando tenía dinero, vil y cruel cuando no lo había.
El grito se ahogó cuando el puñal atravesó la nuca y salió por la boca. La joven permanecía tumbada, con los ojos abiertos de par en par mientras que la sangre le salpicaba a borbotones. El chulo cayó de bruces con extraños espasmos que agitaba su cuerpo moribundo.
— ¡Clara! Te dije que no huyeras.
La alta y delgada figura de una mujer entrada en años la sobrecogió, pero no de miedo, sino de alegría y gozo. Mia Magreb, conocida como la «madamme», era una vieja veterana de las calles; cariñosa con antiguos clientes y amantes, y despiadada contra aquellos que se atrevían a tocar a sus «niñas», como ella solía decir. Fumaba un puro habano mientras que, por el hueco de la traqueotomía mal cerrada, ascendía el espeso humo hasta los ojos esmeralda.
— Ya te dije, mi niña, que no puedes huir. Debes pararte y luchar. ¡Plantar cara!, aunque sepas que el combate esté perdido —dijo mientras ayudaba a incorporarse a la temblorosa joven.
— Ven, yo rondo por la zona más tranquila, donde hay jóvenes más guapos y dejan mejores propinas. Además, huelen a perfume y te invitan a beber. Deja atrás a ese trozo de carne: que las ratas den buen uso a sus pútridas carnes. Las tuyas, hija mía, aún están firmes y puedes sacar buen partido de ellas, siempre y cuando las trabajes para ti sola, sin compartir dinero con nadie más.
— ¿Cómo encontrar un buen marido? —tartamudeo la joven, sonriendo para pasar el miedo.
— ¿Matrimonio? Sí, por qué no. Pero recuerda que hay matrimonios que terminan bien y, en cambio, otros duran toda la vida.
Las risas llenaron el ambiente al son de un solitario saxo mientras la niebla ocultó sus perfectos contornos. Una noche más para celebrar que estaban vivas y que es mejor luchar en un mundo donde, por muchos callejones que recorras, nunca podrás huir de la vida.

Huir de un oscuro callejón para escapar de un terrible enemigo. Pronto la cacería llega a su fin. No temas: la ayuda esta en camino.
Le femme fatal