El mundo de Menoïch
33º Relato

No son más que….

– Pesadillas, sólo son eso. No debe usted hacer caso de algo que provoca el cerebro.

– No son pesadillas, doctor: yo no puedo dormir….

Hunk era un prestigioso psicoanalista en el campo de los sueños. Dirigía un equipo médico en el hospital de Bromch, a las afueras de la ciudad de Mahkra. Hacía menos de un año que los casos de parálisis del sueño y trastornos derivados de crisis de pánico nocturna crecían a un ritmo alarmante. Se tuvo que crear nuevos departamentos y lugares donde tratar y alojar a los enfermos. Éstos últimos eran sombras que no hacía mucho fueron seres humanos, mas ahora deambulaban sin rumbo por los largos corredores, cabizbajos, con los hombros caídos y arrastrando los pies como si soportaran una pesada carga.

Informe al ministerio de salud y comité de bienestar nacional sobre los casos de psicosis masiva en la población de Mahkra

En los informes de febrero y marzo se constató la falta de medios y los rotundos fracasos con los tratamientos convencionales, así como la nulidad de las técnicas más pioneras del resto del país. Paralelamente, y contra todo pronóstico, la salud física de los enfermos mejora e incluso patologías como la diabetes o la dislipemia desaparecen, teniendo que suspender los medicamentos orales; no obstante, las dosis se cuatriplicaban al suministran nuevos fármacos contra el nuevo mal que asola al mórbido.

Por extraño que pareciese, ninguno de los enfermos muere por cansancio extremo, llevando semanas sin poder cerrar los parpados y con una hiperactividad ocular en estado de reposo total. El paciente no puede moverse, pero sus facciones se contaren en rictus horribles, presenciando sombras en vigiria como así lo atestiguaban al poder hablar y/o moverse.

El rostro demacrado y la caída de cabello es común en ambos sexos, creándose una pátina de grasa en pómulos y alrededor de las orbitas oculares. Las resonancias magnéticas, con y sin contraste, muestran lesiones en la zona occipital y parietal derecha, sin afectación a ninguna de sus funciones básicas. Los neurólogos no dan explicación a estas imágenes y el asombroso patrón que se repite en cada uno de los recién llegados. La edad es indiferente, si bien los más jóvenes son los que más la padecen.

Todo evoluciona muy rápido, demasiado para poder hacer un análisis clínico del problema o, tal vez, los gobiernos no asumen el gasto sanitario necesario para esta plaga: imploro su ayuda para subsanar esta carencia.

La noche del treinta de abril comenzaron los casos entre los empleados y sanitarios del centro. Sara Ammi, médico especialista en psiquiatría y jefa del laboratorio de muestras, dio síntomas en plena noche, antes de terminar la reunión. Los alaridos de pánico se escucharon por toda el ala Este del recinto. Fueron necesarios cuatro agentes de seguridad para poder contenerla y asilarla en una habitación habilitada para los pacientes psiquiátricos más violentos. Al día siguiente, Sara se había arrancado los ojos con los pulgares mientras que repetía entre quejosos lamentos: sombras con ojos blancos, tres dedos que arañan… sombras de ojos blancos….

No pudimos hacer nada por ella. Falleció debido a la hemorragia provocada al intentar seccionarse la lengua con sus propios dientes. La policía judicial aseguró que nuca vio escena similar. Los chicos de mantenimiento tuvieron que desmantelar toda la estancia, ya que el hedor de sangre se quedó pegada al suelo y paredes acolchadas.

Fin del primer informe. Día 2 de mayo del 1952. Doctor Hunk Manix.

¿Qué ocurre cuando las pesadillas se vuelven realidad? ¿cómo diferenciar la realidad del sueño?
32º Relato

Magia y fe

– ¿Cómo podéis afirmar que es una bruja?

– ¡Parece una bruja!, hace brujería y además es mujer.

Luis González de Ayala y Gallardo estaba considerado como una de las personas más poderosas del Imperio. Caballero de confianza del mismísimo Rey Felipe II “el Prudente”, era un noble de dudosa procedencia, llegando a ser acusado de Cristiano nuevo y descendiente de judios. Pero tales acusaciones jamás pudieron probarse. Sus ocupaciones eran varias mas su principal valor eran los asuntos internos de la corona, posición que le daba mucha libertad para decidir, aunque en esta ocasión se topó con la iglesia.

La inquisición no vio con buenos ojos tal visita y más en aquel pueblo alejado de la mano de nuestro señor. Se habían dado una serie calamidades en forma de fiebres cuyo origen no podía ser explicado sin la aparición del Maligno. Don Luis insistió en conocer del caso que traía de cabeza a la santa Fe, y sobre las presuntos hechos atribuidos por una lugareña: Matilde Zumalabe, acusada de brujería, yacer con el diablo, secuestrar niños para después cocinarlos y ofrecerlos a belcebú, y una larga lista a cual más increíble y fantasiosa.

– Vive Dios, mi buen Luis, que no concibo que hacéis aquí, tan lejos de la corona y de vuestras… Competencias -el arzobispo de Toledo era una persona poderosa y rival de Don Luis desde hacía años.

– Mi poder llega allá donde no se pone el Sol, su excelencia. No obstante, no veo mal en querer interrogar a la testigo.

– Ya la hemos interrogado. Es terca como una mula vieja, si bien no tiene ni veinte inviernos. Francamente no acabo de encontrar explicación a cómo su Majestad os manda a tales quehaceres.

– Lo que piense el Rey es cosa suya, lo que cuenta es que su palabra es clara y debemos acatarla. No habrá problema siempre y cuando alguien se interponga en mi camino y tenga que tomar otras vías.

Sus ojos eran ascuas de fuego azul tan brillantes como intimidadores. Por contra, el Santo oficio era temido a la par de valorado por el Santo padre. El arzobispo bajó la mirada y suspiró sin pasión, más de fastidio que de ira. Lo que creía que sería fácil se convertiría en un pesado trámite con la corona.

– Está bien Don Luis, ganáis por ahora. Podéis interrogar a la testigo. ¿Hace falta que alguno de los torturadores os ayude en vuestras cuitas?

– No, ya me basto solo. Gracias por vuestro entendimiento y paciencia. No os robaré más tiempo del debido.

Bajó hasta las mazmorras alumbrado por una antorcha. La torre datada de la época mozárabe y antes de época romana, aunque se decía que mucho antes hubo un asentamiento íbero.

El frío del lugar se solapaba con los escalofriantes alaridos de los reos, mezclados con el nauseabundo hedor de llagas y pústulas. No tardó en dar con la celda, la más oscura y húmeda. Entre los barrotes no se podía distinguir figura alguna, pero la presencia de aquel ser llegaba a todos los rincones del sótano impío; no obstante, el olor dulce a flores lo inundó todo en el instante en que ella habló:

– Vienes para “na”. Yo no estoy ni con Dios ni con el diablo.

– Me alegra saberlo. Me han hablado maravillas de ti y de tus poderes.

La muchacha no respondió, sólo la rápida respiración como respuesta ante lo que ella creía una amenaza que llegaría materializada en un lluvia de golpes.

– Se dice por estos lares que curaste a la hija del molinero de unas extrañas fiebres, las mismas que han asolado toda la zona del Este y de las cuales te atribuyen su origen.

-¿Por qué iba a ayudar a una niña si provocó la muerte?

– Eso me pregunté yo – dijo acercándose a los recios barrotes -Y eso mismo me preguntó su Majestad. Dijo: ¿Por qué esa desventurada criatura, que milagros hace, se le atribuye tales males?

Dos manos se aferraron a los barrotes. De la oscuridad se asomó un rostro femenino de negros y ondulantes cabellos. Sus ojos marrones mostraban una inteligencia inusual. Aquellos inquisidores habían cometido el error de subestimarla. Los golpes hicieron mella en la mejilla con una herida mal cerrada que supuraba pus y sangre.

– ¿El Rey os ha dicho eso…? ¿Por qué debería dirigir la palabra a una pecadora?

– Su excelentísima Majestad está muy interesado en ciertos temas digamos… Poco ortodoxos. Es un secreto a voces que se rodea de sabios y eruditos, y vos tal vez tengáis cabida entre sus médicos.

– ¿Una mujer? Claro…, ¡por qué no! – dijo separándose y adentrándose de nuevo en la oscuridad.

– Habéis tenido mala estrella en nacer mujer, pero de lo contrario no poseeríais el don ¿Sabéis a lo que me refiero, no? Vuestra madre escuchó el llanto de la no nacida en su vientre: vos; y tal como reza la tradición, no lo contó a nadie, a sabiendas de que tendíais alguna habilidad vetada al resto de los mortales.

– ¿Cómo sabéis…?

– He viajado mucho. He visto ritos de todo tipo en la Nueva España. Tribus que se comunicaban con espíritus o con la misma madre tierra. Os propongo una cosa: puedo sacaros de aquí, pero debéis prestar servicio en palacio. No os podrán ver de día, y de noche, bueno… Hay maneras para viajar rápido y ligero como el viento. ¿Qué decís?

– ¡Ja! ¿Acaso tengo opción? – la mujer volvió sus pasos dejando a la luz de la antorcha su tez. La belleza era tan sobrenatural como sus poderes. No en vano a ciertas brujas se les atribuía el logro de someter a sacerdotes y esclavizarlos con actos carnales-. Trato hecho, Don Luis, pero tal vez os arrepintais del trato.

-Yo creo que no -sentenció el caballero echando mano a las ganzúas-, pero con el tiempo… Dios dirá.

Dos sombras furtivas abandonaron el pueblo de Cernégula rumbo al Sur, al amparo de la luz menguante de una luna tan roja como la sangre de los ajusticiados

31º relato

En los mismos errores

Hace relativamente poco que escribo. Nunca fui un niño dotado de una gran inteligencia o virtud. Puede que, si hubiera nacido en este tiempo, me habrían diagnosticado un trastorno o déficit de atención. Me doy cuenta cuando hablo o escribo, cuando repito los mismos errores una y otra vez; además de mi problema de dislexia con la “r” y la “l”. Ego decir que intento aprender día a día de dichos errores.

No le echo la culpa a nadie, ya que nadie es culpable de este problema, pero he tenido maestros, auténticos seres de luz que me han sabido guiar: familia, amigos y caminantes de este mundo errante que se han cruzado en mi vida.

Tuve un tutor que me humilló en clase tras escribir un poema. Lo hice con toda mi buena intención, pero nadie lo supo ver así o apreciar. Desde ese día aborrecí la literatura y la poseía, no pudiendo levantarme de semejante embate…, Pero aquí estoy intentando sobreponerme de aquel agravio; tonto para algunos, fatal para mí.

Tuve muy buenos profesores, pero hubo uno en particular que se portó como un cabrón. Por fortuna se rompió la pierna al caer felizmente por las escaleras (juro por Dios que no tuve nada que ver), sustituyéndolo por otra profesora y tutora. Ella sí que me ayudó y mucho. Gracias a sus consejos pude aprobar la EGB tras múltiples y vergonzosos suspensos que eran el pan de cada día.

Mi padre, en paz descanse, era el único que traía el sueldo a casa —como tantos otros de los padres de familia—. Por eso para mí era especialmente difícil exponer mis continuos fracasos ante él y, sobre todo, a mi madre que dirigía las riendas de casa cuando él estaba ausente, que era casi siempre.

Llegó a tal mi miedo al fracaso y a la opinión que mis padres podían tener de mí, que falsifiqué las notas con típex. Una vez, de tanto poner y quitar el parche, se rompieron y decidí esconderlas negando que las había perdido. Fueron momentos muy tensos.

Tras aprobar la EGB me decanté por la FP (formación profesional), y aunque no la acabé tuve experiencias de todo tipo: malas para aprender, y buenas para recordar. Ahí conocí a la que es mi compañera de viaje y con quién sigo el camino de la vida con dos hijos: dos perlas de luz en las tinieblas.

Por aquella época de estudiante también conocí a un grupo de Frikis con quien compartí mis aficiones, fruto de estas fue el libro que escribí: La Leyenda de Menoïch.

Podéis imaginar lo que supone parir un libro con ciertas dificultades; yo, en mi caso, aún no me lo creo.

Siento dar la brasa contando una parte de mi vida, pero así lo quiere la Musa y, por lo que respecta a su divina influencia, le debo más de un favor. Aprenderé de los errores, de hecho, no creo que haya otra manera de aprender.

Gracias a todos, por tanto. Os deseo una buena nochevieja y una mejor entrada en el próximo año.

No suelo hablar de mí y mucho menos escribir de mi vida, pero por alguna razón me vi abocado a ello.
30º relato

Para no caer

Yumbo era uno más de muchos otros que danzaban en una galaxia… no muy lejana. Le encantaba cantar y bailar todo el día, y buena parte de la noche. Le aburría el aburrimiento de los demás: el necesitaba marcha, estar siempre activo.

Hubo un día que Yumbo tuvo una idea de lo más extraña mientras danzaba sobre el lomo de una osa: ¿Y si por bailar me caigo, me hago daño y no puedo bailar jamás? La idea era ridícula, ya que él nunca se podía caer, pero ¿Y si pasaba?

Muchos de sus amigos le dijeron que no pensara esas cosas: «tú, al igual que nosotros, no te puedes caer».

— Sí lo sé —respondía—, pero ¿Y si fuera posible?

Con esta idea pasaba las noches pensando y pensando. Apenas descansaba o danzaba, y tras mucho meditar y poco descansar dejó totalmente la práctica del baile. Y así, un aciago día, dejó de moverse y se apagó. Su vida se vino abajo por una idea, un pensamiento del todo incorrecto, ya que Yumbo era una estrella, y las estrellas no se pueden caer… a no ser que dejen de creer en ellas mismas.

Somos un océano de estrellas en un vasto universo. Nunca dejéis de brillar.

29º relato

Recordando el pasado

Las cenas familiares son un mierda cuando salen los temas de política, pero, además, en España se trata con mayor énfasis, vomitando bilis a gogó por este u otro color.

Eustaquio escuchaba en un rincón cerca de la chimenea cuyo fuego crujía en aquella fría noche de invierno. Aunque le hubiera gustado ver a sus bisnietos no lo hubiera podido de ninguna de las maneras. Su ceguera fue un duro golpe para él como carpintero y persona dada a leer novelas de Estefanía. Pero aquella noche se sintió terriblemente indispuesto al empezar la discusión. Se levantó y peregrinó los escasos metros que le separaban del fuego haciéndose en un rincón donde los pequeños, ajenos a aquellos estériles debates, jugaban tranquilos.

— Eres un facha de mierda ¡Votar a ese partido de asesinos!

— El que fue a hablar. Te recuerdo que los tuyos provocaron un golpe de estado a la República, a ver si te enteras.

— Mira quién fue a hablar: «consejos doy que para mí no tengo…» ¡Fascista!

— ¿Me vas a meter en una «checa»?

Lo curioso de aquella escena es el silencio que se levanta alrededor de los monologuistas. El resto de la mesa aguanta estoicamente con silencio y vergüenza, más o menos al cincuenta por ciento una de otra, acompañada de un mal rato inolvidable: ¡Qué bonitas fiestas!

— Calla, que sabrás tú.

— ¿Y tú? ¡Si ni siquiera has hecho la mili!: Cobarde objetor.

¡Ah, sí!, perdonadme por no hacer las presentaciones. Los dos contrincantes eran primos de parte de padre, nietos del pobre Eustaquio. El anciano tuvo la desgracia de ver como sus dos únicos hijos morían antes que él. No creo que exista nada peor para un padre que esa experiencia.

— El único que ha hecho la guerra es el abuelo. ¡Cuéntanos yayo!, ¿Con quién estás? Tú hiciste la guerra con Franco ¿No?

El anciano levantó el rostro sin percibir más que sombras difusas. Nunca hablaba de aquel período; sólo recordarlo le suponía un dolor que le desgarraba el alma. De repente las sombras se volvieron luz y de los borrosos rostros aparecieron todos aquellos que en su vida partieron antes que él, incluido a muchos de los que murieron en la guerra: hermanos, amigos…

— Hice la guerra con Franco, porque no me dejaron decidir — dijo con voz pausada—. Pero de tener elección no me hubiera ido con ninguno… Cuando estalló la guerra hacía el servicio militar en Ceuta, y los que no lo hacían eran reclutados a la fuerza, independientemente de la edad que tuvieran; arrastrados por uno u otro bando a la muerte. Si no te unirás te fusilaban. Yo he matado a muchos así, en la retaguardia. ¿Sabéis lo que es disparar a alguien que te mira fijamente a los ojos momentos antes de apretar el gatillo? Cuando matas dejas una parte de tu alma allí. Después cavas una zanja y echas a aquellos desdichados de cualquier manera, peor tratados que a los perros.

El comedor se volvió un lugar gélido y silencioso. Sólo los sollozos de Maite, una de sus nueras y madre de uno de los contrincantes, se escuchaban en la soledad.

— Después — continuó colocando una mano sobre la otra, apoyada en el recibo bastón —. Caminas horas y horas sintiendo el olor de la muerte. Por aquel entonces yo veía muy bien, era un buen fusilero, pero prefería mirar al suelo. La vergüenza hunde los hombros y no quieres ver ni oír nada a tu alrededor. Muchas noches — dijo colocando la punta del bastón cerca de su garganta—. Me colocaba el extremo del fusil dentro de la boca y con el dedo gordo del pie, cerca del gatillo, deseando acallar los ruidos de los disparos, los cañones que machacaron Belchite, las orillas del río Ebro…

Sintió una pequeña mano acariciando su cara. Era la pequeña Paula que tocaba aquel duro y arrugado rostro humedecido por las lágrimas.

— ¿Por qué lloras yayo?

— Nada, nada… Estoy cansado y tengo sueño ¿Me acompañas a la cama? Yo no veo y…

— ¡Te acompañamos!

Los niños, ¡qué gran milagro de la vida! Todos sus bisnietos dejaron los juguetes y acompañaron al anciano rumbo a su cuarto, pero antes de retirarse se volvió a los presentes y dijo:

— A vuestros padres no les hubiera gustado esto, así que dejar por un día vuestras diferencias. Ojalá otros hubieran tenido la oportunidad de hablar en lugar de matar… hoy en día tendrían descendencia, cosa que muchos no saben apreciar.

Espero no ofender con este relato, pero si, por algún casual lo hago, creo que el problema que sufrimos en este país es más grave de lo que me temo.

Espero no ofender con este relato, pero si, por algún casual lo hago, creo que el problema que sufrimos en este país es más grave de lo que me temo.
28º relato

Con espíritu inquebrantable

El famoso programa de la cadena televisiva «Ever Lie», pudo contactar con el interesado. Deslizar unos cuantos billetes aquí o allá para hacer llegar un teléfono móvil era tarea fácil, si tenías los contactos adecuados, y así podías ser el primero en contar la historia.

— ¿Señor Orlando? Soy keli kapouski, la directora del programa. Nos han informado de su rebeldía contra la residencia donde vive desde hace cinco años ¿Por qué ahora?

— Hola keli, estoy un poco nervioso… — Orlando hablaba con ansiedad. Nunca imaginó que sucedería aquello, pero ya había aguantado mucho…, demasiado.

— No se preocupe, nos hacemos cargo… ¡Cuénteme! — Keli poseía una voz dulcemente empalagosa, era como comerse un pastel de triple chocolate cubierto de merengue y relleno de dulce de leche. Si alguien sano pasaba por su lado le diagnostican diabetes tipo II.

— Verá, hace cinco años que resido aquí, pero esto ha llegado a un extremo del todo inadmisible. No se confunda conmigo: he sido director de banco durante veinticinco años y nunca en mi vida he parado de trabajar y estudiar. Cuando enfermé me desterré a este lugar junto a mi mujer. Todo lo pintaban muy bonito: que sí los hijos trabajan todo el día, ¿Quién se va hacer cargo de ustedes?, aquí estarán muy bien atendidos: ¡Dos mil quinientos euros cada uno! Menos mal que teníamos una buena paga, sino “los hijos” tendrían que pagar todo este desenfreno; eso o subastar el piso o que se lo quedara el estado. ¡Después de cotizar toda mi puta vida!

— ¡Ay por Dios!, señor Orlando no se ponga así — reconfortó la viperina voz—. Pero siga, ¡siga contando!

— Matilde, mi buena esposa, enfermó y está ingresada en el hospital, pero aun así nos siguen cobrando para “guardar la plaza” ¡Que hijos de puta! — el hombre rompió a llorar. Estaba atrincherado en la sala de reuniones con todo el turno de trabajadores del día anterior y una temblorosa escopeta corredera en su mano zurda. Una lágrima se derramó por su mejilla si bien el ni se percató, así como la nula visión de sus lentes empañadas por el sofoco. Sólo llegaba a sus oídos los llantos de las trabajadoras, casi todas de origen sudamericano, mal pagadas y peor tratadas.

— Señor Orlando ¿Se ha puesto en contacto con la policía?

— Sí, he hablado con un joven muy simpático desde el otro lado de la puerta. Seguro que me está oyendo…, Pero no importa, no puedo seguir así. Este lugar es deprimente, las comidas son insípidas y lo poco que se libra es el personal que está más puteado que yo. ¡Se imagina!

— No se preocupe señor Orlando, seguro que todo irá bien. Yo le garantizo que lo que me está contando saldrá en mi programa: ¡le doy palabra!

— Gracias, gracias, gracias… — la voz del anciano se apagó, cansado y abatido. Llevaba más de veinticuatro horas sin dormir o tomar la medicación. Se sentía tan abatido que poco le importaba lo que pasará con él mismo. El opresivo dolor del pecho que le acompañan hacía horas no cedió. Poco a poco, apoyada su espalda en la pared, fue dejándose caer suavemente mientras que sus ojos se cerraban… Para siempre.

«Última hora sobre el caso el hombre que secuestró una residencia de ancianos. Al parecer el perpetrador del crimen sufría una demencia avanzada. La policía accedió al lugar inmovilizado al sujeto, aunque debido al forcejeo sufrió una parada cardiorrespiratoria. Gracias a la rápida intervención del centro y de los dispositivos de desfibrilación pudieron salvar la vida al hombre. Éste se encuentra en estado crítico en el hospital con pronóstico reservado. La directora del centro ha pedido que los trabajadores no hagan ninguna declaración debido al shock vivido. Ella misma admite que se siente contrariada por lo sucedido. ¿Cómo una persona normal puede llegar a hacer tales acciones? Esta noche les contamos toda la “Verdad” ¡No se lo pierdan!»

Aunque parezca broma, y sea el día de los inocentes, de mentira puede tener bien poco.

Dando poco y quitando mucho. No siempre un regalo te otorga la libertad. Puede que estemos más equivocados que certeros en la vida.
27º relato

Debemos continuar

Ya hace años que comenzó toda esta pesadilla. El virus se filtró en nuestra sociedad, expandiéndose con ansia, devorando todo su paso. Me llamo Manuel un soy el único superviviente, o por lo menos uno de los pocos que continúan en pie y con la cabeza alta.

Cuando salgo a la calle debo andarme con cuidado. Conseguir algo de comida se convierte en tarea ardua. Temo encontrarme con uno de «ellos», un zombie, un caminante, un descerebrado…

Hoy tengo que ir a buscar comida. Por la situación actual no puedo coger el coche y debo ir andando. A no más de diez metros comienzo a verlos. Por ahora no han reparado en mí, siguen su camino. Giro la esquina: ¡Maldición!, Hay demasiados, pero ya no puedo dar la vuelta.

Uno de ellos viene de cara, no puedo esquivarlo… Cuando vienen de frente es como si una fuerza extraña les fuera a…

— Joder, pero ¡¿qué haces viejo de mierda?!, ¡mira por dónde vas!

El joven recoge el móvil del suelo que ha caído al chocar, y vuelve a su rutina zombie como tantos otros a su alrededor con la cabeza pegada a la pantalla sin ver nada más; Imbuidos en otro mundo muy distinto al mío.

Yo por mi parte me levanto sólo, sacudo la ropa y continúo rumbo al supermercado para realizar las compras con la esperanza de no volverme a encontrar a ninguno de ellos… carentes de emociones o cerebro.

26º relato

De ilusión y alegría

Ernesto refunfuñando era un maestro. Nadie en la oficina lo tragaba y a él se la traía al pairo. No sé por qué me tocó a mí ser su amiga invisible o cómo coño se llame eso. Supongo que he pagado la inocentada por ser la nueva, pero debo decir que, en honor a la verdad, fue lo mejor que me ha pasado en la vida…

— «El ogro», ese es su mote — explicó Ot con gesto de entendido—. Su barba es de tipo hípster, dura como el alambre de espino. No es de extrañar que nadie le quiera dar un beso. Se dice que una vez lo intentó una joven que se pinchó con sus púas. Tuvieron que llevarla al hospital por un shock anafiláctico o algo así.

— ¡Eres un fantasma! Sabes bien que no fue así — añadió clara—. Tú lo que quieres es meter miedo a la pobre Tina.

— Sois unos cabrones, de verdad ¿Cómo voy a comprarle algo si no le conozco? — el ánimo de Tina le impedía probar bocado. Ella sería la responsable de regalar algo a Ernesto por el amigo invisible. El sorteo fue al azar, mano inocente y todo eso, pero ella se sintió la víctima desde el minuto uno.

— ¡Ay, no te lo tomes así querida! — reclinó Sandra quitando hierro al asunto—. Tómatelo como un reto… Igual que en el Instagram.

— Puedes hacer de detective como ese de la gorra y la pipa — repuso Ramón. Era conocido por todos que le faltaba media hora en el horno o una papa «Pal» kilo para ser normal; no obstante, era un genio en facturación.

La hora del almuerzo se pasó entre bromas y cháchara, todos reían… todos a excepción de Tina que seguía con el café, ya frío entre las manos.

La jornada en la oficina acabó al mediodía. Aquella noche era nochebuena y todo se dejó listo para terminar antes y salir pitando a comprar lo que faltaba y, seguramente, nadie necesitaba. Tina llevaba el regalo para Ernesto envuelto en papel de regalo de un importante centro comercial, aunque ella dudaba de que le fuera a gustar o bien que tuviera el valor de dárselo en mano.

Preguntó por él en recepción; durante toda la jornada no había coincidido y eso que trabajaban relativamente cerca el uno del otro.

— Hoy Ernesto no está…, espera — la recepcionista era una joven muy simpática y amable, perfecta para su puesto e igual de eficiente para su labor, así como buscar información «clasificada»—. Me han chivado que tiene día personal.

— Vaya… — Tina experimentó un sentimiento de alegría por evitar el mal trago, pero también una extraña sensación de tristeza que no supo definir o achacar. La recepcionista adivinó sus pensamientos y le dijo, dejando escapar una leve risita:

— Si quieres yo sé dónde está.

— No, no me interesa su domicilio, yo sólo…

— No me malinterpretes, tampoco sé dónde vive, pero te contaré un secreto… — con un gesto se aproximó al oído de Tina que escuchó con los ojos como platos la revelación…

¡Niñas y niños, aquí está con vosotros alguien muy querido! ¡Damos un fuerte aplauso a Papá Noel!

Los pequeños del hospital pediátrico gritaron de alegría cuando aquel simpático ser llegó bajando en tirolina por la ventana que daba a la sala. Los padres, madres y sanitarios observaban aquellos momentos mágicos inmortalizados en los teléfonos móviles mientras que Papá Noel repartía los regalos. Tina no podía contener las lágrimas al ver a todos aquellos niños como sonreían al recibir los regalos; muchos de ellos portaban sondas nasogástricas para poder nutrirse. Aquel entrañable espectáculo hizo brotar en el corazón de Tina todo lo bueno y lo mágico, no por aquellas fiestas las que nunca creyó o celebró, sino por la esencia del carácter humano: ilusión, amor, cariño… alegría. «Quien no reía no vivía», cómo solía decir su abuela. ¡Cuánta razón!

Terminado el espectáculo, Papá Noel abandonó la sala entre los besos y abrazos de todos, grandes y pequeños, mas en lugar de salir por la ventana prefirió tomar la puerta como cualquier otro mortal.

— ¡Ya era hora!, creía que tendría que esperarte hasta las próximas navidades.

— ¿Tina? — Ernesto no daba crédito— ¿Quién te ha dicho…?

— Un pajarito.

— ¿Un pajarito? ¡Dirás una pájara! La madre que la parió, ya la engancharé, ya…

Salieron del edificio rumbo a metro. Era cómico ir acompañada de un joven papá Noel, pero ¡Qué más podía pedir!

— Llevo haciendo esto durante años y voy perfeccionando el disfraz. Ahora los niños pueden tirarme de la barba y ahora no se cae —añadió tirando con fuerza. De lo único que se desprendió fue de los polvos blancos que disimulaban el color castaño.

— Debo confesar que estoy sorprendida. En el trabajo se te ve como un ogro.

— No me gusta relacionarme mucho, eso es todo.

— ¿Por qué lo haces? Quiero decir: ¿Tanto te importa?

Ernesto miró de reojo aquel edificio. Era un hospital muy viejo que había conocido tiempos mejores, pero gracias a los recortes en las subvenciones su fachada estaba cubierta de andamios de obras sin previsión de comenzarlas. Volviéndose a Tina respondió:

— Yo fui uno de esos niños cuando tenía cinco años. Me perdí las Navidades y, aun así, siempre había alguien que se disfrazaba y nos traía regalos…, en mi caso eran los reyes magos. Los tiempos han cambiado un poco, pero no la necesidad de sonreír y creer en un futuro mejor. Es duro para los padres verse en esas cuitas. A los míos les costó la salud. Sólo te pido que me guardes el secreto, Tina. Al resto de mortales no les interesa realmente lo que uno es, sino lo que pueden criticar.

La noche caía en la ciudad y dos siluetas se mezclaron con el bullicio.

25º relato

Sólo se nutre…

La luz de la luna llena se filtró entre los tablones… en algún lugar lejano…  en la fría noche.

Un poco más y ya está. Tengo que contenerme o al final me cogerán. La caza la llevo en la sangre y la sangre del enemigo me reconforta.

El sonido de la noche me envuelve, me siento libre. Los lobos me avisan de que llegan; han olido a los perros y a la pólvora que portan sus dueños.

Corro entre la espesa foresta, salpica la nieve en mi negro lomo. Pronto arribaré a la cueva ¡Si llego nunca me podrán atrapar!

El primer proyectil me perfora el tórax, pero mi ritmo no mengua. Acelero con mis perseguidores sin darme tregua y otro disparo me alcanza el rostro. ¡Idiotas! Son balas ordinarias, y aunque de gran calidad, son insuficientes para matarme.

Otro proyectil me alcanza mas para mí dolorosa sorpresa compruebo que es diferente por varios motivos: uno, es un virote, posiblemente de ballesta; y dos, el metal es de plata pura que me quema y araña mi maltrecha alma. Quien fuere el artífice sabe lo que hace; un cazador experimentado.

Queda poco para llegar, tengo la oscura oquedad a escasos metros cuando el segundo virote me atraviesa el corazón. Mis extremidades ceden y mi negro cuerpo se hunde en el espeso manto de la blanca nieve. No puedo respirar y mi visión se nubla. La muerte llega a mi en forma de un humano de parda indumentaria. Su sombrero de ala ancha eclipsa su rostro mas veo como exhala el aliento dejando nubes de partículas a su alrededor. Escucho el martilleo de su pistola cebada; siento, huelo sus venas, sus arterias y el pausado ritmo de su corazón…

Un cazador formidable, como lo fui yo…

El cazador puede ser presa. La lucha continúa para salvar la vida: matar o morir, no hay otro camino que la supervivencia.
24º relato

El alma humana

— Mi Sargento, creo que por aquí no es…

— Calla Gut, me tienes hasta los…

El grupo llevaba de maniobras más de lo esperado o lo deseado. Decir que era una compañía sería mentir (eran cuatro) por lo contrario eran la escuadra de zapadores número tres encargadas de vigilar la frontera con el reino vecino: Sauslavia. Lugar horrible, rodeada de gente horrible y de sus niños horribles. Todo era mal, o por lo menos eso les habían dicho.

Caminaron por una trocha dentro de una hondonada, que más parecía una trinchera: humedad, insectos y agua hasta las rodillas.

— Mi Sargento, tenemos hambre.

— Y que quieres: ¿Parar aquí para hacer un picnic? Tenemos una misión que cumplir y deja de fumar que nos delatas, coño.

Hubo un ruido que los alertó. Tuts, el sargento, dio el alto levantando imperiosa y cómicamente el puño. Raudos se colocaron a la derecha asomándose cuidadosamente para ver si había movimiento enemigo.

Por la maleza asomó cuatro cascos puntiformes. Allá, a escasos metros había un jabalí, no muy grande, pero entraba dentro de lo comestible. Los estómagos rugieron como León en cueva, si bien parecía que el eco resonaba en toda la profunda senda…

— ¡Ay Sarge, que hay un puerco espinao!

El grupo de zapadores se quedó inmóvil. Pase lo del crujir de tripas e incluso el chasqueó de boca ante jugosa presa, pero lo de «Sarge» era pasarse. Todas las miradas se depositaron sobre Buk, un joven de la zona oeste de Patántur, una población cuyo acento era desesperadamente parecido e irritante a la par.

— Oye, oye, que no he sio yop.

— ¿Yop?

Otra voz resonó en el lugar, esta vez los presentes estaban cien por cien seguros de que no habían sido ninguno de ellos. Se giraron a la izquierda viendo con sorpresa que otro grupo había hecho lo propio en dirección contraria encontrándose tan estupefactos como los recién llegados. Era cuatro, de ancha indumentaria color caqui y cascos ovoides con una pequeña pluma blanca asomando a modo de flequillo al viento. Hubo un tenso silencio mientras que el jabalí/cerdo espinoso, saltaba grácil entre el pequeño precipicio y se puso rebuscar al otro extremo entre el fango en busca de raíces o de algún fruto semi enterrado.

— zafarrancho de combate —gritaron al unísono los Sarge’s mientras que unos u otros intentaban sin éxito colocarles en algún lugar de aquel estrecho pasillo embarrado.

— ¡Sus mato harapientos del Este!

— ¡Tus muelas apestosos del oeste!

Los fusiles se pusieron en posición alrededor de los oficiales si bien apuntar se había complicado con las bayonetas bailando a escasos centímetros de uno u otro oponente acompañado de todo tipo de insultos cada cual más original: cerdos, patán con patas de vieja, animal que no sabe volar y anda mareado ¡Paloma lo será tú!, Etc. Los Sarge’s permanecían inmóviles, cabeza alta, tanto o más que su altivez mas el sudor caía copiosamente por su rostro, no por el enemigo sino por las afilados bayonetas de sus propios hombres que pasaban peligrosamente cerca de su rostro y entre pierna.

— En nombre del reino de Chucapadre: ¡rendíos!

— ¡Te rindes tu batracio de color mustio! —añadió el contrario.

La cosa continuó interminables segundos, pero nadie se percató de que dos fusiles se habían retirado sutilmente de su posición. Todo hubiera terminado mal (o en tablas infinitas) mas un estruendo sonó en el valle acompañado de otro.

— ¡Le di!, tu mala puntería primo.

Los Sarge’s se quedaron de piedra, así como el resto de hombres que dejaron de menear las armas. Ambos se miraron el cuerpo en busca de herida alguna, pero no vieron ni sangre ni el típico boquete que te deja un perdigón de onza y media.

— ¡Jodo, casi le di!, pero bueno por lo menos ha caído.

Los que estaban dentro de la trocha asomaron con cautela en dirección donde venían las voces. Dos soldados, cada uno de un bando, habían dado muerte al jabalí/cerdo espinado mientras que contentos y felices uno ya estaba preparando una hoguera y otro descuartizada la pieza. Volvieron a resonar los ecos del hambre y ahora, fueron el resto de soldados los que abandonaron la posición en pos de sus compañeros que celebraban la fortuna por cazar al animal.

Los dos oficiales no dejaban su posición mas también miraba con ojos golosos y con la boca hecha agua el trofeo. Uno de ellos, el de la pluma blanca que no dejaba de soplarla para que ésta no se le metiera en el rango de visión, habló:

—bueno, creo que tablas hay ahora sí. Creo que sí tablas tú también y eso…

 Amanecer frío, caliente guiso, me pongo como el Kiko y tú también, aunque no más ¿Hecho?

El sargento procesó todo aquello lentamente a la par que envainaba el sable y estrechaba la mano tendida por el sarge de Sauslavia.

La comida fue bien, y un jabalí para ocho es buena comida y mejor siesta. Luego, con las confianzas empezaron a compartir cuentos, relatos de su tierra, dibujos de sus respectivas mujeres y niños, sin desestimar alguna que otra lágrima.

Los Sarge’s permanecían sentados cerca de un gran castaño mientras veían un partido de fútbol tres contra tres, sin saber quién iba uno contra el otro o si había portería alguna… ¡Que importaba!

— Y bien ¿A dónde ibais? — añadió el sargento acercando un pitillo liado a su compañero y, hasta hacía poco, adversario.

— Vamo por ahí, de lao a lao, cuerda a cuerda y nudo. Mucho gastar suela y poco sueldo. Mucho frío en cuerpo y más en alma… Lejos de casa, de familia, de amigos… — bajó la cabeza recordando aquella época donde todo era más simple y no había rivalidad. Donde unos u otros eran una sola nación hasta que alguien decidió trazar una línea en el mapa dividiendo uno u otro lugar con diferentes nombres. La aldea de los dos primos y soldados estaba a escasos metros, pero habían levantado un muro tan alto que tuvieron que colocar las cosechas lejos de este, ya que la sombra, y la vergüenza, hacían que nada creciera en aquellas fértiles tierras. No ganaban nada, no tenían nada, sólo unos pocos conseguían dinero por tal vil acto de separar y de dividir a la gente.

— Bueno, nosotros también estamos así. Te propongo una cosa: nosotros continuamos dirección contraria, volvemos a casa y diremos que no hemos visto nada.

El Sarge de Sauslavia sonrió mostrando una ristra de dientes blancos.

— Trato hecho… hermano.

Dedicado en honor a aquello valientes que hicieron lo que todos deseamos en la tregua de navidad en el año de 1914. Por desgracia creo que el cuento, relato o historia no ha calado a todos aquellos que siguen lucrándose con la muerte ajena.

23º relato

No da la felicidad

Un largo trago evitará que afloren los nervios… mejor dos.

Datchi, estrella mediática de la televisión tenía el programa líder de audiencia los viernes noche. Quedaban apenas cinco minutos para salir en el aire y no la tenía todas consigo. Hacía menos de media hora había firmado su quinto divorcio, el octavo en menos de ocho años, con la consecuente sangría de dinero, reparto de bienes y sobornos para evitar el asunto de los malos tratos; eso sin contar con la trama de prostitución infantil. Suerte que Jeffrey Epstein, cabeza pensante y dueño de la isla donde llevaban a los menores, se había ahorcado en su celda de máxima seguridad preparada contra suicidios; pero, por fortuna para el resto del entramado de entre los que estaba el mismo Donald Trump, Mick Jagger, Naomi Campbell y el mismísimo príncipe Andrés, duque de York, había muerto, como dije, ahorcado en circunstancias más que discutibles: el compañero de celda, personal de confianza y puesto por los funcionarios para evitar estas cuitas, se había ausentado de manera no clara; los guardias de seguridad no detectaron nada anómalo y las cámaras de seguridad…

— Ja, ja, ja —Darchi rio a gusto. Como las cámaras que Jeffrey Epstein fanfarroneaba que les habían grabado a él y al resto de ricos. Éstas no funcionaban o detectaron nada extraño.

Apuró la botella mientras que se preparaba al lado del cilindro metálico. Había que innovar y así lo haría. Su popularidad había caído un par de puntos y eso no podía tolerarlo. Haría lo que fuera por recuperar la fama y el dinero, ¡qué más podía pedir! Saldría disparado como una bala humana aterrizando en una red a pocos metros del público. El ensayo y pruebas las hicieron con profesionales con el mismo peso y altura que Datchi; todo iría a la perfección. Otro trago más y una benzodiacepina de 50 mg bajo de la lengua y ale, a flipar.

—¡Damas y caballeros, con ustedes, el carismático y queridísimo por todos ustedes… Datchi Dawsoooon!

Sintió la euforia de los aplausos cuando el telón se abrió dando paso a las luces que le cegaron. Agitó los brazos saludando a todos aquellos capullos que de nada conocía. Se llevó la mano derecha a la visera al estilo militar antes de bajar la protección lo que provocó la euforia patriótica. Poco a poco se introdujo completamente dentro del cañón agradeciendo que la luz no dañara sus ojos. Desde su posición podía ver parte del público.

— Bueno, allá vamos… — los confetis rosas caían copiosamente en el escenario mas su semblante cambió cuando vio, allá en el fondo, una figura ataviada con una gabardina gris y sombrero de fieltro que sostenía una copa de cristal llena probablemente con champagne. Esto lo supo con una exactitud milimétrica, al igual de lo que creyó leer en los labios de aquel tipo; un ritual que hizo cuando todos se reunían y brindaban antes de darse el banquete con los menores con quien mantenían relaciones sexuales, por no decir directamente violaciones: “hasta el fondo…” – oh, Dios mío…

«Noticia de última hora. Tras el accidente mortal de la estrella televisiva Datchi Dawson se ha decretado un día de luto en su lugar natal. Parece ser que el accidente se debió a un error de cálculo cuando su cuerpo salió despedido de un mecanismo autopropulsado aterrizando en el escenario, convirtiéndose en un amasijo de carne y huesos. Varias personas del público tuvieron que ser atendidas por crisis nerviosas ante semejante espectáculo. La policía cree que el accidente se debió al exceso de impulso, haciendo que Datchi atravesara la red que fue del todo inservible. Los responsables no se explican cómo ha podido pasar y ciertas fuentes apuntan al sabotaje, pero viendo la trayectoria profesional y lo muy querido que era por el público, nadie cree que haya sido un suicidio o un presunto asesinato…»

22º relato

El vil metal

Desapacible para la mayoría de los mortales era aquel día frío y lluvioso de enero. Arriba, en lo alto de la más alta torre de la poderosa Sachs, se reunían todos aquellos que, de una manera u otra, dirigían el destino de los más importantes bancos del mundo…

—¡Que me cago!

El enfermero, que a su vez tenía a su mando a dos subordinados, chasqueó con la boca mostrando su desagrado por la escena que presenciaba desde su mesa de dirección. Sus lacayos, pulcramente vestidos de blanco como dicta la norma, intentaban contener la diarrea del gerente del banco Rothschild al son de la canción «Si yo fuera rico», mientras sufría de terribles e involuntarios temblores en un vano intento de cerrar su esfínter.

— Creo que el tratamiento que le recetó la doctora Michelle no es el más adecuado. Le sugiero que…

— ¡Calla, hijo de puta! Te pago para que me soluciones la vida, ¡no para jodérmela más!

— Sí señor, por supuesto —el enfermero, de nombre Tomas, volvió a sus quehaceres anotando en su agenda electrónica lo sucedido al médico, siempre disponible, y las posibles repercusiones de salud por la diarrea.

Uno de los enfermeros a su cargo, de origen filipino, se apresuró a llevar el contenido de la palangana al retrete junto a los tropezones que poblaban su cara y manos. Las arcadas del joven eran incontrolables.

En otro lugar de aquel edificio había una sala de juntas que estaba lista para el evento que allí se haría: la mesa limpia, recién pulida con cera, con un impresionante mapa del planeta tierra en bajo relieve; la moqueta inmaculada, pasada con el vaporizador a temperatura perfecta para evitar la proliferación de ácaros; la cristalera reluciente, grandes y semi opacas para preservar la intimidad de miradas indiscretas del exterior, pero salvo la visita de alguna que otra ave allí, en aquella altura, no había nadie que pudiera verles; amén de que las reuniones eran secretas, necesarias para la correcta administración de los bienes ajenos.

Todo estaba dispuesto. Los respectivos representantes y sus abogados estaban alojados en cubículos independientes mas podían seguir la sesión a través de un sistema ultra moderno HD 8k con altavoces de tal calidad que podías sentir el zumbido de un mosquito a cientos de metros. El personal de confianza, mayordomos y primeras damas, permanecían de pie a las esquinas de las cuatro facciones o bancos que cortaban el bacalao. Sonó un himno solemne y profundo mientras que, debido a alguna superstición o leyenda atribuida a naciones antiguas, un grupo de vírgenes lanzaban pétalos de rosas blancas delante de la comitiva.

Cuatro arribaron, cuatro seres que no ha mucho eran humanos, transportados en pesadas sillas de seis ruedas cada uno. Sobre el armazón de aluminio, y sobre éste, un comodísimo sofá de las pieles más exquisitas del planeta. Encima de todas aquellas máquinas había unos hombres de terrible y brutal aspecto. Definirlos es ardua tarea, ya que por la cantidad de cables y tubos que de ellos salían y entraban poca descripción de carne se podía ver, todo salvo unos rostros estirados por prótesis de titanio para «realzar» o devolver la belleza a un cuerpo mustio, fofo y viejo. El sonido no era mejor: flatulencias incontrolables acompañadas de un nauseabundo olor que despedían los productos químicos que se alimentaban, almacenados en grandes viales trasparentes de múltiples colores y tamaños. El rastro que dejaban era semejante a las babosas salvo que éstas últimas impregnaba una sustancia más agradable y beneficiosa para la madre tierra.

Los cuatro se colocaron en sus respectivos huecos, horadados en la  mesa para encajar a la perfección en cada lado. Terminada la música se oyó un cúmulo de voces estridentes cuyo origen eran aquellos cuerpos deformes y aplastados. Se podía oír cosas como: mío, tipos de interés, acciones en industrias armamentista, guerra en África, extracción de diamantes, mafia, dinero, golpe de estado, Dios; todo esto aderezado con los efluvios y pedorretas incontrolables. Los abogados, situados en sus respectivos lugares, oyeron la «conversación» en sonido envolvente con los consecuentes arcadas y vómitos de la mayoría.

Aquellos eran los que dirigían el mundo, los que se gastaban buena parte de lo ganado y robado en propaganda y agencias de información justamente para lo contrario: desinformar.

Responsables de colocar a los líderes políticos en sus respectivas sillas, criminales de la humanidad que se afanaban en condenar actos de deleznables o golpes de estado de los que eran responsables. Ese era el mundo: Su Mundo.

Terminada la reunión, volvió a sonar el himno triunfal. Cada uno de ellos, impulsado por el motor eléctrico de su carroza, emprendían el camino de vuelta dejando el lugar perdido de mierda. Ya fuera de la sala comenzaba el auténtico trabajo. Los operarios se afanaban en quitar la cara moqueta que iba directamente a la basura. La mesa con el grabado de la tierra debía pasar por la karcher, pero había ocasiones que le suciedad estaba tan impregnada que debían tirará la mesa y fabricar otra con algún árbol en peligro de extinción.

Lentamente los dueños del buffet de abogados de sus respectivos clientes se reunieron en el medio de la sala. Ellos no vomitaban, ni les desagradable aquel espectáculo. Estaban más que inmunizados y de humanos más bien tenían muy poco. Los cuatro a la vez hablaron y a la vez contestaron:

—¿Todo claro? No vemos en la siguiente reunión.

Sólo esas palabras se oyeron, desapareciendo de escena mientras que un grupo de desinfección, bien pertrechados de EPIS completos y oxígeno independiente, se dispusieron a fumigar todo el lugar.

Parece mentira lo que llenan de mierda el mundo cuatro indeseables.

19º relato

El destino

—Jefe, ya hemos llegado. ¿Ha venido a ver algún pariente…? Hace años que no vive ningún piel roja por aquí.

Enola miró de reojo al chófer de aquella ranchera llena de bombonas de gas. Era delgado, bastante más destartalado que el indio; pelo rubio corto y ojos azul cielo, con una gorra roja de alguna importante marca de bebidas dulces. Era justo lo contrario de él, física y puede que psicológicamente también; puede que lo de piel roja estuviera fuera de lugar, pero tampoco creía que lo hacía de manera despectiva, sólo una mala costumbre.

 —¿Está usted seguro que quiere quedarse aquí?

— Sí, no se preocupe y gracias.

Vio como el vehículo continuó ruta por la vieja y polvorienta carretera rumbo Este. Oscurecía en el horizonte augurando que pronto caería sobre él la oscuridad, pero aquel «rostro pálido» tenía razón: no había nada ni nadie a kilómetros a la redonda; no obstante, el instinto le decía que debía continuar rumbo a la gran montaña roja que ya era visible desde allí.

Pasados unos minutos comenzó a sentir desazón y la premonición de que alguien le seguía. Recordó la canción que le enseñó el viejo de la reserva que hizo de padre y madre del pequeño Enola cuando se quedó huérfano. Aquel anciano no tenía nombre, pero todos le llamaba Wakanda y fue un chamán bueno y respetado. La canción era un conjuro para alejar a las antiguas sombras: los Señores de la Noche, tan antiguos como los indios y posteriormente los españoles que allí estuvieron. Algunos afirman que eran las almas de ambos que vagaban de un lado al otro, impuesto algún tipo de promesa por cumplir.

Lentamente comenzó a tararear hasta que las palabras comenzaron a brotar. A ambos lados se dibujaban sombras alargadas que se aproximaban, pero parecían temer los versos de protección, si bien no los recordaba del todo y en alguna ocasión tuvo que volver a empezar el conjuro. En esos momentos las sombras se alargaban hasta él con intención de tocarle, sintiendo el gélido tacto incorpóreo de los que están al otro lado. Pero Enola sabía que el miedo no debe traspasar la barrera del alma, ya que si permites que entre nunca más se volverá a ir; pudriendo todo aquello que toca.

Un leve resplandor estalló a escasos metros entre él y las negras figuras. Las sombras se alargaron por la luz, pero fue un leve instante antes de desaparecer. Allí, justo en frente, estaba el zorro blanco, el mismo que fue en su búsqueda en la lejana ciudad de Philadelphia. El animal le observó con curiosidad, con una cómica mueca en sus blancos labios.

— Llegaste, pensaba que no vendrías.

— Ha sido un viaje largo y complicado. No tengo dinero para comer, menos aún para un transporte.

— Nada, nada, no te quejes tanto. Los tuyos podían ir de un lado para el otro sin necesitar de dinero ni vehículos. Si ahora no puedes es porque has olvidado quién eres.

Enola se dispuso a replicar, pero guardó silencio. En cierta forma tenía razón, pero no sólo era problema de los suyos. Hoy en día pocos eran los que podían sobrevivir en plena naturaleza. De tantas comodidades habían olvidado todo lo que sabían o habían heredado, donde se cazaba para comer o eras una presa en el menú de la vida.

El zorro prosiguió camino a la montaña dando pequeños y gráciles saltos, desapareciendo y reapareciendo a varios metros frente Enola. Éste se colocó el sombrero y le siguió tan de cerca cómo pudo.

El ascenso fue agotador; Enola no estaba en forma. Se había acostumbrado a la vida de ciudad y aunque tenía buen fondo por caminar de un lado al otro, no era rival para las empinadas cuestas de la montaña roja ni para los mágicos poderes del astuto albino.

Arribaron a una pequeña senda que conducía a una grieta natural. El zorro se introdujo en ella sin prisa seguido de cerca por el viajero que resoplaba de cansancio agradeciendo una vía más horizontal.

Dentro había una cálida luz que emanaba de una pequeña hoguera. El zorro se aproximó a ella y ante la atónita mirada de Enola ocurrió la metamorfosis. La transformación fue sutil, casi imperceptible. Del animal surgió una figura humanoide y como abrigo el mismo pelaje blanco que apresuró para cubrir el desnudo cuerpo del anciano. Éste, sentándose cerca del fuego y dirigiéndose al recién llegado dijo:

— Se bienvenido Enola, tu aprendizaje comenzó desde el primer momento en que nos vimos.

Continuamos con el viaje del indio Enola. La llamada debe ser contestada y su maestro está a punto de revelarle el secreto.
17º Relato

…lo que pueda pasar en el futuro

Capítulo1

Mel despertó de golpe, sólo vio oscuridad. Su visión se adaptó con lentitud a las sombras de la noche mientras oía el inconfundible sonido de las sirenas de policía. Un aerodeslizador surcó la noche de ébano pasando a escasos metros de su cabeza. Mel respiró tranquila. Llevaba muchas noches durmiendo en la intemperie bajo el puente de acceso a la vía rápida esperando el momento justo para poder entrar en el edificio. Desconocía lo que pasaría tras las puertas de acero, pero seguro que sería mejor que pudrirse en el asfalto, aburrida de la larga espera.

La noche era el único momento en el que te podías mover. Por la mañana, al salir el sol, las temperaturas aumentaban tanto que respirar era un suplicio; imposible siempre y cuando no tuvieras las prótesis adecuadas y los filtros nasales para enfriar el aire. Además, era la única posibilidad de sacarse el casco y sentir algo de viento en el rostro. El nivel de oxígeno y la calidad del mismo estaban muy por debajo de lo viable, pero aquel sentimiento de naturalidad le daba… felicidad; pero no una felicidad sintética.

Si ella quería podía ordenar al chip cuántico, implantado entre el cerebelo y el tronco cerebral, administrar cualquier tipo de droga para aliviar dolor o sufrimiento y, de la misma manera, no caer en dependencia, aunque de esto último no había un 100% de posibilidades de éxito. Por alguna extraña razón que se desconocía, muchos implantes eran rechazados por el cuerpo y, aunque se suministrarán las drogas adecuadas para evitar el rechazo, sólo aceleraban el proceso y la inevitable muerte del sujeto. Otros afirman que nuestra alma nos abandonó hace siglos y que sólo poseemos una coraza vacía dirigida por la CPU de un sistema a distancia, como un inconsciente colectivo artificial del cual nada o nadie estaba al mando.

Los suicidios se habían multiplicado por mil y aumentaba de manera alarmante. El Gobierno Indisoluble estaba planteándose la creación de clones que nunca sintieran miedo, ansiedad o depresión, pero todas las pruebas y prototipos habían fallado. Era como si la esencia del ser humano hubiera desaparecido dejando aquí la materia.

A mediados de este siglo proliferó la creación de sectas que anunciaban que el infierno estaba aquí y que seríamos felices al pasar al otro lado. Se amparaban en escritos apócrifos donde se creía que la resurrección era realmente pasar a la otra vida y que aquí estábamos muertos en verdad. Pronto se apresuraron a desmantelar cualquier tipo de idea independiente bajo amenaza y sentencia capital, aunque aún existen seres que siguen ese mismo credo; de hecho, ella estaba allí por uno de estos sujetos.

Mel sacudió la cabeza ante tales ideas y volvió a colocarse el casco. Activó las pantallas que se proyectaron en su visión mostrando la mejor ruta de acceso cuando estuviera dentro del complejo. El camión de prisioneros llegaba tarde, pero esa era su única oportunidad.

El gran mastodonte de acero arribó en silencio, suspendido en el aire por los motores antigravitarorios. Parecía una gran caja rectangular de metal brillante, pulido como un espejo. Mel no se vio reflejada al pasar a su lado: el camuflaje termo óptico funcionaba a la perfección, cómo bien pudo comprobar.

Se deslizó en silencio cerca del vehículo pegada lo máximo posible. Si tocaba el transporte, o simplemente lo rozaba, la máquina detectaría un eco extraño y sería el final de la misión. Paralelamente tampoco podía pisar el suelo al traspasar el umbral de la prisión, ya que tenía un sistema innovador, tan fino que podía detectar el peso de una cucaracha sobre su superficie. Los sistemas de defensa harían su labor desintegrando cualquier intruso y ella no quería verse en tales cuitas. Deslizó la mano al cinturón y conectó el sistema antigravitarorio mientras daba un último impulso antes de que las puertas se cerraran tras de sí.

Iba a ser una misión complicada.

Mel Aglaya es una soldado, una guerrera, una superviviente de un mundo tomado por fuerzas alienígenas invasoras. Emprenderá una aventura épica. ¡No os lo perdáis!
16º relato

Nos aterra…

—¿Cómo lo vamos a hacer?

La pregunta quedó en el aire. El despacho era muy amplio y luminoso. En el centro había una larga mesa negra, y dentro de la misma, una talla que representaba a la perfección una estrella de trece puntas. Cada una de las puntas acababa en los extremos de la mesa donde trece humanos aguardaban sentados. Uno de ellos, el más joven y visiblemente inquieto, volvió a hablar:

— Tengo problemas en mi departamento. No sé cómo enfocar la propaganda armamentista para la campaña en el Este de Europa.

— ¿Cómo? Pues como siempre —contestó un hombre menudo y de escaso pelo situado frente él—. Contratemos a las empresas de publicidad adecuadas para echar una mano, como hicimos en la primera guerra de Irak, la de Kuwait ¿Os acordáis? La niña iraquí…, creo que se llamaba Nayirah, que habló al público para rogar que los EEUU entrarán en el conflicto. Fue genial, y eso que esa niña ni había pisado Irak. Todo muy bien orquestado. La verdad, y justo esa es la clave, en la actualidad se sabe que aquello fue un montaje y ¿ha pasado algo? ¿Ha habido alguna clase de represalias contra nosotros? ¡Qué obra maestra del engaño! Aún recuerdo los videos de soldados iraquíes disparando por la espalda a mujeres y niños cogidos de las manos ¿Os acordáis? Todo un montaje, una patraña, aún más real al hacer aquel reportaje que destilaba ese tufo patriótico.

El sonido de alguien esnifando resonó en toda la sala. La coca iba y venía como siempre. Buen material traído de Sud América, o como ellos lo llamaban: su Narcofarmacia. El tráfico de drogas y armas era altamente conocido entre los peces gordos de la asociación. Eso y la Black Water como trabajadores y sicarios para hacer lo necesario en el lugar más inaccesible; no en vano el gobierno yanki había provocado golpes de estado en países democráticos en Sud América para beneficio propio, cómo siempre.

— ¿Y el pueblo? ¿La gente llana? ¿Esos no dirán nada?

— ¿Que? ¡Harán lo que les digamos, coño! En Norte América tenemos más de 37 millones de pobres, muchos viviendo en las calles y tienen su bandera en el carro de la compra o bien ondeando en su mugrienta tienda de campaña. ¡Harán lo que les diga la publicidad! Y ahora calla, me estás poniendo nervioso.

Frank era una persona peligrosa cuando se enfadaba y Bill lo sabía. Éste prosiguió en tono conciliador:

— Eres muy joven para lo que tratamos de explicarte. La propaganda lo mueve todo. ¿Fake News? Ja, ja, ja. Esto viene de viejo, niño. Seguro que no sabes la historia del SS Maine, el barco que hundieron los españoles en la Habana. No hay ninguna prueba de que lo hicieran ellos, es más dieron cobijo y primera asistencia a los supervivientes. En cambio, William Randolph Hearst, el sensacionalista, acusó en su periódico directamente y sin pruebas a los españoles, y a nosotros nos fue realmente muy bien, y así le declaramos la guerra con el pueblo a favor. Le arrebatarnos las provincias de ultramar entre ellas Cuba: nuestro puticlub particular.

— Pero entonces: ¿Qué fue lo que provocó la explosión del acorazado?

— Puede que las calderas, o… ¡Cállate de una puta vez! ¡Nosotros hacemos las preguntas, nosotros fabricamos las putas respuestas mocoso de mierda!

Frank tuvo que ser contenido por dos socios ya que sacó el arma de la cartuchera oculta en su tobillo. El joven Drake tuvo que abandonar la sala al perder los nervios y la función de los esfínteres.

— Nuestro nuevo compañero es un poquito blando ¿No os parece? —Bill destapó el bote de Valium metiéndose un par de capturas que empujó hasta el estómago con un buen lingotazo de bourbon añejo.

— Es muy joven para liberarlo, no ha aprendido nada. Hay que tener paciencia.

— Aquí la paciencia no tiene cabida.

Hubo un silencio aterrador. El sillón número 13, que presencia la mesa habló. Él casi nunca hablaba y cuando lo hacía su palabra era ley. Prosiguió:

— La paciencia es sinónimo de esperar y aquí no esperamos nada ni a nadie—. Con un leve gesto de cabeza, dirigida a uno de los once guardaespaldas que protegían la velada, ordenó al sicario que partió rumbo al lavado ante las miradas silenciosas del resto. No tardaron en escuchar el golpe y el forcejeo de alguien que lucha por sobrevivir. La cuerda de piano es efectiva para que la víctima no grite, pero puede alargar durante minutos su agonía. La reunión continuó con el hilo musical de los gorgoteos y los zapatos arañando la pulida superficie.

— Si no recuerdo mal — prosiguió el viejo Duck— Nayirah al Sabah, era la hija del embajador de Kuwait en EEUU. Ella se formó en una empresa de relaciones públicas para su discurso… Contratar a esa empresa, si es que existe en la actualidad, y en el caso contrario buscad las raíces de esa empresa. Con los recursos informáticos que disponemos será fácil encontrarlos. Bien: doy por zanjada está reunión. Cada uno a lo suyo y recordar: una mentira contada mil veces acabará siendo verdad. Nosotros representamos el futuro, no lo olvidéis.

Duck abandonó la sala en su silla de ruedas electrónica ante la comitiva que se puso en pie en señal de respeto aún con el sonido amortiguado del joven que estaba siendo estrangulado. Cuando se cerró la puerta de doble hoja de ébano se sentaron y, para qué negarlo, respiraron con alivio. Siempre ponía nervioso a la gente y no era por su poder, sino por eso ojos despropósitos de vida, más cercanos al muerto que la vivo.

Bill, tomando la iniciativa y coincidiendo con la salida del sicario que se había lavado concienzudamente las manos en el lavabo, dijo:

— Bien, ya sabemos lo que hay que hacer. Si nadie dice lo contrario me quedaré con el departamento del joven que ha pasado a mejor vida, al menos hasta que captemos a otro más sagaz y con menos escrúpulos. Bueno, felices fiestas a todos y que Dios os bendiga.

Tenemos familias y con ello el compromiso de hacer un mundo mejor. Pero ¿Qué pasa cuando los gobernantes son unos auténticos bastardos?
14º Relato

Sin Fondo

Desde mi posición veo la botella vacía, sin fondo; tan hondo como la pena y el pesar que arrastra mi corazón cada vez que bebo hasta la extenuación. Poco a poco me incorporo para comprobar al instante que mi precario equilibro me hace medir el suelo por segunda vez. Allí…, allí continúa el casco de Ginebra dando vueltas sobre sí misma en un baile efímero que provoqué al tropezar con ella.

La cabeza me va a estallar. La sensación de vacío es desalentadora. Mi boca sabe a vómito, sangre y tabaco; pastosa hasta el extremo que mi lengua parece una loncha de queso para fundir pegado al paladar.

Vuelvo a intentarlo, me quedo a cuatro patas y aun así es ardua tarea. El suelo se mueve y las náuseas no tardan en llegan, pero ya no queda nada en mi estómago. Los espasmos vuelven mas ahora brotan de mis labios resecos y agrietados pequeños hilos de sangre que se pierden en el vacío.

Ayer salí arreglado, cómo no; ahora parezco un indigente con una camisa que no ha mucho era blanca, mas ahora, está estampada de restos de bebida y de la cena.

— Si mi departamento me viera así… tendría serios problemas, aunque no soy el único que bebe —Me dije con voz queda. Otros en la oficina le dan más a la farlopa, entre los que también me incluyo. En esas reuniones se firman acuerdos millonarios, muchos se cierran en puticlubs de lujo. Son los mejores: buen servicio, discretos y de fiar. Para alguien con familia como yo es algo a agradecer.

La apariencia lo es todo y yo tengo percha y labia, pero ahora no sería capaz ni de leer las instrucciones para abrir un phoskito. Mi glamour queda en entredicho con todo lo que en mi asoma. Y hablando de sacar la nariz: Sara, mi mujer, se ha quedado un buen rato mirándome desde el umbral de la puerta y no ha tenido el detalle de acercarse y taparme: estoy helado. Siento clavados en mi nuca esos gélidos ojos azules… ¡Zorra adicta a los opiáceos! No sé cómo nos aguantamos. Seguimos por nuestro bien común, en lo laboral, quiero decir. Ella es estilista y dirige una importante empresa de modelos de lencería. Suerte que los críos ya son grandes y estudian fuera…

—Tengo que dejar de beber —Pienso, si bien las manos no obedecen mi voluntad. El subconsciente toma la iniciativa sirviéndome una ración doble de bourbon.

Aquella extraña sensación vuelve, la misma desde que era niño. Parece que está en mi cabeza, por detrás y dentro del córtex prefrontal. Está aporreando cada fibra del cerebro apelando a los sentimientos enterrados años ha. Reo en una cárcel de la que no puede escapar; forjada con mi propia avaricia y atroz sed de fortuna. He llegado muy lejos, enterrando cosas como la piedad, la empatía y la misericordia. Me he follado todo lo que he podido e, incluso, lo que no he querido para triunfar. Suerte que el dinero todo lo borra… pero allí está ese pequeño intentando escapar, chillándome que lo deje, que vuelva a casa, que no me haga más daño.

—¡Mañana lo dejo, lo juro! —grito en la soledad de mi comedor. Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar aquel poema que de niño tanto me gustaba y que tan bien plasmó el inmortal Lope de Vega, que rezaba en sus últimas estrofas:

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

13º relato

Caer en el pozo

Uno no sabe dónde ponerse en un lugar así. Mira que hemos visto pisos cuya falta de higiene roza el Diógenes, pero arrimarse a un mueble puede representar pringarse de algo cuyo origen era muy diferente, como un yogur caducado que pasa del estado sólido blanquecino al líquido amarillento y pestilente.

En aquel lugar se respiraba un aire viciado, sucio; sudor rancio impregnado en las sabanas y orinales que no se vaciaron en días. Pero había algo más en todo aquello. Algo que acompañaba cada servicio y que es una constante inamovible: la soledad. Ese mal que azota el alma y alojada en cualquier casa, ya sea desestructuradas, de alto o de bajo recurso.

La enfermedad no viene sola. La ansiedad y la depresión se suman para devorar el alma del paciente, prueba de ello las colillas amontonadas en un rebosante cenicero, quemada la carga y la vida de aquel que la consume; las tabletas de pastillas vacías y dobladas sobre la mesa o cajón: Diazepam, Citalopram y tantas otras marcas tristemente conocidas.

En algunos casos, no todos, también acompaña el alcohol. No es de extrañar encontrar a simple vista botellas a medio vaciar de licores baratos de supermercado o Tetrabrik de vino amontonados en un equina y cuyo líquido pringa parte del sucio terrazo.

Miras las fotografías, algunas en blanco y negro, y ves risas, compañía y buenos momentos, testigos mudos como esfinges sin alma vigilantes ante el paso del tiempo… de aquel que ahora yace tirado en el suelo y que nunca más se volverá a levantar.

Hay viviendas cuya limpieza e higiene brillan por su ausencia. Quedarse pegado al suelo es lo de menos, creedme.
12º Relato

A la espera de una muerte anunciada

Dedicado de todo corazón a Las historias Las historias de Alfonso Fernández-Pacheco y a mrwolfproblemsolver.

—¡Quietos todo el mundo!

—¡La madre que lo parió, la madre que lo parió! —Emeterio no podía parar de reír. Ese viejo lo había hecho y mira que se lo dijimos: cuando entremos en el banco nada de chorradas, todo como estaba previsto. Pues nada, Saturnino con sus cosas de la época de 28F.

— ¡He dicho que quietos todo el mundo, coño! —el sermón vino aderezado con plomo, para ser exactos de postas del cartucho de 15 que se expandieron alcanzando un plafón de fluorescentes y el aparato del aire acondicionado. Eso sí que nos jodió. ¡Con la calda que caía!

La cosa empezó bien, como habíamos dicho. Algún que otro desmayo del personal y de la respetable clientela: trabajadores y jubilados que depositaban allí su dinero tan dignamente ganado. Recuerdo que una muchacha se desmayó sólo de ver a Gervasio con las cartucheras cruzadas al estilo bandido mejicano, con una boina calada a la frente y un puro Farias corona en una boca desdentada salvo dos paletillas superiores que asomaban por el labio inferior. Cariñosamente le llamábamos “el niño”, pero era el más anciano de los cuatro… Unos noventa y siete años creo recordar. Veterano de Sidi Ifni y legionario de corazón como demostraban sus tatuajes desgastados en el antebrazo, mientras farfullaba:

— Mecagoentupadre, pero vamo o no vamo al lío.

Perdonad que no me haya presentado, mi nombre es Casimiro y soy el que lleva chaqueta de esmoquin, pantalones cortos de pijama y calcetines blancos con rayas rojas. Soy un galán, cómo pueden ver, lástima que yo no haga honor a mi nombre y tenga que portar unas gafas de pasta marrón de los setenta, con lentes de culo de botella de la empresa Indo. Mi oculista cada vez que me ve entrar a la óptica se toma un Valium aderezado con güisqui Dyc, sabiendo de buena gana que la inspección ocular será entretenida. Siempre que entro salgo con cinco dioptrías de más.

Pero volviendo al atraco, una tarde, ya anocheciendo en el hogar del jubilado, y con más vino de Moriles en el cuerpo de lo que pudiéramos soportar, se nos ocurrió una idea, absurda para algunos, genialidad para los presentes; sin olvidar a nuestros camaradas de la tercera edad que nos animaron con frases como: estáis como una chota, no tenéis huevos, lo vuestro es de garrote vil, etc. Hasta hicieron una porra para ver quién era el que salía en la tele. Hasta las del taller de costura nos hicieron los pasamontañas de macramé que olvidamos, por cierto, en el bar del Perico donde almorzamos antes de entrar en el asunto que nos traiga por aquel entonces en plena faena.

—Señorita —me dirigí cortésmente a una chica con gafas de moldura de aluminio, muy caras y modernas, de esas que las llevan la gente que ve bien y que van la moda.

—¿Señorita? —insistí al ver como su posición vertical pasaba a horizontal al poner los ojos en blanco y desmayarse. Para mi asombro no había sido yo el causante de tal atropello. Emeterio estaba a mi lado, asomando la cabeza por encima de mi hombro izquierdo mientras que exaltaba el espeso humo del cigarro liado El Pueblo, pegado a su labio inferior. Era un buen hombre, pero creo que no estaba bien del coco. En sus años mozos fue funambulista en un circo errante y su número de traga sables era su obra “Magna”. Siempre innovaba con nuevos retos hasta que se le ocurrió tragarse un paraguas. Tuvo que operarle de emergencia James el payaso cuando se le abrió el paraguas dentro del cuerpo. Ese fue el final de su carrera.

Saturnino estaba a un par de mesas de nosotros, preguntando a un empleado que tal estaban los tipos de interés, como si de verdad entendiera del asunto. El joven, con quien mantenía la conversación, ensució los pantalones cuando, sin querer, arrimó el doble cañón de la escopeta de caza demasiado cerca de su cabeza a la par que estornudaba. Reventó el poste de anuncios y la vitrina por donde entró la policía, visiblemente nerviosa, haciendo aspavientos y soltando tacos de esos que mejor no repetir.

El juicio estuvo bien: el juez se pellizcaba el puente de la nariz cada vez que leía el acta de cuatrocientas páginas de nuestra declaración. La sala tuvo que ser desalojada en repetidas ocasiones por el público que asistió; entre ellos, familiares, amigos, un movimiento antisistema y la mayoría del geriátrico Los Cuatro Vientos.

La prensa nos apodó como: Los Justicieros de la Tercera Edad. Saturnino nos bautizó como: Atracadores Bribones a Tiempo Completo, cosa que, por una vez, y que no sirva de precedente, le tuve que dar la razón.

Fuera del juzgado fue un espectáculo. Los periodistas querían entrevistarnos e incluso un circo local, sabiendo que Emeterio había sido del gremio, montó una parada con atracciones, puesto de golosinas y hasta trajeron a Claudio, un león del Senegal con más años que nosotros cuatro juntos. Fue fenomenal cuando, después del alboroto del gentío y una mascletá traída de valencia para la ocasión y para celebrar nuestra absolución por problemas mentales o renales (no recuerdo bien), el león Claudio tomó la senda de la libertad escapando por el parque del retiro; creo que aún lo están buscando.

En fin, esta es nuestra historia, pero han de saber que nuestra hazaña ha llenado muchos periódicos e, incluso, hemos revivido un viejo programa de cotilleo que iba a cerrar. En un país como este, tan hastiados de corrupción y depresiva monotonía televisiva, les va de perlas estas buenas nuevas. Hasta nos ofrecieron ir al programa, pero ante la negativa de llevar a «Remigia» la escopeta de Saturnino, hemos rechazado la sustanciosa recompensa y hemos invertido lo poco ganado en nuestro hogar del jubilado que, por primera vez, tiene barra de bar, sala de ocio con juegos de «verdad» y una cola de familiares que creen que el dinero lo van a heredar ellos. Mis cojones treinta y tres, como decíamos en nuestra época. Preferimos quedar a jugar a la brisca o al tute a la espera de una muerte «más» que anunciada.

11º relato

En un mar de incertidumbre

Aún puedo sentir el olor del atardecer de mi patria, el color de los olivos, la risa de los niños jugando en la planicie que nunca más volveré ver.

Navegamos a nuestro destino por mandato divino. Agamenón toma el mando jurando que Zeus le habla en sueños y cuya ayuda será determinante junto a Poseidón y otros dioses del Olimpo. Yo no sé qué creer ya: o es por los dioses o es por Helena ¿O todo a la vez?

El destino es igual de peligroso que este mar tan tranquilo como inesperado y cruel. Atravesamos el Mesogeios Thalassa rumbo a una tierra cuyas gentes están dispuestas a luchar hasta el final. Tomar esa ciudad será una pesadilla que a muy seguro nos llevará años si no tal vez más.

A mi lado viaja un guerrero de gesto serio y risa atronadora: Áyax, el Grande, es hijo de Telamón y Peribea. Es un titán de dos metros y cuya constitución los dioses quisieron comparar con el mismo Heracles. Odiseo bebé vino mientras observa la belleza del mar, sin poder reprimir cierta nostalgia por Ítaca, su tierra.

Llevamos días en el mar sin más compañía que nuestros barcos y la superstición de los marineros que parecen eludir ciertas rutas, como sí, en el abismo insondable, hubiera criaturas del Hades dispuestas a devorarnos.

A unas naves de distancia se vislumbra la figura de Aquiles, el grande, y muy cerca de él, Patroclo. Los hombres tienen la moral alta, supongo que, por estos legendarios luchadores, pero la mayoría de la tropa es joven y no han visto tanta masacre como yo, algo más viejo y sereno en mi experiencia; veremos si darán la talla cuando pisen la costa. Allí, cuando el enemigo caiga sobre nosotros, se verá el valor y la dinastía que tanto suelen eludir llamando a los dioses para traer sus favores. No saben que el enemigo es fuerte, recio y lucha por su tierra. Troya será una bonita tumba para muchos y una gesta para los poetas cuando cambien el horror por el honor.

El rey Príamo no nos lo pondrá nada fácil. Ese viejo tiene redaños y sabe cómo infundir valor a los suyos, así como sus hijos Héctor y Paris. Héctor es un guerrero, tan hábil como fuerte y astuto, será difícil socavar la voluntad, ya que las guerras no se ganan sólo por la fuerza y la destreza: si no con estrategia y una buena dosis de paciencia. Eneas, en ese mismo sentido, es una fuente de problemas para nosotros, ya que se dice que desciende de la mismísima diosa Afrodita.

Hace años que llegamos a Troya y el asedio es peor de lo que esperábamos. Años de cruel asedio, enfermedades y mala nutrición. ¿Y los dioses? Si en verdad han urdido algún plan estoy seguro que se lo guardan: serpentean sus envenenados consejos en los oídos de uno u otro oponente. Los dioses son crueles y les gusta tanto el valor como el sufrimiento.

Hoy se me ha encogido el corazón: Aquiles y el rey Troyano Príamo han pactado una tregua para poder llorar la muerte de Patroclo y Héctor. Aún hay algo de honor en toda esta maldita sinrazón. Me siento más fuerte y la vieja sangre vuelve a mí. Serán once días de luto, pero después volveremos a la guerra.

Estoy herido de muerte… Justo a las puertas de Troya. Un guerrero, un guardián ha sido mejor soldado que yo… Le felicito. Ojalá nunca pierdas la fuerza y otorgues a tu mujer muchos descendientes con tanto valor. Yo por mi parte dejo este mundo rumbo al Hades, destino que observo rodeado de gritos de horror, fuego y sangre… La misma poesía que siempre me ha acompañado desde que era un niño y dejé mi tierra.

Una batalla épica en un lugar del que se creía leyenda. Troya nos ha fascinado por sus historias. Aquí os traigo una de ellas.
10º relato

Vivimos

Hay seres que quieren que creas lo contrario, pero la verdad es que estás aquí para vivir, y vivir es experimentar lo que te atrae, aunque a veces lo que no queremos también nos enseña. Parece una perogrullada, pero es algo que pocos piensan. Hace tiempo, no demasiado, se creía que veníamos a sufrir por alguna clase de destino o designio divino. ¿Que sabrán esos ignorantes del destino o de Dios?

Huyo de los charlatanes, de aquellos que creen saber, de los expertos que no aceptan nada que no sea canónico… desechando un abanico de posibilidades casi infinita.

«Haz esto… No comas de lo otro… Lucha por lo que crees» ¿Qué es correcto? Hacemos lo adecuado, pero, creo, que nunca lo correcto; lo que es bueno para mí no implica que sea bueno para el conjunto, y a la par: ¿No es cierto que vivimos en el mismo sitio, el mismo planeta, el mismo universo?

Mañana puede que no despertemos y cierto es que hay que aprovechar el tiempo que tenemos. Mañana puede que sea tarde para un te quiero o un beso; para una quedada con los amigos, un asado, por ejemplo; o una caricia bien intencionada.

Mañana queda muy lejos y yo nunca hago planes con tanta alteración.

9º relato

Privadas

«La ropa sucia se lava en casa», dice el refrán y nosotras hacemos lo propio. Nuestra agencia es única y es totalmente legal: nadie nos puede acusar de lo contrario y con experiencia en el sector. Nosotras acompañamos cuando es menester y los secretos de nuestros clientes se quedan a buen recaudo»

—¿Qué decís querida? ¿Qué un muerto no necesita compañía? Ja,ja,ja… que equivocada estás. Todos tenemos la necesidad de un último viaje hacia el destino que se te haya asignado y no es poca faena, créeme, dirigir a tanta alma.

» Es verdad que desde que trabajamos en esto la humanidad ha crecido en número, pero nos hemos adaptado a las nuevas tecnologías y tenemos acceso a perfiles e historias en las redes sociales para encajar bien con el perfil. ¡Los he visto de todas las maneras y de toda condición y religión! Ni te creerías la de adeptos a la fe que consiguen un billete hacia un lugar nada acorde con sus creencias, pero así son las cosas.

» Veo por tu curriculum que siempre te han gustado la mitología y los ritos mágicos… ¡además de ser quemada por bruja en una de tus vidas pasadas…!, que interesante. Bueno, ¡bienvenida a bordo! No hace falta que me lo preguntes: aquí no hay ningún hombre. Las valkirias son mujeres y aquí las leyes de género no tienen cabida, supongo que sabrás el por qué, ¿no?

» Comienzas ahora, tus jornadas se habitúan a los turnos establecidos para ayudar a todo aquel que caiga en combate. Sólo se pueden llevar a dos lugares: Valhalla y Fólkvangr, no te confundas de lugar, que los señores de esas casas no tienen buen sentido de humor, sobre todo Odín; Freya es más accesible, pero no te quedes allí mucho tiempo o quedarás atrapada para siempre en su embriagador aroma.

» ¿Los cristianos? ¡Esos van a otra parte, tú no te líes y céntrate! Nosotras no nos metemos en otras religiones y ellos tampoco en la nuestras. Oye, aquí el trabajo es muy importante así que nada de fallos en tu primer día. Pégate a una veterana e intenta aprender bien de sus habilidades. Cuando acabes ven a verme y hablamos del tema con una buena jarra de hidromiel ¿vale? Pues nada, al lío que la batalla ya ha empezado y los muertos no tardaran en llegar. Al principio habrá pocos, pero al final… ¡por el cosmos!: Los perdedores corren mientras que son masacrados por el bando ganador. ¿El honor?, pero ¿tus cuantas batallas has presenciado?

8º Relato

De nuestras vidas

Aquella terrible noche no hubo más canciones o relatos que narrar, sólo el vacío entre el barranco y la oscuridad de la noche alumbrada por la luna menguante.

Corría el año de nuestro señor de 1067 en las inmediaciones de Al-Qasr. El gobernante, Jalaf Ibn Rasid, era un ser déspota y cruel que no respetaba ni a su pueblo ni a sus vasallos, reclamando a las doncellas vírgenes para sus propios y oscuros placeres y así, deshonrarlas de por vida. Malo era enfrentarse a él, pero peor era el pecado de estar enamorada de un soldado de su guardia; que decir de ser el musulmán y yo cristiana. Tal vez ese era nuestro castigo de cara a Dios por nuestro atrevimiento, pero ¿Qué Dios? ¿Cuál de ellos? ¿Los dos… el mismo? Las miradas estaban llenas de odio, las lenguas afiladas y envenenadas. Fuera de mi casa me hallé en el desamparo de la noche mas él me recogió en su regazo. De escondidas nos veíamos, de hurtadillas nos besábamos y alojada en el barranco yo malvivía soñando una vida negada.

Cuando la señal de la traición, necesaria en aquel lugar, asomó por la ventana la cabeza mutilada de Jalaf Ibn Rasid cuya joven había decapitado con su propia espada. Los cristianos atacaron con fiereza y odio acumulado por lo mucho que se hizo en el pasado; de nada varían las palabras, nada se pudo hacer. Los soldados que quedaron, antes de deshonrados o torturados, arrojados al barranco al anochecer con sus caballos… y yo junto a mi amado volé en su regazo, preparados a nuestro destino cruel. Mejor morir en el momento que vivir en el martirio, mejor ser libre y tener que perecer… sin ni siquiera el consuelo de ver a Dios al otro lado, al menos la muerte unidos nos ha atado.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.

En algún lugar del río Vero, Alquézar, día de la reconquista del castillo por Sancho Ramírez, hijo de Ramiro I y primer rey de Aragón.
7º relato

Lo que piensen los demás

Nuc se despertó con el sol bañando su cuarto. La tranquilidad del momento fue momentánea, sabedora que hoy había instituto, lugar que detestaba a la par que amaba ya que en ella estaba su pasión: los libros; no obstante, sus compañeras de clase la encajaban en el grupo de los freak o bichos raros. No era de extrañar, no se sentía atraída por ir a discotecas o reuniones para poner verde a tal o cual guarra mientras se pintaban las uñas: ¡se podía ser más gilipollas!


Ella por su lado tenía a sus amigos; sí, un grupo de bichos raros con quién compartía su afición a la lectura y a los juegos de rol que no pertenecían al mundano redil. Le encantaba el mundo de H.P. Lovecraft y, de manera directa, todo lo relacionado con el ocultismo y las artes mágicas. Ellos le habían enseñado muchas cosas… Algo que no podía aprender de gente corriente. Tal vez por ello se vio abocada a la moda gótica, pero no era muy radical. Odiaba que la encasillaran en uno u otro bando. No entendía la necesidad de formar parte de un grupo para ir en contra de quien piense distinto a ti.


Su padre fue su mentor o por lo menos eso le gustaba pensar. Aprendía escuchando relatos y anécdotas de aquellos tiempos cuando las personas podían hablar y debatir sin importar ser de uno u otro partido. «Había radicalidad, pero no estaba tan envenenada como en estos tiempos», como él solía decir.
Desde que le diagnosticaron el cáncer se volvió más alegre, jovial y atento. Decía que el tiempo era lo más preciado que tenemos, más que el dinero y la fama, ya que al irse nunca más volvía a nosotros. La única recompensa positiva que se obtenía de las malas experiencias es que no debían repetirse.


Nuc recordaba a su padre siempre: mientras desayunaba, mientras se lavaba los dientes y de camino al instituto. Hacía menos de un año que se había ido, pero no le echaba de menos, ya que sentía su presencia en todo momento.


Cerca de la entrada al instituto se cruzó con Brul, un abusón que descargaba su frustración con cualquiera, salvo contra ella, y más cuando le partió la nariz al intentar sobrepasarse. Por ello Nuc fue expulsada un mes y él se ganó dos puntos de sutura en el labio y el tabique desviado de por vida.


— ¡Hola Nuc! — la voz pertenecía a Clan, una joven con gafas de pasta y sonrisa tímida. Pertenecía al grupo de los freaks y eran inseparables.


Nuc sonrió y emprendieron juntas el camino a clase. Clan no paraba de hablar: de las nuevas series de anime que se iban a estrenar, de la partida de este sábado a la Llamada de Cthulhu… Se le veía entusiasmada y feliz de tenerla como amiga. En verdad el contraste entre ellas era abismal. Nuc media un palmo más y era una de las más altas de clase, más que muchos chicos. Vestía con pantalones tejanos elásticos y a su cintura colgaba una cadena larga donde amarraba las llaves; portaba una chaqueta de cuero barata con un gran parche de una pastilla de color rojo y azul, idéntica a que llevaba Kaneda en la película Akira. Su pelo era moreno y corto, rasurado por los dos lados, dejando el pelo largo que caía en cascada por su espalda y por la frente asomaba un pequeño flequillo color rojo caoba.


Al cruzar frente al servicio de muchachos percibió algo: una sensación que le obligaba a volverse. Apretó la mandíbula y respiró tranquila intentando que el corazón volviera a su ritmo normal. Ella sabía que aquello ocurría cuando ellos la reclamaban y ella no podía hacer caso omiso a la Llamada.


Dirigió una mirada a Clan que la observaba sin pestañear sabedora de que algo no iba bien y que debía mantenerse al margen. Poco a poco Nuc se aproximó a la puerta entre abierta. De su interior surgían voces apagadas y un lastimero llanto que no cesaba de su lento compás. Abrió la puerta con cuidado y vio el espectáculo: dos chicos tenían agarrado a un tercero que se debatía en poder respirar, aprisionado la garganta por un cuarto individuo tristemente conocido en el instituto. Le llamaban Aodel, un chico problemático, déspota y autoritario. En su mano diestra portaba una navaja automática que hábilmente siempre ocultaba mas en ese instante la mostraba con orgullo frente al pobre muchacho. Al darse cuenta de la presencia de Nuc la miró de reojo sin cambiar la posición:


— Vaya, la rarita…


Los dos compinches que mantenían retenido al chaval redujeron la presión con los ojos como platos.


— Aodel tío, nos abrimos… Esta pava es muy rara y…


— No seáis cagaos, sólo es una mujercita que se equivocó de servicio y no sabe que el de chicas está justo al lado.


Nuc se mantuvo tranquila, con el gesto sereno y sus ojos negros fijos en Aodel. Los otros dos, llevados por la prudencia o tal vez el miedo, soltaron al rehén y salieron «por patas» sin darle la espalda a la chica.


— Putos cobardes — exclamó Aodel al tiempo que reducía la presión en el cuello de su víctima—. No se puede confirmar en nadie…


La hoja de la navaja describió un zigzag cuyo destino era el vientre de Nuc. El arma se detuvo apenas dos centímetros de su objetivo. Aodel tenía la mano paralizada por una extraña fuerza que le impedía herir a la muchacha. Para su espanto vio la silueta de un ente reflejada en el espejo de lavabo y ésta sonreía en un rostro cadavérico.


— ¡Maldita niña muda! ¡Muere! — chilló con todas sus fuerzas en un vano intento de liberarse del yugo espectral.


El cuerpo inconsciente de Aodel cayó a plomo entre terribles convulsiones, perdiendo el conocimiento mientras que el otro chico gritó de puro terror al ver la espectral forma del ser que se había materializado frente a él. Poco después el ente se desvaneció como si nunca hubiera existido.


La directora entró al igual que dos profesores que oyeron el grito. No daban crédito a lo ocurrido y poco se comentó después. La ambulancia se llevó a Aodel visiblemente afectado por unos temblores que los sanitarios no sabían a que atribuir. El chico que habían retenido tuvo que ser atendido y puesto bajo vigilancia psiquiátrica debido a las alucinaciones que vio, atribuidas, según los médicos, al shock traumático al intentar robarle. Nuc fue expulsada y conducida fuera del recinto ante todo el alumnado. Sólo un pequeño grupo le saludo en la distancia, sus queridos amigos, todos ellos igual de espectrales que las entidades que sólo ella podía ver.

6º relato

Para alguien como él poco importaba las fechas, los horarios ni mucho menos un reloj que le marqué las horas. Sabía que venían fiestas y no era por preguntar a nadie: las luces del centro estaban adornadas con luces multicolor, barriadas enteras volcadas en ser la mejor galardonada y se respiraba aquella sensación de artificial felicidad que sólo podía dar la navidad.

Lo que otros podían decirle o qué pensarán no le quitaba el sueño: un sin techo, un vagabundo… Un don nadie. Él se consideraba un trotamundos, un soñador o un idealista que llevó hasta el final sus convicciones o ideas. ¿Cómo podía vivir como el resto después de donde había militado? Años ha quedaron en su memoria cuando se manifestaba por lo justo, lo de todos… su tribu; con acciones tales que de contarlas o de haberle pillado infraganti estaría entre rejas sin ninguna duda.

Otros «de su gremio» le llamaban tomahawk por su descendencia india, aunque pocos quedaban ya y los que vivían consumían su tiempo en alcohol o en casinos para el hombre blanco.

Era considerado un líder entre los desvelados. Siempre que podía ayudaba, compartiendo lo poco que tenía o lo mucho que sabía. Nunca le gustó dar consejos, ya que la gente entiende mal el concepto y cree que debe hacer aquello que les dices. Para decir la verdad justamente puede ser lo contrario: los consejos te ayudan a determinar lo que tú realmente quieres hacer, no hacer lo que otros te dicen que hagas. Es como los manuales de autoayuda: algunos funcionan, sobre todo para el que los ha escrito.

Caminaba como siempre entre los bulevares de la 5ª avenida cuando una voz le llamó y no fue por ningún otro mote que le conocía:

— Enola, hace mucho que caminas, pero no huyes; atesoras sabiduría, pero no tienes riquezas materiales. ¿Cuánto más durará tu camino?

Se giró hacia aquel que conocía su verdadero nombre y para su sorpresa vio, al lado de un destartalado cubo de basuras, a un zorro blanco como la nieve. Era más que imposible que un animal así hubiera llegado por su propio pie a aquel lugar, pero así lo atestiguaban sus ojos.

— Camino rumbo a mi destino; atesoro experiencia para ganarme el pan y no robar lo que no es mío —recitó encaminándose hacia el animal—; y viviré lo que dure mi camino, como como la oruga muere para dar vida a la mariposa.

El zorro lanzó un extraño grito agudo. Se sacudió la cabeza y alzándose sobre sus patas trepó sobre la tapa del container.

— Me alegro de haberte encontrado. Cómo seguro que estás pensando yo ahora mismo no estoy aquí. ¿Sabes a lo que me refiero?

Asintió en silencio. Había oído multitud de historias sobre apariciones en su tribu; como un ser luminoso, mayoritariamente un animal o tótem, se aparecía cuando llegaba el momento adecuado o bien para realizar alguna clase de revelación. Muchos de los eventos que se atribuían a vírgenes o santos no era más que la interpretación con el prisma de una determinada fe sobre la realidad de estas entidades; si bien la explicación de las mismas estaba fuera de cualquier lógica o razón…, Pero allí estaban.

— Debes volver a la tierra. Allá hay algo que harás. No demores y ve en pos de tu destino.

Y así, sin más, el pequeño zorro albino saltó mas no llegó a tocar suelo, fundiéndose en una espiral de hojas y papeles que se alejaron volando cual minúsculo tornado.

Enola se colocó el sombrero, sacudió su vieja y roída gabardina, y emprendió camino rumbo al Oeste.

Para alguien como él poco importaba las fechas, los horarios ni mucho menos un reloj que le marqué las horas.
Antique illustration of stick and bag
5º relato

Para caer en el olvido

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?

Esa extraña sensación de libertad segundos antes de que tu cuerpo se tope contra el suelo…

Fue un día como cualquier otro: monótono, aburrido y lleno de problemas. Ser corredor de seguros es un trabajo difícil y muy mal pagado, pero es lo mejor que se puede conseguir en estos horribles años veinte. Mucha gente está en paro, después del final de lo que los periódicos sensacionalistas llaman la primera guerra mundial, cuesta más ganarse el pan. Para colmo casi muero aplastado al caer cerca de mí un hombre, o por lo menos algo muy parecido antes de estamparse contra el suelo; es muy común últimamente.

Con el susto en el cuerpo, temblando y ya por el segundo pitillo consumiéndose en mis labios, llegué al bar charles donde nos reunimos todos tras una dura jornada. En una esquina de local, lejos de miradas u oídos indiscretos, solíamos contar nuestras anécdotas. El bueno de Sami, estoico a la par de estricto, dejaba sacarnos los zapatos y así poder descansar los doloridos pies tras patear Manhattan de un lado al otro. Puta isla de mierda. A qué loco se le ocurre construir una gran urbe aquí.

Me quito el calzado y depósito la planta de los pies en el suelo bajo la mesa. Siento el placer del frío suelo a través de mis calcetines y el pronto alivio llega a mi cuerpo y alma olvidando por un momento las penurias pasadas.

—Le colé un seguro y para postre me acosté con su mujer—. Exclamó Clarence, un veterano del sector con tantos años de experiencia como fanfarronería.

—Eres un fantasma — añadió James, más borracho que de costumbre, de hecho, empezaba a primera hora con la bebida y no paraba hasta bien entrada la noche. Su hígado debía de pertenecer a alguna clase de ente paranormal que se nutría de alcohol y mantenía a su huésped para no morir; y así en un ciclo sin final hasta que alguno de los dos (o los dos a la vez) estirara la pata. Según nos relató su mujer le había pedido el divorcio.

— La buena de Sara ha tenido demasiada paciencia contigo. Te esperó hasta que volviste vivo de la guerra, pero más borracho que un piojo sureño. Francamente no te culpo, para soportar aquello hace falta mucho licor.

Todos los rostros se volvieron a mí, yo continuaba absorto en el placer que me proporcionaba el frío de la superficie, pero el silencio fue suficiente para abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Esquivaron mi mirada, eso me puso en alerta; tras años como compañeros sabía que algo no iba bien.

— ¿Qué coño pasa? — se sorprendieron oírme en ese tono, sobre todo Clarence que me conocía más que nadie. Además de amigos éramos inseparables desde la guerra. Con la voz temblorosa relató:

— Jim… Se oyen rumores en el gremio…

¡Mierda! Eso no eran buenas nuevas, pero tal como iba la conversación todo rondaba por el tema familiar y en concreto por la parte fémina.

— ¿Aura? ¡Ni de coña! Nos amamos y todo va sobre ruedas. Los pistones están bien engrasados y antes, hijos de la gran puta, que supongáis de que no doy la talla con mi mujer os advierto que os partiré la mandíbula a quien lo insinúe.

— no, no, para nada amigo, ya lo sé, bueno, lo sabemos — dijo dirigiéndose al resto que asentían con cómico ademán, bajando y subiendo las cabezas, si bien sus ojos decían lo contrario—. Sólo te informo de lo que se oye y… Mira, mañana tómate el día libre, compra un ramo de flores y una buena caja de bombones, lleva a Aura a comer, al cine y eso. Sólo por los viejos tiempos… ¿Lo harás?

Me levanté de golpe, con los puños apretados y la mandíbula tan tensa que parecía que se me iba a partir en dos. Todos sabían de mi mal genio y no se opusieron de que me marchar de esas maneras y menos sin pagar.

Corrí sin parar hacia mi casa. Fue al notar mis pies húmedos cuando me di cuenta de que me había olvidado los zapatos en el bar. ¡Era ridículo! sí es cierto que era tosco en el trato y, puede, que poco cariñoso, pero era un hombre, era «su hombre» y con eso debía de bastar.

Entré sin ni siquiera saludar al conserje que observó atónito como no esperé el ascensor y subí los quince pisos del tirón. Tenía buena forma física y el ejercicio no me cansaba. En la guerra corría más que las balas, eran buenas maestras, eso es lo que me hubiera gustado enseñarles a mis hijos…, cuando los tenga. La mala suerte, —»mi puta mala estrella»—, dije al pasar por la planta treceava. Estoy haciendo el ridículo, seguro… Pero debo cerciorarme personalmente.

Fue antes de llegar a la puerta cuando escuché los gemidos. Mi cuerpo se paralizó un instante para después, casi de cuclillas y en perfecto silencio, sacará mis llaves e intentará abrir la puerta. Me introduje como una comadreja no sin antes agarrar el bate de béisbol, recuerdo de mi niñez y que tenía tras la puerta, por si acaso encontraba malas intenciones que quisieran entrar, y mira tú por dónde ahora quien quiera que fuese estaba dentro de mi morada y follándose a mi mujer.

Tras el salto por el balcón todo importó poco… La sangre, los sesos desperdigados por la pared, el cuerpo de mi querida esposa y su amante aún abrazados y agazapados por el miedo con las cabezas abiertas… Ya poco importaba. Lo que dijeran de mi en las noticias de mañana poco importaba: palabras para caer en el olvido.

Espero que os guste o por lo menos os entretenga. Puede que el relato de hoy sea crudo, pero así es la vida o, por lo menos, para algunos de nuestros protagonistas. Y yo me pregunto: ¿Nuestras creaciones literarias nos echarán en cara, puede que, en otra vida, su buena o mala estrella?