32º Relato

Magia y fe

– ¿Cómo podéis afirmar que es una bruja?

– ¡Parece una bruja!, hace brujería y además es mujer.

Luis González de Ayala y Gallardo estaba considerado como una de las personas más poderosas del Imperio. Caballero de confianza del mismísimo Rey Felipe II “el Prudente”, era un noble de dudosa procedencia, llegando a ser acusado de Cristiano nuevo y descendiente de judios. Pero tales acusaciones jamás pudieron probarse. Sus ocupaciones eran varias mas su principal valor eran los asuntos internos de la corona, posición que le daba mucha libertad para decidir, aunque en esta ocasión se topó con la iglesia.

La inquisición no vio con buenos ojos tal visita y más en aquel pueblo alejado de la mano de nuestro señor. Se habían dado una serie calamidades en forma de fiebres cuyo origen no podía ser explicado sin la aparición del Maligno. Don Luis insistió en conocer del caso que traía de cabeza a la santa Fe, y sobre las presuntos hechos atribuidos por una lugareña: Matilde Zumalabe, acusada de brujería, yacer con el diablo, secuestrar niños para después cocinarlos y ofrecerlos a belcebú, y una larga lista a cual más increíble y fantasiosa.

– Vive Dios, mi buen Luis, que no concibo que hacéis aquí, tan lejos de la corona y de vuestras… Competencias -el arzobispo de Toledo era una persona poderosa y rival de Don Luis desde hacía años.

– Mi poder llega allá donde no se pone el Sol, su excelencia. No obstante, no veo mal en querer interrogar a la testigo.

– Ya la hemos interrogado. Es terca como una mula vieja, si bien no tiene ni veinte inviernos. Francamente no acabo de encontrar explicación a cómo su Majestad os manda a tales quehaceres.

– Lo que piense el Rey es cosa suya, lo que cuenta es que su palabra es clara y debemos acatarla. No habrá problema siempre y cuando alguien se interponga en mi camino y tenga que tomar otras vías.

Sus ojos eran ascuas de fuego azul tan brillantes como intimidadores. Por contra, el Santo oficio era temido a la par de valorado por el Santo padre. El arzobispo bajó la mirada y suspiró sin pasión, más de fastidio que de ira. Lo que creía que sería fácil se convertiría en un pesado trámite con la corona.

– Está bien Don Luis, ganáis por ahora. Podéis interrogar a la testigo. ¿Hace falta que alguno de los torturadores os ayude en vuestras cuitas?

– No, ya me basto solo. Gracias por vuestro entendimiento y paciencia. No os robaré más tiempo del debido.

Bajó hasta las mazmorras alumbrado por una antorcha. La torre datada de la época mozárabe y antes de época romana, aunque se decía que mucho antes hubo un asentamiento íbero.

El frío del lugar se solapaba con los escalofriantes alaridos de los reos, mezclados con el nauseabundo hedor de llagas y pústulas. No tardó en dar con la celda, la más oscura y húmeda. Entre los barrotes no se podía distinguir figura alguna, pero la presencia de aquel ser llegaba a todos los rincones del sótano impío; no obstante, el olor dulce a flores lo inundó todo en el instante en que ella habló:

– Vienes para “na”. Yo no estoy ni con Dios ni con el diablo.

– Me alegra saberlo. Me han hablado maravillas de ti y de tus poderes.

La muchacha no respondió, sólo la rápida respiración como respuesta ante lo que ella creía una amenaza que llegaría materializada en un lluvia de golpes.

– Se dice por estos lares que curaste a la hija del molinero de unas extrañas fiebres, las mismas que han asolado toda la zona del Este y de las cuales te atribuyen su origen.

-¿Por qué iba a ayudar a una niña si provocó la muerte?

– Eso me pregunté yo – dijo acercándose a los recios barrotes -Y eso mismo me preguntó su Majestad. Dijo: ¿Por qué esa desventurada criatura, que milagros hace, se le atribuye tales males?

Dos manos se aferraron a los barrotes. De la oscuridad se asomó un rostro femenino de negros y ondulantes cabellos. Sus ojos marrones mostraban una inteligencia inusual. Aquellos inquisidores habían cometido el error de subestimarla. Los golpes hicieron mella en la mejilla con una herida mal cerrada que supuraba pus y sangre.

– ¿El Rey os ha dicho eso…? ¿Por qué debería dirigir la palabra a una pecadora?

– Su excelentísima Majestad está muy interesado en ciertos temas digamos… Poco ortodoxos. Es un secreto a voces que se rodea de sabios y eruditos, y vos tal vez tengáis cabida entre sus médicos.

– ¿Una mujer? Claro…, ¡por qué no! – dijo separándose y adentrándose de nuevo en la oscuridad.

– Habéis tenido mala estrella en nacer mujer, pero de lo contrario no poseeríais el don ¿Sabéis a lo que me refiero, no? Vuestra madre escuchó el llanto de la no nacida en su vientre: vos; y tal como reza la tradición, no lo contó a nadie, a sabiendas de que tendíais alguna habilidad vetada al resto de los mortales.

– ¿Cómo sabéis…?

– He viajado mucho. He visto ritos de todo tipo en la Nueva España. Tribus que se comunicaban con espíritus o con la misma madre tierra. Os propongo una cosa: puedo sacaros de aquí, pero debéis prestar servicio en palacio. No os podrán ver de día, y de noche, bueno… Hay maneras para viajar rápido y ligero como el viento. ¿Qué decís?

– ¡Ja! ¿Acaso tengo opción? – la mujer volvió sus pasos dejando a la luz de la antorcha su tez. La belleza era tan sobrenatural como sus poderes. No en vano a ciertas brujas se les atribuía el logro de someter a sacerdotes y esclavizarlos con actos carnales-. Trato hecho, Don Luis, pero tal vez os arrepintais del trato.

-Yo creo que no -sentenció el caballero echando mano a las ganzúas-, pero con el tiempo… Dios dirá.

Dos sombras furtivas abandonaron el pueblo de Cernégula rumbo al Sur, al amparo de la luz menguante de una luna tan roja como la sangre de los ajusticiados