Los Arhuanim son una raza de las más originales, ya que sus creaciones los han hecho conocidos en todo Menoïch. Son inventores natos, la mayoría ingenieros de castillos, fuertes, casas, etc. Tienen un extraño don de aburrir a los que escuchan con disparatados planes de surcar los cielos con barcos voladores, cápsulas para viajar a las profundidades del mar y un sinfín de objetos que para la mayoría de gente son locuras. En cambio, otros afirman que un extraño don envuelve a esta carismática raza. Dicen que, aunque ellos fueron depositados junto a las demás razas Arhuail en el árbol de Truak, unas energías procedentes del principio de la creación de Menoïch le otorgaron los sueños de Lhoïok. De esta manera se explica que se les ocurran ideas que desafían todas las leyes físicas y mágicas; de las cuales algunas son aplicadas en sus inventos.
Aspecto:
Los Arhuanim son una raza de corta estatura, apenas alcanzan los ochenta centímetros, eso tirando a lo más alto. Sus ojos son de colores claros entre el amarillo ámbar y el morado, muy rara vez de otro color ya que representaría un hecho digno de mención y superstición; carecen de nariz, sólo dos orificios en la cara en una casi imperceptible protuberancia separada por una delgada línea oscura; su piel es azul claro, oscureciéndose levemente en los pliegues y articulaciones; su pelo es de color azul oscuro y, cuando crece, suelen atarse una coleta o copete para aguantarlo aunque su pelo nunca se aplasta o cae sobre sus hombros ya que es muy recio y resistente como el alambre, que es utilizado, y cotizado, como cuerda para instrumentos musicales como el Limionel.
Viven en lugares improvisados donde instalan sus toscos talleres utilizando la naturaleza como almacén. No es extraño encontrar a un Arhuanim sobre la copa de un árbol viviendo en algo parecido a un barco que según él antes volaba. Visten con ropas sencillas y es raro verlos con algún tipo de armadura, no por el tamaño sino porque de origen odian la violencia y utilizan sus inventos para que su vida sea mejor. Indirectamente hacen la vida imposible a los demás, con su verborrea y cháchara maravillándose de lo que ven y tocan. Poseen un sentido del oído agudísimo, además de tener la extraña habilidad de saber quién camina a su alrededor sin ni siquiera verlo: el sentido del entorno, sobre todo el terrestre, les hace notar la más mínima vibración a metros de distancia.
Guardián de las puertas de Zlecuria. Deidad benévola. Ligada a Lhoïok. Aunque es una deidad caída tras su sacrificio en la Guerra del Odio se dice que su energía viaja de vuelta de los planos elementales para volver a Menoïch, aunque se cree que su «alma» reside en el reino de Zlecuria. Es una deidad admirada por paladines y es nombrada en muchas ocasiones; sus plegarias no están lejos para ser contestadas ya que la esencia de la deidad está lejos, pero el poder se quedó en Menoïch.
“Clauok era representado por una espada vertical con la punta hacia abajo con el fondo de campiña. Cuando cayó en las Guerras del Odio su estandarte cambió por una espada rota en vertical dentro de un escudo redondo dorado”
Soberano del Mal, señor del odio y la destrucción. Responsable de la creación de Menoïch tras el intento fallido para entorpecer a Lhoïok, atrapado junto a su Némesis en El Errante. Se le rinde honor como los elementos del mundo de forma maligna.
“Tanto Lhoïok como Aon-ha son representados por un sol con dos caras unidas por la zona occipital, invertidos desde su base, de manera que nunca se pueden ver, siempre se buscan: uno de luz y otro de oscuridad. Cuando es propicio el estandarte y/o amuleto se coloca en la cara benévola, mayoritariamente de oro, mirando con el rostro hacia arriba; cuando la situación no es propicia se coloca en el reverso, tiznado de negro, que destituye la mirada benigna hacia los cielos; en equilibrio, los dos rostros miran a los lados con Lhoïok cara al Este, donde surge Shaik, el gran sol, y Aon-ha hacia el Oeste, donde se pone”
Lhoïok.- Soberano del bien. Responsable de la creación de Menoïch. Atrapado en su propio mundo junto a Aon-ha en el cuerpo de un ser bípedo más cercano a los Zhogs: El Errante. Se le rinde honor como los elementos del mundo de forma benévola.
“Tanto Lhoïok como Aon-ha son representados por un sol con dos caras unidas por la zona occipital, invertidos desde su base, de manera que nunca se pueden ver, siempre se buscan: uno de luz y otro de oscuridad. Cuando es propicio el estandarte y/o amuleto se coloca en la cara benévola, mayoritariamente de oro, mirando con el rostro hacia arriba; cuando la situación no es propicia se coloca en el reverso, tiznado de negro, que destituye la mirada benigna hacia los cielos; en equilibrio, los dos rostros miran a los lados con Lhoïok cara al Este, donde surge Shaik, el gran sol, y Aon-ha hacia el Oeste, donde se pone”
Ën “El Único”. – poder sobre poderes. No se le ha vuelto a ver desde que partió en busca de las entidades Lhoïok y Aon-ha. Hay eruditos que creen que su retorno sucederá cuando halle a quien se perdió en el olvido o cuando el mundo de Menoïch trascienda a otro plano. No hay raza o clase específica que rinda devoción ya que siempre se le considera una deidad neutra, pero poderosa. Se dice que en Zlecuria es el único lugar donde hay un templo en su honor.
“Ën no tiene una representación en el templo. De hecho, se le nombra como un eco del pasado que se ha transmitido de forma oral de generación en generación”
Poco o nada se sabe de la procedencia de estas energías extraplanares. La naturaleza de sus cuerpos es un misterio así de su sexo. Hay que aclarar que, aunque en muchas ocasiones tengan una representación física, esto queda muy lejos de la realidad de sexos entre unos y otros. En verdad no existe la copulación o fecundidad entre ellos al estar por encima de los límites físicos, trascendiendo de la carne al plano energético y/o espiritual. Las únicas deidades que no muestran un arquetipo, femenino o masculino, son Ën y Tonôk, este último cambia su morfología a voluntad.
El principio de la creación se le atribuye a Lhoïok y Aon-ha, si bien muchos intervinieron en la transformación del mundo. Otros, como Vuêk-va y Enistîa, aparecieron sin invitación atraídas por la esencia que desprendía el interior de aquel planeta en apariencia muerto.
Por así decirlo podríamos clasificarlos en dos grupos: primigenios o dioses y los semidioses o los Neh-Êln: nuevas energías creadas, aunque, como más adelante se descubrirá, estas jóvenes divinidades acumularan poder, sabiduría y juicio a nivel de sus padres.
Lhoïok, Dios soberano de la creación, tuvo un pensamiento que al instante se materializó en un planeta sin vida y sin luz. Lhoïok lloró porque el pensamiento había creado un mundo sin explicación; no se podía decir que estaba allí porque no se veía, pero no se negaba su existencia ya que su presencia era la de Lhoïok. Pensó y halló una solución: buscar de entre sus sueños una ilusión, para que Menoïch, pudiera ser visto y sentido a la vez, para que los demás vieran con envidia que Lhoïok seguía siendo el señor de la máxima creación.
Pero no era completamente admirado. Aon-ha, soberano y señor del odio, de la destrucción y la envidia, descubrió los planes de Lhoïok de crear algo puro. De la indignación, el universo se tiñó de oscuridad. La oscuridad de Aon-ha. El Dios de la creación tras mucho buscar encontró algo que no pudo definir, algo que de entre sus mil sueños era único, algo que no podía explicar mas al soñarlo vio que era bueno y sus lágrimas distribuidas por millones de puntos sobre la oscuridad de Aon-ha se tornaron brillantes de alegría iluminando todos los rincones sin fin del universo. Aon-ha estalló de rabia.
El sueño fue materializado en algo palpable. En él brillaba la fuerza de mil constelaciones, de mil deseos diferentes, todos buenos. Lhoïok lo lanzó con su esencia de bondad contra Menoïch para que fuera puro y perfecto. Pero el señor de la destrucción acumuló toda su ira en forma de negro cometa y lo lanzó con toda su esencia de maldad contra Menoïch. De repente se cruzaron antes de tocar sobre lo que tendría que haber sido puro y bueno. Una gran explosión absorbió a las dos divinidades al interior de Menoïch, fundiéndose en una, compartiendo un sueño que durará hasta que el mundo deje de soñar. Sus cuerpos quedaron en el espacio invisible ante ojos mortales o divinos, esperando a que el día llegue y que el sueño termine.
De la gran explosión surgieron fragmentos de sueños que se hicieron realidad. Uno, el más grande, se alojó en Menoïch y el mundo cambió. Otro se fue para las estrellas y en llamas estalló, creando a Shaik, el sol, alimentando con su luz y su calor. Otros, gemelos los dos, se alejaron uno del otro y las lunas se crearon: Naegab, blanca una como nácar y la otra era Naêmk, fría y azul. De la más grande, Menoïch, cinco elementos salieron, tierra, mar, fuego, aire, y del último no se habló, puesto que del sueño de Lhoïok y Aon-ha se trata. Aquel sueño no murió, porque dicho está en el firmamento, que algún día Lhoïok y Aon-ha, los dos, del inicio y del final se hablaría y que la batalla nunca terminó.
La Llamada
Cuando todo ocurrió, vino un gran silencio. Pasaron interminables ciclos de tiempo hasta que fue escuchado el silencio que actuó como llamada para los Dioses soberanos. Tres vinieron; eran entidades superiores, Dioses para muchos de los mortales, para otros iguales, aunque no inferiores, mas su poder estaba muy por debajo de los Soberanos que ahora dormían: Clauok, Divinidad suprema del Bien y guardián de puertas de Zlecuria;Lean- ha Dios supremo de la Maldad y portador de la llama negra de Narnaetok; y, por último, y no menos poderoso, Anoïk señor de la Guerra, guardián de La Balanza de Zhasluon y Juez del equilibrio Eterno.
Al llegar vieron a Menoïch de una forma que no podrá ser vista jamás, en su máximo esplendor. A los ojos de las divinidades, fuera de cualquier ojo mortal, Menoïch manaba poder por todas partes, pero era así como lo veían ellos, ninguna persona podría describir lo que fue, antes se ahogaría en sus propias palabras al intentar ni siquiera explicar un ápice de luz de la creación.
La Luz de la Creación, un poder fuera de lo corriente y limitado para todos excepto las divinidades Soberanas y el Dios Ën, el Único, debe ser utilizado con sabiduría y conocimiento. Lo que se pretende es crear, no destruir, aunque en esta ocasión el sueño se convirtió en pesadilla para muchos.
Las tres divinidades contemplaron durante mucho tiempo, pero ¿Quién lo había creado? Miraron a su alrededor y vieron una interminable sucesión de estrellas infinitas en el universo imperecedero, un espectáculo digno para una entidad. Anoïk decidió comunicarle a Ën del sorprendente hallazgo. Fue a su búsqueda; tardarían cientos de años en volver.
El tiempo pasó, el silencio llegó a oídos de otros. Esta vez aparecieron dos nuevas divinidades. Éstas, independientes a los rangos celestiales, mantenían una fuerte alianza con las fuerzas del universo. Llegaron las dos, Vuêk-va y Enistîa y se maravillaron de lo que vieron y sintieron, una multitud de colores y poderes que se podían tocar y saborear, se sintieron atrapadas como un insecto a la tela de una araña, en verdad el inicio de la creación fue algo que pocos sintieron.
Vuêk-va, entidad de la naturaleza viviente, fue seducida por el poder de Menoïch mas vio que había desequilibrios entre los elementos de vida, sobre todo sobre el elemento del Espíritu; su poder era inmenso y fluía de todas partes, pero sobre todo de un ser que caminaba por terrenos que nadie antes había pisado, cuya única pertenencia consistía en una túnica carcomida por el fuego, pero a su vez limpia y fría como el hielo. Las demás divinidades no le dieron respuestas que pudieran satisfacer a la poderosa señora de la naturaleza, pero le dijeron que si quería mandar sobre dichos elementos antes debería demostrar pleitesía a los Dioses supremos que allí había. Difícil decisión, ya que ganas tenía y sin pensar más en errante o caminante accedió a demostrar obediencia.
Enistîa Diosa de la magia vio un poder al cual podía dar forma ¡y que forma! Podía crear y destruir, alterar e invocar, un poder fuera de los límites de lo conocido y ahora la oportunidad a sus pies, tal vez jamás volvería a sentir o soñar una creación así, tal vez ésta era la oportunidad; y sin más, accedió también la poderosa señora a rendir respeto… Pero no todos ellos eran ignorantes de la auténtica verdad: el señor del Mal Lean- ha sabía de Aon-ha y de los planes que incluía desbaratar la creación de Lhoïok. Ocultó esa verdad para que nadie lo supiera. Así traicionó a Aon-ha; él quería el poder absoluto y lo extraería de Menoïch, escudriñando en las entrañas de los Dioses soberanos.