28º relato

Con espíritu inquebrantable

El famoso programa de la cadena televisiva «Ever Lie», pudo contactar con el interesado. Deslizar unos cuantos billetes aquí o allá para hacer llegar un teléfono móvil era tarea fácil, si tenías los contactos adecuados, y así podías ser el primero en contar la historia.

— ¿Señor Orlando? Soy keli kapouski, la directora del programa. Nos han informado de su rebeldía contra la residencia donde vive desde hace cinco años ¿Por qué ahora?

— Hola keli, estoy un poco nervioso… — Orlando hablaba con ansiedad. Nunca imaginó que sucedería aquello, pero ya había aguantado mucho…, demasiado.

— No se preocupe, nos hacemos cargo… ¡Cuénteme! — Keli poseía una voz dulcemente empalagosa, era como comerse un pastel de triple chocolate cubierto de merengue y relleno de dulce de leche. Si alguien sano pasaba por su lado le diagnostican diabetes tipo II.

— Verá, hace cinco años que resido aquí, pero esto ha llegado a un extremo del todo inadmisible. No se confunda conmigo: he sido director de banco durante veinticinco años y nunca en mi vida he parado de trabajar y estudiar. Cuando enfermé me desterré a este lugar junto a mi mujer. Todo lo pintaban muy bonito: que sí los hijos trabajan todo el día, ¿Quién se va hacer cargo de ustedes?, aquí estarán muy bien atendidos: ¡Dos mil quinientos euros cada uno! Menos mal que teníamos una buena paga, sino “los hijos” tendrían que pagar todo este desenfreno; eso o subastar el piso o que se lo quedara el estado. ¡Después de cotizar toda mi puta vida!

— ¡Ay por Dios!, señor Orlando no se ponga así — reconfortó la viperina voz—. Pero siga, ¡siga contando!

— Matilde, mi buena esposa, enfermó y está ingresada en el hospital, pero aun así nos siguen cobrando para “guardar la plaza” ¡Que hijos de puta! — el hombre rompió a llorar. Estaba atrincherado en la sala de reuniones con todo el turno de trabajadores del día anterior y una temblorosa escopeta corredera en su mano zurda. Una lágrima se derramó por su mejilla si bien el ni se percató, así como la nula visión de sus lentes empañadas por el sofoco. Sólo llegaba a sus oídos los llantos de las trabajadoras, casi todas de origen sudamericano, mal pagadas y peor tratadas.

— Señor Orlando ¿Se ha puesto en contacto con la policía?

— Sí, he hablado con un joven muy simpático desde el otro lado de la puerta. Seguro que me está oyendo…, Pero no importa, no puedo seguir así. Este lugar es deprimente, las comidas son insípidas y lo poco que se libra es el personal que está más puteado que yo. ¡Se imagina!

— No se preocupe señor Orlando, seguro que todo irá bien. Yo le garantizo que lo que me está contando saldrá en mi programa: ¡le doy palabra!

— Gracias, gracias, gracias… — la voz del anciano se apagó, cansado y abatido. Llevaba más de veinticuatro horas sin dormir o tomar la medicación. Se sentía tan abatido que poco le importaba lo que pasará con él mismo. El opresivo dolor del pecho que le acompañan hacía horas no cedió. Poco a poco, apoyada su espalda en la pared, fue dejándose caer suavemente mientras que sus ojos se cerraban… Para siempre.

«Última hora sobre el caso el hombre que secuestró una residencia de ancianos. Al parecer el perpetrador del crimen sufría una demencia avanzada. La policía accedió al lugar inmovilizado al sujeto, aunque debido al forcejeo sufrió una parada cardiorrespiratoria. Gracias a la rápida intervención del centro y de los dispositivos de desfibrilación pudieron salvar la vida al hombre. Éste se encuentra en estado crítico en el hospital con pronóstico reservado. La directora del centro ha pedido que los trabajadores no hagan ninguna declaración debido al shock vivido. Ella misma admite que se siente contrariada por lo sucedido. ¿Cómo una persona normal puede llegar a hacer tales acciones? Esta noche les contamos toda la “Verdad” ¡No se lo pierdan!»

Aunque parezca broma, y sea el día de los inocentes, de mentira puede tener bien poco.

Dando poco y quitando mucho. No siempre un regalo te otorga la libertad. Puede que estemos más equivocados que certeros en la vida.