«Se reunieron todos alrededor del misterioso guerrero que apoyaba su rodilla en el suelo. Iba acorazado en acero con la única excepción de su yelmo que había volado en la contienda. En el peto, lleno de sangre y suciedad, apenas se podía entrever el grabado: una espada rota con la punta hacia abajo».
La Leyenda de Menoïch
Paladín de la orden de Clauok: recto y justo; viajaba con su compañera Raeln Makomnis hasta que cayeron en la trampa de un nigromante que los transportó a Kar Parak, donde se encuentra con el grupo y entabla amistad.
Su destino se enlaza con el grupo de aventureros con quienes tendrá que luchar para sobrevivir en un lugar oscuro y hostil.
Las runas de poder fueron un regalo del dios Clauok a los Arhuatz durante su preparación en la Guerra del Odio. Desde ese día poseen la habilidad de realizar objetos mágicos con estas runas, pero no es fácil y pocos son los que conocen sus secretos. Los maestros de las runas eligen a aquellos que su corazón es limpio y su sentido de la responsabilidad va mucho más lejos, sacrificando su propia vida para guardar el secreto. Después de eso, los Arhuatz deben forjar el objeto ellos mismos, con o sin la ayuda de otro maestro; los objetos deben ser de una maestría que roce la perfección.
La preparación puede durar días dependiendo del objeto y la runa que se trate de imbuir. Con el tiempo el objeto está listo, pero lo difícil no es hacer el objeto, sino a quien darlo.
Cuentan las leyendas que el dios Clauok cayó al Norte del bastión de Shadirind, en las montañas Cerliok. Después de eliminar a sus mortales enemigos, entre ellos a los temibles Drakgorak, entonó un último canto a Menoïch; fue una oda a la victoria sobre la muerte. Aun sabía de su irremediable muerte, también supo que viviría eternamente en los sueños y pensamientos de los mortales e inmortales que participaron en esa batalla. Un gran gozo invadió a Clauok y lanzó su espada a las montañas donde se rompió al caer al suelo al mismo tiempo de caer él y descansar para siempre.
La diosa de la música Liad-va compuso muchas canciones en honor al dios caído; no obstante, entre muchos de sus seguidores, se cree que la señora de los susurros creó una balada personal para él. Dicen que escuchando esta hermosa canción es capaz de ablandar el corazón más duro y hacer llorar a los más crueles y villanos.
En la Guerra del Odio, Lean-ha atacó y arrasó los asentamientos que encontraba a su paso. Las ciudades Zhogs de Tiriok, Naez, además de la espléndida y única ciudad Gangu de Sho-Gulho, cayeron bajo su aterradora mano. El reino Sinak de Gahe Karn-Cu también cayó bajo su influjo y el de sus perversas hijas.
Todos los supervivientes y los restantes aliados se retiraron a la ciudad Zhogs de Shadirind. Allí se prepararon para combatir. El propio Clauok otorgó las runas de poder a los Arhuatz y enseñó el manejo de la espada a los Sinak. Etruok disciplinó a éstos últimos en el manejo del arco.
Resistieron en el bastión de Shadirind a un cruel asedio hasta empujar al enemigo hacia el Norte, en las montañas Cerliok. El dios Clauok luchó junto con su hijo Etruok en la batalla; Anoïk a punto estuvo de unirse, pero vio que el poder de Etruok era superior al del padre y la balanza de Zhasluon estaba equilibrada. Ïnakare también quiso aliarse, pero se lo prohibió su padre haciéndola responsable y guardiana temporal de las puertas de Zlecuria.
En aquel lugar se produjo la destrucción de los Drakgorak y la muerte del dios Clauok que arrojó su espada que se destruyó haciéndose añicos, perdiéndose para siempre. Pero la guerra continuó durante largos años donde no se dio tregua, viniendo luchadores descendientes de la Noche de la Vil Oscuridad para hacer pagar a Lean-ha su traición. Empujaron los Gialz supervivientes hacia el Noreste en las tierras de Tzoh-Uak. Al final fue derrotado Lean-ha y muerta Phaiak, señora de la discordia y el dolor.Desde ese día el bastión de Shadirind fue recordado por la resistencia y ofensiva e impedir que la guerra avanzara al Oeste, hacia Shaiknel y Dunïl, si bien no fueron tierras de paz en unos momentos de gran compulsión.
Zlecuria es el reino donde residen las divinidades. Es un poco difícil explicar puesto que los ojos de los seres vivos no pueden verlo ni tocarlo, salvo que sean invitados a sus dominios. La ciudad, situada en los planos mayores del infinito, está guardada por un gran portón acero. Lo que verdaderamente hace segura la ciudad no son las puertas, sino los muros, aunque paradójicamente no se ven. La puerta actúa como única entrada hacia la dimensión de las divinidades, aunque por fuera se puedan ver las construcciones, no se puede traspasar la barrera atemporal que atrapa en un bucle a los incautos que intentan franquear su frontera.
Clauok era el guardián de las Puertas de Zlecuria, pero desafortunadamente cayó en la Guerra del Odio, y actualmente es su hijo Etruok quien las guarda. Clauok fue despedido con mucho dolor en Zlecuria, y reconocido su mérito y valor.
Cuando entras en sus dominios la ciudad parece engullirte: grandes monumentos de materiales parecidos al blanco marfil, pero de múltiples colores cuando le toca la luz celestial de la constelación de Sha Ecgo reflejan la majestuosidad de su complicada obra.
Es un espacio donde se vive en libertad y donde centenares de miles (o millones) de criaturas viven en paz lo que en vida tal vez no pudieron. Sus obras invaden las curvas calles de Zlecuria, incluso podríamos decir que la ciudad es una obra de arte. ¿Cuánto tiempo lleva construida…?, es algo que no se sabe y supongo que nadie vivo sabrá, y después de vivo, ¿Acaso importa?En el centro de la ciudad se eleva una gran estructura circular compuesta por cuarenta y nueve columnas, el único templo conocido dedicado a Ën. Una gran luz se proyecta desde su centro elevándose al infinito, hasta perderse en la inmensidad de la cúpula celestial. Se cree, aunque es muy osado, que el haz de luz es una puerta a otra realidad.
Guardián de las puertas de Zlecuria junto la energía de Clauok y la música de Liad-va. Deidad benévola. Actual guardia de Zlecuria tras la caída de Clauok. Es venerada por todo tipo de razas descendientes.
“Se le representa con un escudo triangular en fondo azul y en cuyo centro se alza una gran torre. Algunos dicen que representa la torre de la ciudad de Vrialdor, pero otros afirman que se trata de un torreón en Zlecuria”
Lhoïok, Dios soberano de la creación, tuvo un pensamiento que al instante se materializó en un planeta sin vida y sin luz. Lhoïok lloró porque el pensamiento había creado un mundo sin explicación; no se podía decir que estaba allí porque no se veía, pero no se negaba su existencia ya que su presencia era la de Lhoïok. Pensó y halló una solución: buscar de entre sus sueños una ilusión, para que Menoïch, pudiera ser visto y sentido a la vez, para que los demás vieran con envidia que Lhoïok seguía siendo el señor de la máxima creación.
Pero no era completamente admirado. Aon-ha, soberano y señor del odio, de la destrucción y la envidia, descubrió los planes de Lhoïok de crear algo puro. De la indignación, el universo se tiñó de oscuridad. La oscuridad de Aon-ha. El Dios de la creación tras mucho buscar encontró algo que no pudo definir, algo que de entre sus mil sueños era único, algo que no podía explicar mas al soñarlo vio que era bueno y sus lágrimas distribuidas por millones de puntos sobre la oscuridad de Aon-ha se tornaron brillantes de alegría iluminando todos los rincones sin fin del universo. Aon-ha estalló de rabia.
El sueño fue materializado en algo palpable. En él brillaba la fuerza de mil constelaciones, de mil deseos diferentes, todos buenos. Lhoïok lo lanzó con su esencia de bondad contra Menoïch para que fuera puro y perfecto. Pero el señor de la destrucción acumuló toda su ira en forma de negro cometa y lo lanzó con toda su esencia de maldad contra Menoïch. De repente se cruzaron antes de tocar sobre lo que tendría que haber sido puro y bueno. Una gran explosión absorbió a las dos divinidades al interior de Menoïch, fundiéndose en una, compartiendo un sueño que durará hasta que el mundo deje de soñar. Sus cuerpos quedaron en el espacio invisible ante ojos mortales o divinos, esperando a que el día llegue y que el sueño termine.
De la gran explosión surgieron fragmentos de sueños que se hicieron realidad. Uno, el más grande, se alojó en Menoïch y el mundo cambió. Otro se fue para las estrellas y en llamas estalló, creando a Shaik, el sol, alimentando con su luz y su calor. Otros, gemelos los dos, se alejaron uno del otro y las lunas se crearon: Naegab, blanca una como nácar y la otra era Naêmk, fría y azul. De la más grande, Menoïch, cinco elementos salieron, tierra, mar, fuego, aire, y del último no se habló, puesto que del sueño de Lhoïok y Aon-ha se trata. Aquel sueño no murió, porque dicho está en el firmamento, que algún día Lhoïok y Aon-ha, los dos, del inicio y del final se hablaría y que la batalla nunca terminó.
La Llamada
Cuando todo ocurrió, vino un gran silencio. Pasaron interminables ciclos de tiempo hasta que fue escuchado el silencio que actuó como llamada para los Dioses soberanos. Tres vinieron; eran entidades superiores, Dioses para muchos de los mortales, para otros iguales, aunque no inferiores, mas su poder estaba muy por debajo de los Soberanos que ahora dormían: Clauok, Divinidad suprema del Bien y guardián de puertas de Zlecuria;Lean- ha Dios supremo de la Maldad y portador de la llama negra de Narnaetok; y, por último, y no menos poderoso, Anoïk señor de la Guerra, guardián de La Balanza de Zhasluon y Juez del equilibrio Eterno.
Al llegar vieron a Menoïch de una forma que no podrá ser vista jamás, en su máximo esplendor. A los ojos de las divinidades, fuera de cualquier ojo mortal, Menoïch manaba poder por todas partes, pero era así como lo veían ellos, ninguna persona podría describir lo que fue, antes se ahogaría en sus propias palabras al intentar ni siquiera explicar un ápice de luz de la creación.
La Luz de la Creación, un poder fuera de lo corriente y limitado para todos excepto las divinidades Soberanas y el Dios Ën, el Único, debe ser utilizado con sabiduría y conocimiento. Lo que se pretende es crear, no destruir, aunque en esta ocasión el sueño se convirtió en pesadilla para muchos.
Las tres divinidades contemplaron durante mucho tiempo, pero ¿Quién lo había creado? Miraron a su alrededor y vieron una interminable sucesión de estrellas infinitas en el universo imperecedero, un espectáculo digno para una entidad. Anoïk decidió comunicarle a Ën del sorprendente hallazgo. Fue a su búsqueda; tardarían cientos de años en volver.
El tiempo pasó, el silencio llegó a oídos de otros. Esta vez aparecieron dos nuevas divinidades. Éstas, independientes a los rangos celestiales, mantenían una fuerte alianza con las fuerzas del universo. Llegaron las dos, Vuêk-va y Enistîa y se maravillaron de lo que vieron y sintieron, una multitud de colores y poderes que se podían tocar y saborear, se sintieron atrapadas como un insecto a la tela de una araña, en verdad el inicio de la creación fue algo que pocos sintieron.
Vuêk-va, entidad de la naturaleza viviente, fue seducida por el poder de Menoïch mas vio que había desequilibrios entre los elementos de vida, sobre todo sobre el elemento del Espíritu; su poder era inmenso y fluía de todas partes, pero sobre todo de un ser que caminaba por terrenos que nadie antes había pisado, cuya única pertenencia consistía en una túnica carcomida por el fuego, pero a su vez limpia y fría como el hielo. Las demás divinidades no le dieron respuestas que pudieran satisfacer a la poderosa señora de la naturaleza, pero le dijeron que si quería mandar sobre dichos elementos antes debería demostrar pleitesía a los Dioses supremos que allí había. Difícil decisión, ya que ganas tenía y sin pensar más en errante o caminante accedió a demostrar obediencia.
Enistîa Diosa de la magia vio un poder al cual podía dar forma ¡y que forma! Podía crear y destruir, alterar e invocar, un poder fuera de los límites de lo conocido y ahora la oportunidad a sus pies, tal vez jamás volvería a sentir o soñar una creación así, tal vez ésta era la oportunidad; y sin más, accedió también la poderosa señora a rendir respeto… Pero no todos ellos eran ignorantes de la auténtica verdad: el señor del Mal Lean- ha sabía de Aon-ha y de los planes que incluía desbaratar la creación de Lhoïok. Ocultó esa verdad para que nadie lo supiera. Así traicionó a Aon-ha; él quería el poder absoluto y lo extraería de Menoïch, escudriñando en las entrañas de los Dioses soberanos.