18º relato

Inmediato

— Lo quiero para ayer, lo oye: ¡Para ayer!
—«Para ayer te voy a enviar de una guasca»—pensó Gutiérrez mientras recogía el informe de manos de su jefe—. Por supuesto, Sr Pérez, por supuesto….
Era una mañana de lunes de finales de diciembre. Todo tenía que ser así: de inmediato. Se cerraba el año y eso era sinónimo del fin del mundo. Los proveedores y clientes lo querían todo cerrado, los jefes presionaban más de la cuenta, o por lo menos así lo era en su curro: Antares proyect. Empresa española ubicada en Madrid, pero con el nombre en inglés, que quedaba mejor.
Por fortuna Gutiérrez era perro viejo en el sector. No es que fuera muy mayor, apenas cuarenta y cinco años, pero de joven dejó de rascarse los huevos y se puso a currar mientras que otros estaban en «la ruta del bacalao».
Siempre hay alguien que se queja de que «todo está muy mal» y aunque no era del todo falsa esta afirmación, también había peña que se pasaba de listo. Amigos suyos trabajaban un año o dos como mucho y después pillaban la baja o se despedían de forma más o menos pactada para irse de vacaciones con lo ganado: pero tío —le decían—, no quemas el paro; estás perdiendo dinero, tío; pero tío, que nos vamos de vacas con lo ganado y tu currando…. Y una larga retahíla de venga dale perico al torno. Era curioso que los mismos que tras quemar todo el dinero y follarse todo lo que tenía patas (y no en este orden) eran los mismo que le criticaban con eso de: joder tío que suerte tienes, siempre con un curro y con pasta en el bolsillo, con una hipoteca y coche. La puta madre que los re-mil parió.
— Mensi— la sensual y tímida voz le sacó de aquellas cavilaciones. Caina era una joven compañera del departamento de finanzas. Estaba colgada por Gutiérrez y sí, Mensi era el nombre de nuestro currante.
—Hola Caina, ¿irás a la cena de empresa? —inquirió temiendo que por un lado no fuera y por otro que se perdiera el espectáculo.
— ¿Tú irías? yo no sé si ir, pero si vas tú…
— Por supuesto, lo pasaremos bien…, pero tengo que pedirte un favor.
— ¿Qué favor? — Sentía que el corazón se le salía del pecho. Eludía los ojos azules de Mensi. Sentía que se quedaba sin aire y la cara ardía de vergüenza mas tampoco podía apartar la vista de él: ¡vaya ojazos!
—Te lo diré en la cena, ¿nos vemos allí?
— Sí… ¡sí, sí! Allí nos vemos.
La noche era ideal, no llovía y hacía el típico frío de noche de invierno. Mensi Gutiérrez tenía todo lo que debía llevar para la velada. Era escrupuloso en su vida diaria y hoy no haría una excepción. El resto de compañeros llegaban al bar del restaurante; él por su parte ya llevaba rato en la barra con una cerveza estrella Damm, la segunda en toda la velada. Miraba alrededor y saludaba a quien le caía bien (sobre todo a otros departamentos) con la cabeza o con un leve movimiento de mano aderezada con una sonrisa, pero nada más. Otros se abrazaban cariñosa y efusivamente, dando fuertes palmadas en la espalda. Mensi miraba de vez en cuando para comprobar que los puñales seguían bien clavados en los respectivos anfitriones. Le gustaban las cenas de empresa, pero no así a sus comensales. Si es cierto que había departamentos mejores que otros, pero el suyo estaba lleno de hijos de puta psicópatas, y no era una afirmación al uso: eran Psicópatas de libro. Gente sin escrúpulos que no dudaban en verter el veneno apropiado en los odios más avispados o, en su defecto, en los más proclives a contar mentiras. Los parásitos saben bien donde moverse y en un espacio cerrado era fácil alimentar la carroña con envidias y buena dosis de mentiras, siempre y cuando el beneficio fuera un ascenso o simplemente no ser despedido por incompetente. ¡Cuán unido estaba lo uno de lo otro!
«En medio de la mierda crecen las mejores flores», como solía decir su abuela que en paz descanse. Mujer buena, currante de casa y de campo cuando era menester; con una gran sonrisa en su rostro arrugado castigado por el hambre, pero siempre estaba contenta y feliz, y tenía buenos consejos y chascarrillos de los cuales sacabas buena lección: «Toda la vida estarás a esta quiero y a esta no quiero, y directo irás a parar de pies en un cenaguero», como le solía recitar a su hijo, el padre de Mensi; un galán que le gustaba demasiado las faldas y que acabó como vaticinó su madre: en un cenaguero de deudas, divorcios y ruina.
Mensi vio aparecer a una bella flor entre tanta mugre. Caina aguardaba de pie junto a la puerta. Estaba preciosa con un vestido rojo, largo y abierto por un lado donde asomaba una pierna firme: «Le femme fatale» con cara de ángel y tímida sonrisa. Su cabello castaño y ondulado caía en tirabuzones sobre sus hombros, seguro que se tiró toda la tarde en la peluquería. A los buitres les gusta la carne y aunque comen carroña no desperdician un buen cordero. Los babosos y babosas se le acercaban; ellos más distantes y descarados, ellas sin tanto remilgo de tocar piernas o culo: ¡Qué bien te queda este vestido querido!, ¡qué guapa estás!, ¡después salimos todas de fiesta ¿verdad? Por su parte Caina miraba a Mensi con ansiedad ya que no podía llegar hasta él, tal vez por protocolo o por no quedar mal por el resto y dejarlos colgados, aunque bien sabe Dios que así lo deseaba. Él por su parte sonrió. Moviendo los labios y describiendo en círculos con el dedo índice dijo: “luego en la mesa hablamos”. Para ganar a los buitres hay que ser astuto como el zorro y así lo hizo, deslizándose en las mesas, y cambiando las etiquetas de sitio, se las arregló para que Caina se sentara a su lado, muy cerca de la barra.
Todos arribaron y comenzaron a pedir, a hablar e insinuar cotilleos de uno u otro compañero que no había venido: «si quieres ser el foco de atención de una reunión de amigos no vayas o se el primero en abandonarla» como hubiera dicho su abuela. Nadie se extrañó de que Caina estuviera en una mesa diferente de su departamento, o por lo menos no se dieron cuenta de inmediato. Mensi se había arreglado para la ocasión con una chaqueta negra de cuero, camisa blanca y unos pantalones tejanos con botines bien engrasados. A la muchacha le extrañó ver un portapapeles en su regazo, pero no le preguntó, le bastaba con sentir la presencia de aquel hombre a su lado y él así se los dio a entender cuando la cogió de la mano. Ella respiró hondo intentando templar los nervios mas fue en ese momento cuando notó el objeto que Mensi le pasaba, nunca mejor dicho, “bajo mano”. Lo recogió y leyó: “no bebas el cava”.
Un mensaje algo críptico que no entendía, pero que tampoco le pareció tan extraño, de hecho, ella era deportista y no bebía alcohol ni tomaba droga, pero en cambio Mensi sí que bebía. Éste se puso de pie excusándose de ir al lavabo y al rato vino con la chaqueta en el brazo y con una gran sonrisa de lado a lado. El camarero llegó con la bebida espirituosa ya vertida en las respectivas copas que repartió con presteza entre los presentes. Mensi se acercó a Caina y con voz queda dijo:
—Recuerda lo que has leído.
No sabía qué pretendía con aquello, pero no tardó en averiguarlo. Al primer sorbo, tras el brindis y buenas palabras del jefe de Gutiérrez, todo volvió a la normalidad en la fiesta, pero pronto comenzó la indisposición de los comensales, de todos menos Mensi y Caina. Ella no podía dar crédito a lo que veía. La gente salía en estampida al servicio entre quejidos de dolor, con la mano en el vientre o en el honorable trasero, en un intento en vano de poder llegar antes de evacuar. Muchos lo intentaron y muchos no lo consiguieron, dejando un rastro de humanidad por pasillos, sillas y mesas. Una estampida de heces adornaba las paredes del respetable establecimiento ante la atónita mirada de camareros, propios y extraños. Mensi sonrió, se puso en pie y se aproximó al Sr. Pérez, su jefe, que tendido en el suelo se retorcía aquejado de aquel extraño mal.
—Jefe —dijo Mensi extrayendo unos documentos del portapapeles—, aquí está el informe y… otra cosa —dijo mientras lo deposita suavemente en la única silla libre de accidentes—: Me despido. Que tenga unas buenas fiestas.
El sonido de ambulancias no tardó en llegar seguido del alboroto de las demás mesas de otros departamentos que asistían al espectáculo, incluida con grabación «pa el insta». Mensi tendió amablemente la mano de Caina diciendo:
—Tengo una reserva en otro restaurante, creo que este está demasiado concurrido. Mucha prisa por terminar… de inmediato.

Una entrañable velada con los respectivos compañeros de trabajo y un final digno de las mejores comedias. Ya se sabe: Cuidado con lo que deseas.