21º relato

…de un nuevo amanecer

Era un día señalado para Nass. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero sólo del punto de vista humano. Para él la espera de había prolongado durante más quinientos años.

El mundo había cambiado. Al nacer, cuando aún era humano, sólo existía un Dios, América no se había descubierto para los europeos y había cosas por lo que luchar y morir. El honor era más estimado que el dinero, al menos para la mayoría que de éste tenía cata. Las mujeres eran devotas de Dios y de su marido mas ahora no necesitaba de ambos para sobrevivir. Puede que su mentalidad actual le hiciera pensar eso porque, aun siendo inmortal, debías morir cada cambio de tiempo para no caer en el pozo de la tristeza. Si un no muerto no se adaptaba al devenir de los tiempos del presente se marchitaba como flor en el cementerio, relegado a un segundo plano como una piedra inerte.

Nass percibió el olor de las flores del prado. La media noche llegó cubierta de una espesa capa de niebla. Percibió el olor de las flores del prado, el sonido del bosque y el ulular del viento. Permanecía en pie y sin moverse, saboreando aquella sensación. Ese mismo sentimiento le había salvado miles de veces de la locura y la desesperación. La luz de la luna menguante no proyectaba sombra en él mientras esperaba el milagro.

En la oscuridad de la noche vio la luz: un poderoso fogonazo que iluminó todo como su fuera de día. Una figura femenina hizo aparición. Vestía con ropas ajustadas parecidas al embalaje de burbujas. Su rostro era blanco al igual que su indumentaria y su cano y largo cabello; lo único que destacaba eran sus ojos negros y profundos que cubrían toda la órbita sin diferenciar iris de esclerótica. Aquel ser habló con la entonación de dos voces, hombre y mujer a la vez, con pausado ritmo y melosa melodía:

— Nicolás Andrés Sierra Soto, cuanto tiempo sin saber de ti. Veo que el tiempo no te ha borrado la memoria.

— La memoria es mi maldición, mi señora —añadió con voz queda—. Me lo recuerda cada vez que duermo de día y deambuló de noche en el lamento de mi soledad. Pido de tu clemencia por los pecados cometidos e imploro el perdón de la madre tierra y a los espíritus guía.

— Eso dependerá de lo que hayas hecho ¿Has probado sangre humana?

— Sólo de aquello que merecían justicia, mi señora

— ¿Has cazado a los criminales que cometieron pecado como… el tuyo?

Nass no contestó de inmediato y no era por dar una respuesta negativa, pero el recuerdo de lo que hizo le llenaba de vergüenza y dolor.

— He cazado y dado muerte, mi señora.

— ¿Has profanado templo alguno o sucumbido a la codicia?

— No, mi señora

— ¿Has compartido destino o vida con algún humano?

— Muchos arrepentidos han viajado y todos han perecido, llegado su penitencia al fin… Han fallecido al igual que vos, mi señora y esposa. Nunca olvidaré cuando cegado por los celos, la ira y el vino, derramé la sangre que tanto amé. Sólo pienso en ello, cada noche que me levanto cómo alma en pena, me alimento de la sangre de alimañas que recorren los bosques. Pero sí es cierto que nunca hice daño en estos años, cómo bien prometí en tu tumba, la cual visitó cada noche, vigilo, limpio y cuido.

—Pues entonces… Creo que ya llegó el fin.

—¿Me perdonas? — un vampiro no derrama lágrimas de sal, sino sangre fría y doliente. No es común ser testigo del perdón a un renegado, pero la misericordia de aquella mujer pudo más que la muerte. Ella tendió su mano y juntos se fueron rumbo al otro lado mientras que el amanecer arribó y devoró el cuerpo corrupto de aquel desdichado esparciendo sus cenizas, como un sueño del cual nunca más volverá a despertar.