6º relato
Para alguien como él poco importaba las fechas, los horarios ni mucho menos un reloj que le marqué las horas. Sabía que venían fiestas y no era por preguntar a nadie: las luces del centro estaban adornadas con luces multicolor, barriadas enteras volcadas en ser la mejor galardonada y se respiraba aquella sensación de artificial felicidad que sólo podía dar la navidad.
Lo que otros podían decirle o qué pensarán no le quitaba el sueño: un sin techo, un vagabundo… Un don nadie. Él se consideraba un trotamundos, un soñador o un idealista que llevó hasta el final sus convicciones o ideas. ¿Cómo podía vivir como el resto después de donde había militado? Años ha quedaron en su memoria cuando se manifestaba por lo justo, lo de todos… su tribu; con acciones tales que de contarlas o de haberle pillado infraganti estaría entre rejas sin ninguna duda.
Otros «de su gremio» le llamaban tomahawk por su descendencia india, aunque pocos quedaban ya y los que vivían consumían su tiempo en alcohol o en casinos para el hombre blanco.
Era considerado un líder entre los desvelados. Siempre que podía ayudaba, compartiendo lo poco que tenía o lo mucho que sabía. Nunca le gustó dar consejos, ya que la gente entiende mal el concepto y cree que debe hacer aquello que les dices. Para decir la verdad justamente puede ser lo contrario: los consejos te ayudan a determinar lo que tú realmente quieres hacer, no hacer lo que otros te dicen que hagas. Es como los manuales de autoayuda: algunos funcionan, sobre todo para el que los ha escrito.
Caminaba como siempre entre los bulevares de la 5ª avenida cuando una voz le llamó y no fue por ningún otro mote que le conocía:
— Enola, hace mucho que caminas, pero no huyes; atesoras sabiduría, pero no tienes riquezas materiales. ¿Cuánto más durará tu camino?
Se giró hacia aquel que conocía su verdadero nombre y para su sorpresa vio, al lado de un destartalado cubo de basuras, a un zorro blanco como la nieve. Era más que imposible que un animal así hubiera llegado por su propio pie a aquel lugar, pero así lo atestiguaban sus ojos.
— Camino rumbo a mi destino; atesoro experiencia para ganarme el pan y no robar lo que no es mío —recitó encaminándose hacia el animal—; y viviré lo que dure mi camino, como como la oruga muere para dar vida a la mariposa.
El zorro lanzó un extraño grito agudo. Se sacudió la cabeza y alzándose sobre sus patas trepó sobre la tapa del container.
— Me alegro de haberte encontrado. Cómo seguro que estás pensando yo ahora mismo no estoy aquí. ¿Sabes a lo que me refiero?
Asintió en silencio. Había oído multitud de historias sobre apariciones en su tribu; como un ser luminoso, mayoritariamente un animal o tótem, se aparecía cuando llegaba el momento adecuado o bien para realizar alguna clase de revelación. Muchos de los eventos que se atribuían a vírgenes o santos no era más que la interpretación con el prisma de una determinada fe sobre la realidad de estas entidades; si bien la explicación de las mismas estaba fuera de cualquier lógica o razón…, Pero allí estaban.
— Debes volver a la tierra. Allá hay algo que harás. No demores y ve en pos de tu destino.
Y así, sin más, el pequeño zorro albino saltó mas no llegó a tocar suelo, fundiéndose en una espiral de hojas y papeles que se alejaron volando cual minúsculo tornado.
Enola se colocó el sombrero, sacudió su vieja y roída gabardina, y emprendió camino rumbo al Oeste.
