31º relato

En los mismos errores

Hace relativamente poco que escribo. Nunca fui un niño dotado de una gran inteligencia o virtud. Puede que, si hubiera nacido en este tiempo, me habrían diagnosticado un trastorno o déficit de atención. Me doy cuenta cuando hablo o escribo, cuando repito los mismos errores una y otra vez; además de mi problema de dislexia con la “r” y la “l”. Ego decir que intento aprender día a día de dichos errores.

No le echo la culpa a nadie, ya que nadie es culpable de este problema, pero he tenido maestros, auténticos seres de luz que me han sabido guiar: familia, amigos y caminantes de este mundo errante que se han cruzado en mi vida.

Tuve un tutor que me humilló en clase tras escribir un poema. Lo hice con toda mi buena intención, pero nadie lo supo ver así o apreciar. Desde ese día aborrecí la literatura y la poseía, no pudiendo levantarme de semejante embate…, Pero aquí estoy intentando sobreponerme de aquel agravio; tonto para algunos, fatal para mí.

Tuve muy buenos profesores, pero hubo uno en particular que se portó como un cabrón. Por fortuna se rompió la pierna al caer felizmente por las escaleras (juro por Dios que no tuve nada que ver), sustituyéndolo por otra profesora y tutora. Ella sí que me ayudó y mucho. Gracias a sus consejos pude aprobar la EGB tras múltiples y vergonzosos suspensos que eran el pan de cada día.

Mi padre, en paz descanse, era el único que traía el sueldo a casa —como tantos otros de los padres de familia—. Por eso para mí era especialmente difícil exponer mis continuos fracasos ante él y, sobre todo, a mi madre que dirigía las riendas de casa cuando él estaba ausente, que era casi siempre.

Llegó a tal mi miedo al fracaso y a la opinión que mis padres podían tener de mí, que falsifiqué las notas con típex. Una vez, de tanto poner y quitar el parche, se rompieron y decidí esconderlas negando que las había perdido. Fueron momentos muy tensos.

Tras aprobar la EGB me decanté por la FP (formación profesional), y aunque no la acabé tuve experiencias de todo tipo: malas para aprender, y buenas para recordar. Ahí conocí a la que es mi compañera de viaje y con quién sigo el camino de la vida con dos hijos: dos perlas de luz en las tinieblas.

Por aquella época de estudiante también conocí a un grupo de Frikis con quien compartí mis aficiones, fruto de estas fue el libro que escribí: La Leyenda de Menoïch.

Podéis imaginar lo que supone parir un libro con ciertas dificultades; yo, en mi caso, aún no me lo creo.

Siento dar la brasa contando una parte de mi vida, pero así lo quiere la Musa y, por lo que respecta a su divina influencia, le debo más de un favor. Aprenderé de los errores, de hecho, no creo que haya otra manera de aprender.

Gracias a todos, por tanto. Os deseo una buena nochevieja y una mejor entrada en el próximo año.

No suelo hablar de mí y mucho menos escribir de mi vida, pero por alguna razón me vi abocado a ello.