22º relato

El vil metal

Desapacible para la mayoría de los mortales era aquel día frío y lluvioso de enero. Arriba, en lo alto de la más alta torre de la poderosa Sachs, se reunían todos aquellos que, de una manera u otra, dirigían el destino de los más importantes bancos del mundo…

—¡Que me cago!

El enfermero, que a su vez tenía a su mando a dos subordinados, chasqueó con la boca mostrando su desagrado por la escena que presenciaba desde su mesa de dirección. Sus lacayos, pulcramente vestidos de blanco como dicta la norma, intentaban contener la diarrea del gerente del banco Rothschild al son de la canción «Si yo fuera rico», mientras sufría de terribles e involuntarios temblores en un vano intento de cerrar su esfínter.

— Creo que el tratamiento que le recetó la doctora Michelle no es el más adecuado. Le sugiero que…

— ¡Calla, hijo de puta! Te pago para que me soluciones la vida, ¡no para jodérmela más!

— Sí señor, por supuesto —el enfermero, de nombre Tomas, volvió a sus quehaceres anotando en su agenda electrónica lo sucedido al médico, siempre disponible, y las posibles repercusiones de salud por la diarrea.

Uno de los enfermeros a su cargo, de origen filipino, se apresuró a llevar el contenido de la palangana al retrete junto a los tropezones que poblaban su cara y manos. Las arcadas del joven eran incontrolables.

En otro lugar de aquel edificio había una sala de juntas que estaba lista para el evento que allí se haría: la mesa limpia, recién pulida con cera, con un impresionante mapa del planeta tierra en bajo relieve; la moqueta inmaculada, pasada con el vaporizador a temperatura perfecta para evitar la proliferación de ácaros; la cristalera reluciente, grandes y semi opacas para preservar la intimidad de miradas indiscretas del exterior, pero salvo la visita de alguna que otra ave allí, en aquella altura, no había nadie que pudiera verles; amén de que las reuniones eran secretas, necesarias para la correcta administración de los bienes ajenos.

Todo estaba dispuesto. Los respectivos representantes y sus abogados estaban alojados en cubículos independientes mas podían seguir la sesión a través de un sistema ultra moderno HD 8k con altavoces de tal calidad que podías sentir el zumbido de un mosquito a cientos de metros. El personal de confianza, mayordomos y primeras damas, permanecían de pie a las esquinas de las cuatro facciones o bancos que cortaban el bacalao. Sonó un himno solemne y profundo mientras que, debido a alguna superstición o leyenda atribuida a naciones antiguas, un grupo de vírgenes lanzaban pétalos de rosas blancas delante de la comitiva.

Cuatro arribaron, cuatro seres que no ha mucho eran humanos, transportados en pesadas sillas de seis ruedas cada uno. Sobre el armazón de aluminio, y sobre éste, un comodísimo sofá de las pieles más exquisitas del planeta. Encima de todas aquellas máquinas había unos hombres de terrible y brutal aspecto. Definirlos es ardua tarea, ya que por la cantidad de cables y tubos que de ellos salían y entraban poca descripción de carne se podía ver, todo salvo unos rostros estirados por prótesis de titanio para «realzar» o devolver la belleza a un cuerpo mustio, fofo y viejo. El sonido no era mejor: flatulencias incontrolables acompañadas de un nauseabundo olor que despedían los productos químicos que se alimentaban, almacenados en grandes viales trasparentes de múltiples colores y tamaños. El rastro que dejaban era semejante a las babosas salvo que éstas últimas impregnaba una sustancia más agradable y beneficiosa para la madre tierra.

Los cuatro se colocaron en sus respectivos huecos, horadados en la  mesa para encajar a la perfección en cada lado. Terminada la música se oyó un cúmulo de voces estridentes cuyo origen eran aquellos cuerpos deformes y aplastados. Se podía oír cosas como: mío, tipos de interés, acciones en industrias armamentista, guerra en África, extracción de diamantes, mafia, dinero, golpe de estado, Dios; todo esto aderezado con los efluvios y pedorretas incontrolables. Los abogados, situados en sus respectivos lugares, oyeron la «conversación» en sonido envolvente con los consecuentes arcadas y vómitos de la mayoría.

Aquellos eran los que dirigían el mundo, los que se gastaban buena parte de lo ganado y robado en propaganda y agencias de información justamente para lo contrario: desinformar.

Responsables de colocar a los líderes políticos en sus respectivas sillas, criminales de la humanidad que se afanaban en condenar actos de deleznables o golpes de estado de los que eran responsables. Ese era el mundo: Su Mundo.

Terminada la reunión, volvió a sonar el himno triunfal. Cada uno de ellos, impulsado por el motor eléctrico de su carroza, emprendían el camino de vuelta dejando el lugar perdido de mierda. Ya fuera de la sala comenzaba el auténtico trabajo. Los operarios se afanaban en quitar la cara moqueta que iba directamente a la basura. La mesa con el grabado de la tierra debía pasar por la karcher, pero había ocasiones que le suciedad estaba tan impregnada que debían tirará la mesa y fabricar otra con algún árbol en peligro de extinción.

Lentamente los dueños del buffet de abogados de sus respectivos clientes se reunieron en el medio de la sala. Ellos no vomitaban, ni les desagradable aquel espectáculo. Estaban más que inmunizados y de humanos más bien tenían muy poco. Los cuatro a la vez hablaron y a la vez contestaron:

—¿Todo claro? No vemos en la siguiente reunión.

Sólo esas palabras se oyeron, desapareciendo de escena mientras que un grupo de desinfección, bien pertrechados de EPIS completos y oxígeno independiente, se dispusieron a fumigar todo el lugar.

Parece mentira lo que llenan de mierda el mundo cuatro indeseables.