13º relato
Caer en el pozo
Uno no sabe dónde ponerse en un lugar así. Mira que hemos visto pisos cuya falta de higiene roza el Diógenes, pero arrimarse a un mueble puede representar pringarse de algo cuyo origen era muy diferente, como un yogur caducado que pasa del estado sólido blanquecino al líquido amarillento y pestilente.
En aquel lugar se respiraba un aire viciado, sucio; sudor rancio impregnado en las sabanas y orinales que no se vaciaron en días. Pero había algo más en todo aquello. Algo que acompañaba cada servicio y que es una constante inamovible: la soledad. Ese mal que azota el alma y alojada en cualquier casa, ya sea desestructuradas, de alto o de bajo recurso.
La enfermedad no viene sola. La ansiedad y la depresión se suman para devorar el alma del paciente, prueba de ello las colillas amontonadas en un rebosante cenicero, quemada la carga y la vida de aquel que la consume; las tabletas de pastillas vacías y dobladas sobre la mesa o cajón: Diazepam, Citalopram y tantas otras marcas tristemente conocidas.
En algunos casos, no todos, también acompaña el alcohol. No es de extrañar encontrar a simple vista botellas a medio vaciar de licores baratos de supermercado o Tetrabrik de vino amontonados en un equina y cuyo líquido pringa parte del sucio terrazo.
Miras las fotografías, algunas en blanco y negro, y ves risas, compañía y buenos momentos, testigos mudos como esfinges sin alma vigilantes ante el paso del tiempo… de aquel que ahora yace tirado en el suelo y que nunca más se volverá a levantar.
